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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 354nuestra capacidad de comprensión. Tratamos de clasificar como criminal a algo para lo que, comotodos sentimos, no había sido concebida semejante categoría. ¿Qué significado tiene el concepto deasesinato cuando nos enfrentamos con la producción en masa de cadáveres? Tratamos decomprender el comportamiento psicológico de <strong>los</strong> internados en <strong>los</strong> campos de concentración y de<strong>los</strong> hombres de las SS, cuando lo que debe comprenderse es que el verdadero espíritu puede serdestruido sin llegar siquiera a la destrucción física <strong>del</strong> hombre; y que, desde luego, el espíritu, elcarácter y la individualidad, bajo determinadas circunstancias, sólo parecen expresarse por larapidez o la lentitud con la que se desintegran 130 En cualquier caso, el resultado final es el hombreinanimado, es decir, el hombre que ya no puede ser psicológicamente comprendido y cuyo retornoal mundo psicológicamente humano o inteligiblemente humano de otra forma, se pareceestrechamente a la resurrección de Lázaro. Todas las declaraciones <strong>del</strong> sentido común, tanto si sonde naturaleza psicológica como sociológica, sirven sólo para animar a aquel<strong>los</strong> que sólo consideranlo «superficial» de la «vida en el horror» 131 .Si es cierto que <strong>los</strong> campos de concentración son la institución más consecuente de ladominación totalitaria, la «vida en el horror» parecería indispensable para la comprensión <strong>del</strong><strong>totalitarismo</strong>. Pero la reminiscencia no puede lograr más de lo que logra el incomunicativo relato deun testigo ocular. En ambos casos existe una tendencia inherente a apartarse de la experiencia;instintiva o racionalmente, ambos tipos de relatos denotan la conciencia <strong>del</strong> abismo que separa almundo de <strong>los</strong> vivos <strong>del</strong> de <strong>los</strong> muertos vivos, de no poder proporcionar más que una serie de hechosrecordados que parecen tan increíbles a aquel<strong>los</strong> que <strong>los</strong> relatan como a quienes les escuchan. Sólopueden permitirse seguir pensando en esos horrores las temerosas imaginaciones de aquel<strong>los</strong> que sehan sentido conmovidos por semejantes hechos, pero que no <strong>los</strong> han sufrido en su propia carne, deaquel<strong>los</strong> que, en consecuencia, se ven libres <strong>del</strong> terror bestial y desesperado que, cuando uno seenfrenta con el terror presente y real, paraliza inexorablemente todo lo que no sea una simplereacción. Tales pensamientos resultan útiles sólo para la percepción de <strong>los</strong> contextos politicos ypara la movilización de las pasiones políticas. La verdadera experiencia <strong>del</strong> horror, más que lareflexión sobre tales horrores, es la que realmente puede determinar un cambio de personalidad decualquier clase que sea. La reducción de un hombre a un haz de reacciones le separa tanradicalmente como una enfermedad mental de todo lo que dentro de él es personalidad o carácter.Cuando, como Lázaro, surge de <strong>los</strong> muertos, halla su personalidad o carácter inalterados, justocomo él <strong>los</strong> dejó.De la misma manera que el horror, o la vida en el horror, no puede provocar en <strong>los</strong> hombres uncambio de carácter, no pueden hacer a <strong>los</strong> hombres mejores o peores, tampoco pueden convertirseen la base de una comunidad o de un partido en su sentido más estrecho. Los intentos de construiruna élite europea con un programa de comprensión intraeuropea basada en la experiencia comúneuropea de <strong>los</strong> campos de concentración fracasaron de la misma manera que <strong>los</strong> intentos quesiguieron a la primera guerra mundial para extraer conclusiones políticas de la experienciainternacional de la generación <strong>del</strong> frente. En ambos casos resultó que las mismas experienciassolamente podían comunicar banalidades nihilistas 132 . Las consecuencias políticas, tales como elpacifismo de la posguerra, por ejemplo, se derivaban <strong>del</strong> temor general a la guerra, no de laexperiencia de la guerra. En lugar de producir un pacifismo desprovisto de realidad, la percepciónde la estructura de las guerras modernas, guiadas y movilizadas por el miedo, podía haberconducido a la comprensión de que la única norma para una guerra necesaria es la lucha contra lascondiciones bajo las cuales la gente ya no desea vivir, y nuestra experiencia sobre el infiernoatormentador de <strong>los</strong> campos totalitarios nos ha ilustrado muy bien acerca de la posibilidad de130 ROUSSET, op. cit., p. 587.131 Véase GEORGES BATAILLE, en Critique, enero de 1948, p. 72.132 El libro de Rousset contiene muchos de tales «atisbos» sobre la «naturaleza» humana, basados principalmente en laobservación de que al cabo de un cierto tiempo la mentalidad de <strong>los</strong> internados es difícilmente distinguible de la de <strong>los</strong>guardias <strong>del</strong> campo.

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