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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 358puro reportaje. Para el observador sin prejuicios, estas imágenes son tan convincentes como lasfotografías de sustancias misteriosas, tomadas en sesiones espiritistas 138 . El sentido comúnreaccionaba ante <strong>los</strong> horrores de Buchenwald y Auschwitz con este argumento plausible: «¡Quécrimen no habrían cometido éstos cuando les hicieron tales cosas! »; o en Alemania y en Austria,entre el hambre, la superpoblación y el odio generalizado: « ¡Lástima que dejáramos de gasear a <strong>los</strong>judíos!»; y en todas partes, con ese escéptico encogimiento de hombros que aguarda a lapropaganda ineficaz.Si la propaganda de la verdad no logra convencer a la persona media porque resulta demasiadomonstruosa, es positivamente peligrosa para aquel<strong>los</strong> que saben por su propia imaginación lo queson capaces de hacer y que por ello se muestran perfectamente deseosos de creer en la realidad de loque han visto. Súbitamente se torna evidente que cosas que durante miles de años la imaginaciónhumana había apartado a un lugar más allá de la competencia humana, pueden ser logradas aquímismo, en la Tierra; que el Infierno y el Purgatorio, e incluso una sombra de su duración perpetua,pueden lograrse mediante <strong>los</strong> más modernos métodos de destrucción y terapia. Para estas personas(que en cualquier gran ciudad son más numerosas de lo que nos gustaría reconocer), el infiernototalitario demuestra sólo que el poder <strong>del</strong> hombre es más grande de lo que se habían atrevido apensar y que el hombre puede hacer realidad diabólicas fantasías sin que el cielo se caiga o la tierrase abra.Estas analogías, repetidas en muchos relatos <strong>del</strong> mundo de <strong>los</strong> moribundos 139 , parecen expresarmás que un desesperado intento de decir lo que está fuera <strong>del</strong> terreno de la expresión humana. Nadadistingue quizá tan radicalmente a las modernas masas de las de sig<strong>los</strong> anteriores como la pérdidade la fe en un Juicio Final: <strong>los</strong> peores han perdido su temor y <strong>los</strong> mejores han perdido su esperanza.Incapaces de vivir sin temor y sin esperanza, estas masas se sienten atraídas por cualquier esfuerzoque parezca prometer la fabricación humana <strong>del</strong> Paraíso que ansiaban y <strong>del</strong> Infierno que temían. Dela misma manera que las características popularizadas de la sociedad sin clases de Marx tienen unaridícula semejanza con la Edad Mesiánica, así la realidad de <strong>los</strong> campos de concentración a nada separece tanto como a las imágenes medievales <strong>del</strong> Infierno.Lo único que no puede reproducirse es lo que hace tolerables al hombre las concepcionestradicionales <strong>del</strong> Infierno: el Juicio Final, la idea de una norma absoluta de justicia combinada conla posibilidad infinita de gracia. Porque en la consideración humana no hay crimen ni pecadoproporcionado a <strong>los</strong> tormentos eternos <strong>del</strong> Infierno. De ahí el desconcierto <strong>del</strong> sentido común, quepregunta: ¿Qué crimen habrán cometido estas perso nas para sufrir tan inhumanamente? De ahí laabsoluta inocencia de las víctimas: ningún hombre se merecía esto. De ahí, finalmente, el grotescoazar por el que son elegidas las víctimas de <strong>los</strong> campos de concentración para el perfecto estado deterror: semejante «castigo» puede ser infligido a cualquiera, con igual justicia e injusticia.En comparación con el insano resultado final —la sociedad <strong>del</strong> campo de concentración—, elproceso por el que <strong>los</strong> hombres son preparados para este fin y <strong>los</strong> métodos por <strong>los</strong> que <strong>los</strong>individuos son adaptados a estas condiciones resultan transparentes y lógicos. La insana fabricaciónen masa de cadáveres es precedida por la preparación histórica y políticamente inteligible de <strong>los</strong>cuerpos vivos. El impulso y, lo que es más importante, el tácito asentimiento a semejantescondiciones sin precedentes, son producto de aquel<strong>los</strong> acontecimientos que en el período dedesintegración política, repentina e inesperadamente, dejaron a centenares de miles de seres138 Es de alguna importancia comprender que todas las imágenes de <strong>los</strong> campos de concentración resultan engañosas entanto que muestran a <strong>los</strong> campos en sus últimas fases, en el momento en que entraban las tropas aliadas. No existíancampos de la muerte en la propia Alemania y todo eI equipo de exterminio había sido ya desmantelado. Por otra parte,lo que provocó el horror de <strong>los</strong> aliados principalmente y lo que da a las películas su horror especial —es decir, la vistade <strong>los</strong> esqueletos humanos— no era en absoluto típico de <strong>los</strong> campos de concentración alemanes; el exterminio erasistemáticamente realizado por gas, no por hambre. La condición de <strong>los</strong> campos era resultado de <strong>los</strong> acontecimientosbélicos durante <strong>los</strong> últimos meses: Himmler había ordenado la evacuación de todos <strong>los</strong> campos de exterminio en elEste; en consecuencia, <strong>los</strong> campos alemanes se veían abarrotados y él carecía ya de poder para asegurar el suministro dealimentos en Alemania.139 ROUSSET, op. cit., passim, subrayó que la vida en un campo de concentración era, simplemente, un proceso deprolongación de la agonía.

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