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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 24el que advirtiera antes que sus colegas las consecuencias de esta situación. Pero, cualesquiera quefuesen sus motivos, las consecuencias de este desplazamiento de la importancia desde la policía a<strong>los</strong> militares dentro <strong>del</strong> juego por el poder tuvieron una gran repercusión. Es cierto que lasuperioridad de la policía secreta sobre el aparato militar constituye característica determinante demuchas tiranías y no sólo de la totalitaria; pero en el caso <strong>del</strong> Gobierno totalitario la preponderanciade la policía no responde simplemente a la necesidad de reprimir a la población en el país, sino queencaja con la reivindicación ideológica a una dominación mundial. Porque es evidente que quienesconsideran a toda la Tierra como su futuro territorio reforzarán el órgano de la violencia domésticay dominarán el territorio conquistado con métodos y personal policíacos más que con el Ejército.Así, <strong>los</strong> nazis emplearon esencialmente sus tropas SS como fuerza de policía para la dominación eincluso la conquista de territorios extranjeros, con el propósito final de amalgamar el Ejército y lapolicía bajo la dirección de las SS.Además, el significado de este cambio en el equilibrio <strong>del</strong> poder se había manifestadoanteriormente con ocasión de la represión por la fuerza de la revolución húngara. El sangrientoaplastamiento de la revolución, terrible y efectivo como fue, había sido realizado por unidades <strong>del</strong>Ejército regular y no por tropas de la policía, y la consecuencia fue que en manera alguna constituyóuna típica solución staliniana. Aunque la operación militar fue seguida por la ejecución de <strong>los</strong>dirigentes y el encarcelamiento de millares de personas, no hubo una deportación general <strong>del</strong>pueblo; en realidad, no se realizó intento de despoblar el país. Y como ésta era una operaciónmilitar y no una operación policíaca, <strong>los</strong> soviéticos pudieron permitirse el enviar ayuda suficiente alpaís derrotado para impedir el hambre generalizada y para conjurar el completo colapso de laeconomía en el año que siguió a la revolución. Nada, seguramente, hubiera estado más lejos de lamente de Stalin en circunstancias parecidas.El más claro signo de que la Unión Soviética ya no puede ser denominada totalitaria en elsentido estricto <strong>del</strong> término es, desde luego, la sorprendentemente ligera y rápida recuperación <strong>del</strong>as artes durante la última década. En realidad, <strong>los</strong> esfuerzos por rehabilitar a Stalin y por detenerlas crecientes demandas orales de libertad de expresión y de pensamiento entre estudiantes,escritores y artistas se repiten una y otra vez, pero ninguno de el<strong>los</strong> ha tenido éxito ni es probableque lo tenga sin un completo restablecimiento <strong>del</strong> terror y de la dominación policíaca. Es indudableque al pueblo de la Unión Soviética le son negadas todas las formas de libertad política, no sólo lalibertad de asociación, sino la libertad de pensamiento, de opinión y de pública expresión. Parececomo si nada hubiese cambiado, mientras que en realidad ha cambiado todo. Cuando Stalin murió,las gavetas de escritores y artistas se hallaban vacías; hoy existe toda una literatura que circula enforma manuscrita, y en <strong>los</strong> estudios de <strong>los</strong> pintores se ensayan todos <strong>los</strong> esti<strong>los</strong> de la pinturamoderna, que llegan a conocerse aunque no sean expuestos. Esto no significa minimizar ladiferencia entre la censura tiránica y la libertad de las artes, es sólo recalcar el hecho de que ladiferencia entre una literatura clandestina y la ausencia de literatura equivale a la diferencia entreuno y cero.Además, el simple hecho de que <strong>los</strong> miembros de la oposición intelectual puedan tener unproceso (aunque sea a puerta cerrada), puedan hacerse oír en presencia <strong>del</strong> tribunal y contar con elapoyo exterior, no confesar nada, sino proclamarse inocentes, demuestra que ya no nos encontramosaquí con la dominación total. Lo que les sucedió a Sinyavsky y a Daniel, <strong>los</strong> dos escritores que enfebrero de 1966 fueron juzgados por haber publicado fuera de la Unión Soviética obras que nopodrían haber publicado dentro, y que fueron sentenciados a siete y cinco años de trabajos forzados,respectivamente, es, desde luego, insultante según todas las normas de justicia en un Gobiernoconstitucional; pero lo que tuvieron que decir fue escuchado en el mundo entero, y no es probableque sea olvidado. No desaparecieron en el agujero <strong>del</strong> olvido que para sus oponentes preparan <strong>los</strong>dirigentes totalitarios. Menos bien conocido, pero quizá aún más convincente, es el hecho de que elpropio y más ambicioso intento de Kruschev de invertir el proceso de destotalitarización concluyóen un completo fracaso. En 1957 presentó una nueva «ley contra <strong>los</strong> parásitos sociales» que hubierapermitido al régimen reintroducir las deportaciones en masa, restablecer <strong>los</strong> trabajos forzados engran escala y —lo que resulta más importante para la dominación total— desencadenar otra oleada

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