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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 132movimiento perpetuo, resultó quebrantado el talante específicamente optimista de la ideología <strong>del</strong>progreso. No es que nadie comenzara a dudar de la irresistibilidad <strong>del</strong> proceso mismo, sino quemuchas personas comenzaron a ver lo que había asustado a Cecil Rhodes: que la condición humanay las limitaciones <strong>del</strong> globo constituían un serio obstáculo a un proceso que era incapaz de detenersey de estabilizarse, y que por eso sólo podía iniciar una serie de destructivas catástrofes una vez quehubiera alcanzado estos límites.En la época imperialista una fi<strong>los</strong>ofía <strong>del</strong> poder se convirtió en la fi<strong>los</strong>ofía de la élite, querápidamente descubrió y estaba completamente dispuesta a reconocer que la sed de poder sólo podíaapagarse mediante la destrucción. Esta fue la causa esencial de su nihilismo (especialmente evidenteen Francia al finalizar el siglo XIX y en Alemania en la década de <strong>los</strong> veinte de este siglo) quesustituyo la superstición <strong>del</strong> progreso con la superstición igualmente vulgar de la ruina, y predicó elaniquilamiento automático con el mismo entusiasmo con que <strong>los</strong> fanáticos <strong>del</strong> progreso automáticohabían predicado la irresistibilidad de las leyes económicas. Hobbes, el gran idólatra <strong>del</strong> éxito,había necesitado tres sig<strong>los</strong> para triunfar. Este retraso fue en parte debido a que la Revoluciónfrancesa, con su concepción <strong>del</strong> hombre como elaborador de leyes y como citoyen, casi llegó aevitar que la burguesía desarrollara su noción de la Historia como un progreso necesario. Perotambién en parte por las implicaciones revolucionarias de la Comunidad, por su temeraria rupturacon la tradición occidental, que Hobbes no logró advertir.Cada hombre y cada pensamiento que no se conforma al objetivo último de una máquina cuyoúnico objetivo es la generación y la acumulación de poder es una molestia peligrosa. Hobbesjuzgaba que <strong>los</strong> libros de <strong>los</strong> «antiguos griegos y romanos» eran tan «perjudiciales» como lasenseñanzas de un «Summum bonum (cristiano)... tal como (fueron) expresadas en <strong>los</strong> libros de <strong>los</strong>antiguos filósofos moralistas» o la doctrina según la cual «todo lo que un hombre haga contra suconciencia es pecado» y la que afirma que «las leyes son las normas de lo justo y de lo injusto». Laprofunda desconfianza de Hobbes hacia toda la tradición occidental de pensamiento político no nossorprenderá si recordamos que no quería nada más ni nada menos que la justificación de la tiranía,que, aunque había existido muchas veces en la historia occidental, jamás había sido honrada conuna base fi<strong>los</strong>ófica. Hobbes se siente orgul<strong>los</strong>o de reconocer que el Leviathan equivale realmente aun gobierno de permanente tiranía: «El nombre de tiranía no significa nada más ni nada menos queel nombre de soberanía...; creo que la tolerancia hacia el odio profesado a la tiranía es una toleranciahacia el odio profesado a la Comunidad en general...»Como Hobbes era un filósofo, podía ya advertir en la elevación de la burguesía todas lascualidades antitradicionalistas de la nueva clase que necesitarían más de trescientos años paradesarrollarse completamente. A su Leviathan no le preocupaba la ociosa especulación acerca denuevos principios políticos o la antigua búsqueda de la razón como gobierno de la comunidad de <strong>los</strong>hombres; se limitaba a realizar una «estimación de las consecuencias» que surgen de la elevación enla sociedad de una nueva clase cuya existencia estaba esencialmente ligada a la propiedad comomedio dinámico y productor de nueva propiedad. La llamada acumulación de capital que dionacimiento a la burguesía cambio la misma concepción de la propiedad y de la riqueza: ya nofueron consideradas resultado de la acumulación y de la adquisición, sino comienzos de éstas; lariqueza se convirtió en un inacabable proceso de hacerse más rico. La clasificación de la burguesíacomo clase poseedora sólo es superficialmente correcta, porque una de las características de estaclase ha sido la de que podía pertenecer a ella todo el que concibiera la vida como un proceso dehacerse perpetuamente cada vez más rico y considerara al dinero como algo sacrosanto que bajoninguna circunstancia debería llegar a ser género de consumo.La propiedad por sí misma, sin embargo, está sujeta al uso y al consumo y por eso disminuyeconstantemente. La forma más radical de posesión y la única segura es la destrucción, porque sólolo que hemos destruido es segura y perpetuamente nuestro. Los dueños de propiedades que noconsumen, sino que anhelan ampliar sus pertenencias continuamente, encuentran una limitaciónmuy inconveniente: el hecho infortunado de que <strong>los</strong> hombres tienen que morirse. La muerte es laverdadera razón por la que la propiedad y la adquisición nunca pueden convertirse en un auténticoprincipio político. Un sistema social esencialmente basado en la propiedad no puede posiblemente

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