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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 370Si consideramos esto en términos de la historia de las ideas, parece extremadamente improbable.Porque las formas de gobierno bajo las que <strong>los</strong> hombres viven han sido muy pocas; fuerontempranamente descubiertas, clasificadas por <strong>los</strong> griegos, y han demostrado ser extraordinariamentelongevas. Si aplicamos estos descubrimientos, cuya idea fundamental, a pesar de las muchasvariaciones, no cambió en <strong>los</strong> dos mil quinientos años que separan a Platón de Kant, sentimosinmediatamente la tentación de interpretar el <strong>totalitarismo</strong> como una forma moderna de tiranía, esdecir, como un Gobierno ilegal en el que el poder es manejado por un solo hombre. Poder arbitrario,irrestringido por la ley, manejado en interés <strong>del</strong> gobernante y hostil a <strong>los</strong> intereses de <strong>los</strong>gobernados, por un lado; el temor como principio de la acción, es decir, el temor <strong>del</strong> dominador alpueblo y el temor <strong>del</strong> pueblo al dominador, por otro lado, han sido las características de la tiranía alo largo de nuestra tradición.En lugar de decir que el Gobierno totalitario carece de precedentes, podríamos decir también queha explotado la alternativa misma sobre la que se han basado en fi<strong>los</strong>ofía política todas lasdefiniciones de la esencia de <strong>los</strong> Gobiernos, es decir, la alternativa entre el Gobierno legal y elilegal, entre el poder arbitrario y el legítimo. Nunca se ha puesto en tela de juicio que el Gobiernolegal y el poder legítimo, por una parte, y la ilegalidad y el poder arbitrario, por otra, secorrespondían y eran inseparables. Sin embargo, la dominación totalitaria nos enfrenta con un tipode Gobierno completamente diferente. Es cierto que desafía todas las leyes positivas, incluso hastael extremo de desafiar aquellas que él mismo ha establecido (como en el caso de la Constituciónsoviética de 1936, por citar sólo el ejemplo más sobresaliente) o de no preocuparse de abolirlas(como en el caso de la Constitución de Weimar, que el Gobierno nazi jamás revocó). Pero no operasin la guía de la ley ni es arbitrario porque afirma que obedece estrictamente a aquellas leyes de laNaturaleza o de la Historia de las que supuestamente proceden todas las leyes positivas.Esta es la monstruosa y sin embargo aparentemente incontestable reivindicación de ladominación totalitaria, que, lejos de ser «ilegal», se remonta a las fuentes de la autoridad de las quelas leyes positivas reciben su legitimación última, que, lejos de ser arbitraria, es más obediente aesas fuerzas suprahumanas de lo que cualquier Gobierno lo fue antes y que, lejos de manejar supoder en interés de un solo hombre, está completamente dispuesta a sacrificar <strong>los</strong> vitales interesesinmediatos de cualquiera a la ejecución de lo que considera ser la ley de la Historia o la ley de laNaturaleza. Su desafío a las leyes positivas afirma ser una forma más elevada de legitimidad, dadoque, inspirada por las mismas fuentes, puede dejar a un lado esa insignificante legalidad. Lailegalidad totalitaria pretende haber hallado un camino para establecer la justicia en la Tierra —algoque reconocidamente jamás podría alcanzar la legalidad de la ley positiva. La discrepancia entre lalegalidad y la justicia jamás puede ser salvada, porque las normas de lo justo y lo injusto en las quela ley positiva traduce su propia fuente de autoridad —«ley natural» que gobierna a todo elUniverso o ley divina revelada en la historia humana, o costumbres y tradiciones que expresan laley común a <strong>los</strong> sentimientos de todos <strong>los</strong> hombres— son necesariamente generales y deben serválidas para un incontable e imprevisible número de casos, de forma tal que cada caso individualconcreto con su irrepetible grupo de circunstancias se escapa a esas normas de alguna manera.La ilegalidad totalitaria, desafiando la legitimidad y pretendiendo establecer el reinado directo <strong>del</strong>a justicia en la Tierra, ejecuta la ley de la Historia o de la Naturaleza sin traducirla en normas de lojusto y lo injusto para el comportamiento individual. Aplica directamente la ley a la Humanidad sinpreocuparse <strong>del</strong> comportamiento de <strong>los</strong> hombres. Se esperó que la ley de la Naturaleza o la ley de laHistoria, si son adecuadamente ejecutadas, produzcan a la Humanidad como su producto final; yesta esperanza alienta tras la reivindicación de dominación global por parte de todos <strong>los</strong> Gobiernostotalitarios. La política totalitaria afirma transformar a la especie humana en una portadora activa einfalible de una ley, a la que de otra manera <strong>los</strong> seres humanos sólo estarían sometidos pasivamentey de mala gana. Si es cierto que el lazo entre <strong>los</strong> países totalitarios y el mundo civilizado quedó rotoa través de <strong>los</strong> monstruosos crímenes de <strong>los</strong> regímenes totalitarios, también es cierto que estacriminalidad no fue debida a la simple agresividad, a la insensibilidad, a la guerra y a la traición,sino a una consciente ruptura de ese consensus iuris que, según Cicerón, constituye a un «pueblo» yque, como ley internacional, ha constituido en <strong>los</strong> tiempos modernos al mundo civilizado en tanto

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