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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 329Rusia soviética todo el mundo sabe que el jefe superior de un gran complejo industrial, al igual queel ministro de Asuntos Exteriores, puede ser degradado cualquier día hasta el más bajo status socialy político y reemplazado en su puesto por un perfecto desconocido. Por otra parte, la complicidadde <strong>los</strong> gangsters, que desempeñó algún papel en las primeras fases de la dictadura nazi, pierde todasu fuerza cohesiva porque el <strong>totalitarismo</strong> utiliza su poder precisamente para difundir estacomplicidad a través de la población hasta haber organizado la <strong>del</strong>incuencia de todo el pueblo bajosu dominio 54 .La ausencia de una camarilla dominadora ha hecho especialmente desconcertante e inquietante lacuestión de la sucesión <strong>del</strong> dictador totalitario. Es cierto que este tema ha obsesionado a todos <strong>los</strong>usurpadores, y resulta completamente característico que ninguno de <strong>los</strong> dictadores totalitarios hayarecurrido al antiguo sistema de establecer una dinastía y de designar sucesores a sus hijos. Frente a<strong>los</strong> numerosos y por eso autodestructores nombramientos de Hitler se alza el método de Stalin, quehizo de la sucesión uno de <strong>los</strong> más peligrosos honores en la Unión Soviética. Bajo las condicionestotalitarias, el conocimiento <strong>del</strong> laberinto de las correas de transmisión iguala al poder supremo, ycada sucesor designado que llega a saber lo que está sucediendo es automáticamente depuesto trasun cierto tiempo. Una designación válida y relativamente permanente presupondría además laexistencia de una camarilla cuyos miembros compartieran con el jefe el monopolio <strong>del</strong>conocimiento de lo que está sucediendo y que es algo que el jefe debe evitar por todos <strong>los</strong> medios.Hitler explicó una vez esto en sus propios términos a <strong>los</strong> jefes supremos de la Wehrmacht que, enmedio <strong>del</strong> torbellino de la guerra, se preocupaban presumiblemente de este problema: «Como factorúltimo, yo debo, con toda modestia, declarar irreemplazable a mi propia persona... El destino <strong>del</strong>Reich depende solamente de mí» 55 . No hay necesidad de apreciar ironía alguna en la palabramodestia; el jefe totalitario, en marcado contraste con todos <strong>los</strong> anteriores usurpadores, déspotas ytiranos, parece creer que la cuestión de su sucesión no es excesivamente importante, que no serequieren para ocupar el puesto cualidades o preparación especiales, que eventualmente el paísobedecerá a cualquiera que resulte haber obtenido la designación como sucesor en el momento desu muerte y que ningún rival sediento de poder le disputará su legitimidad 56 .Como técnicas de gobierno, <strong>los</strong> recursos totalitarios parecen simples e ingeniosamente eficaces.No sólo aseguran un absoluto monopolio <strong>del</strong> poder, sino una certidumbre sin paralelo de que todaslas órdenes serán ejecutadas; la multiplicidad de las correas de transmisión, la confusión de lajerarquía, afirman la completa independencia <strong>del</strong> dictador respecto de todos sus inferiores y hacenposibles <strong>los</strong> rápidos y sorprendentes cambios de política por <strong>los</strong> que se ha hecho famoso el<strong>totalitarismo</strong>. El cuerpo político <strong>del</strong> país se halla a prueba de choques por obra de su falta deconformación.Las razones por las que jamás fue anteriormente ensayada tan extraordinaria eficiencia son tansimples como el mismo recurso. La multiplicación de organismos destruye todo sentido deresponsabilidad y competencia; no supone tan sólo un aumento tremendamente abrumador eimproductivo de la Administración, sino que realmente obstaculiza la productividad, porque las54 Compárese con la contribución de la autora al debate <strong>del</strong> problema de la culpabilidad alemana: «Organized Guilt», enJewish Frontier, enero de 1945.55 En un discurso pronunciado el 23 de noviembre de 1939, cita de Trial of Major War Criminels, vol. 26, p. 332. Queesta afirmación era más que una casual aberración histérica, resulta evidente gracias al discurso de Himmler (latranscripción estenográfica puede hallarse en <strong>los</strong> archivos de la Biblioteca Hoover, carpeta Himmler, legajo 332) en laconferencia de jefes en Posen en marzo de 1944. Dijo: «¿Qué valores podemos colocar en las escalas de la Historia? Elvalor de nuestro pueblo... El segundo, y yo diría que aún más grande valor, es la persona única de nuestro Führer AdolfHitler..., que, por vez primera al cabo de dos mil años..., fue enviado a la raza germánica como un gran jefe...»56 Véanse las declaraciones de Hitler sobre esta cuestión en Hitlers Tischgespriiche, pp. 253 y ss. y 222 y ss.: El nuevoFührer tendría que ser elegido por un «senado»; el principio determinante para la elección <strong>del</strong> Führer debe ser el de queno se interrumpiera ningún debate entre las personalidades participantes en la elección durante la duración <strong>del</strong> proceso.En un plazo de tres horas, la Wehrmacht, el partido y todos <strong>los</strong> funcionarios civiles tendrían que prestar nuevojuramento. «No se hacía ilusiones sobre el hecho de que en esta elección <strong>del</strong> jefe supremo <strong>del</strong> Estado pudiera nohallarse siempre al timón <strong>del</strong> Reich una relevante personalidad de Führer.» Pero esto no suponía un peligro, «mientrasque la maquinaria general funcione adecuadamente».

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