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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 69para la emancipación de <strong>los</strong> judíos <strong>del</strong> judaísmo, de «<strong>los</strong> antiguos y orgul<strong>los</strong>os prejuiciosnacionales..., de costumbres que no pertenecen a nuestra época ni a nuestras constituciones», paraque <strong>los</strong> judíos pudieran llegar a ser puramente humanizados» y útiles «al desarrollo de las ciencias ya toda la cultura de la Humanidad» 9 . Aproximadamente por el mismo tiempo, Goethe escribía enuna crítica a un libro de poemas que su autor, un judío polaco, «no había logrado más de lo quehubiera conseguido un étudiant en belles lettres cristiano», y se quejaba de que allí donde él habíaesperado hallar algo genuinamente nuevo, alguna fuerza más allá de un convencionalismosuperficial, sólo había encontrado una vulgar mediocridad 10 .Difícilmente puede sobreestimarse el desastroso efecto de esta exagerada buena voluntad hacia<strong>los</strong> judíos cultos y recientemente occidentalizados y el impacto que tuvo en su posición social ypsicológica. No sólo tuvieron que enfrentarse éstos con la desmoralizante exigencia de serexcepciones respecto de su propio pueblo, de reconocer «la aguda diferencia entre el<strong>los</strong> y <strong>los</strong>demás» y de pedir que tal «separación... fuese legalizada» por <strong>los</strong> Gobiernos 11 ; se esperaba de el<strong>los</strong>,además, que se convirtieran en especímenes excepcionales de la Humanidad. Y como esto, y no laconversión de Heine, constituía la verdadera «tarjeta de admisión» en la sociedad culta europea,¿qué podían hacer esta generación y las futuras generaciones de judíos sino tratar desesperadamentede no decepcionar a nadie? 12 .En las primeras décadas de este ingreso en la sociedad, cuando la asimilación no se habíaconvertido todavía en una tradición a la que seguir, sino en algo conseguido por unos pocosindividuos excepcionalmente dotados, todo marchó, desde luego, muy bien. Mientras Francia era latierra de la gloria política para <strong>los</strong> judíos, el primer país que les reconocía como ciudadanos, Prusiaparecía hallarse en camino de convertirse en el país de su esplendor social. El Berlín ilustrado,donde Men<strong>del</strong>ssohn había establecido relaciones estrechas con muchos hombres famosos de sutiempo, era sólo un comienzo. Sus conexiones con la sociedad no judía todavía tenían mucho encomún con <strong>los</strong> lazos culturales que habían ligado a sabios judíos y cristianos en casi todos <strong>los</strong>períodos de la historia europea. El elemento nuevo y sorprendente consistía en el hecho de que <strong>los</strong>amigos de Men<strong>del</strong>ssohn no emplearan estas relaciones para objetivos personales o ideológicos y nisiquiera para fines políticos. El mismo denegó explicitamente tales motivaciones ulteriores yexpresó una vez y otra su clara satisfacción por las condiciones en las que tenía que vivir, como sihubiera previsto que su status social y su libertad, excepcionales, tenían algo que ver con el hechode que todavía figuraba en el grupo de «<strong>los</strong> más bajos habitantes <strong>del</strong> dominio» (<strong>del</strong> rey de Prusia). 139 J. G. HERDER, «Ueber die politische Bekehrung der Juden», op. cit.10 Crítica de Johann Wolfgang von Goethe por ISACHAR FALKENSOHN BEHR, Gedichte eines polnischen Juden,Mietau y Leipzig, 1772, en Frankfurter Gelehrte Anzeigen.11 Briefe bei Gelegenheit der politisch theologischen Aufgabe und des Sends c hreibens jüdischer Hausväter, deFRIEDRICH SCHLEIERMACHER, 1799, en Werge, 1846, secc. I, tomo V, 34.12 Esto no se aplica, sin embargo, a Moses Men<strong>del</strong>ssohn, que apenas conocía <strong>los</strong> pensamientos de Herder, Goethe,Schleiermacher y otros miembros de la joven generación. Men<strong>del</strong>ssohn era reverenciado por su singularidad. Su firmeadhesión a la religión judía le impidió romper en definitiva con el pueblo judío, lo que hicieron sus sucesores como cosacorriente. Sentía que era «miembro de un pueblo oprimido que debía suplicar la buena voluntad y la protección de lanación gobernante» (véase su «Carta a Lavater», 1770, en Gesammelte Schriften, vol. VII, Berlín, 1930); es decir, queél siempre supo que a la extraordinaria estimación por su persona correspondía un extraordinario desprecio por supueblo. Como él, a diferencia de judíos de ulteriores generaciones, no compartía este desprecio, no se consideró a símismo una excepción.13 La Prusia que Lessing había descrito como «el más esclavizado país de Europa» era para Men<strong>del</strong>ssohn «un Estado enel que el más sabio de <strong>los</strong> príncipes que jamás hayan gobernado a <strong>los</strong> hombres ha hecho florecer las artes y las ciencias,ha tornado tan extendida a la libertad nacional de pensamiento que sus efectos beneficiosos alcanzan incluso a <strong>los</strong> másbajos habitantes de su reino». Tal humilde satisfacción llega a emocionar y a sorprender si se tiene en cuenta que «elmás sabio de <strong>los</strong> principes» había hecho muy difícil el que el filósofo judío obtuviera permiso de estancia en Berlín yque, en la época en que sus Münzjuden disfrutaban de todos <strong>los</strong> privilegios, ni siquiera le otorgó el status regular de un«judío protegido». Men<strong>del</strong>ssohn era incluso consciente de que él, el amigo de toda la Alemania culta, estaría sujeto almismo gravamen impuesto a un buey que se llevara al mercado, si decidía visitar a su amigo Lavater en Leipzig, pero nisiquiera se le ocurrió ninguna conclusión política relativa al mejoramiento de tales condiciones. (Véase la «Carta aLavater», op. cit., y su prólogo a la traducción de Menasseh Ben Israel en Gesammelte Schriften, vol. III, Leipzig,184345.)

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