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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 288Setenta, cuando, según una antigua leyenda, setenta autores, cada uno aisladamente, lograron unaversión idéntica <strong>del</strong> Antiguo Testamento. El sentido común puede aceptar el hecho sólo comoleyenda o como milagro; pero puede aducirse también como prueba de la absoluta fi<strong>del</strong>idad de cadapalabra <strong>del</strong> texto traducido.En otros términos, mientras que es cierto que las masas se sienten obsesionadas por un deseo deescapar de la realidad porque en razón de su desarraigo esencial no pueden soportar sus aspectosaccidentales e incomprensibles, también es cierto que su anhelo por la ficción tiene alguna relacióncon algunas capacidades de la mente humana cuya consistencia estructural es superior al simpleincidente. La evasión de la realidad por parte de las masas es un veredicto contra el mundo en el quese ven forzadas a vivir y en el que no pueden existir, dado que la coincidencia se ha convertido en eldueño supremo y <strong>los</strong> seres humanos necesitan la transformación constante de las condicionescaóticas y accidentales en un molde fabricado por el hombre y de relativa consistencia. La rebeliónde las masas contra el «realismo», el sentido común y todas «las plausibilidades <strong>del</strong> mundo»(Burke) fue el resultado de su atomización, de su pérdida de status social, junto con el queperdieron todo el sector de relaciones comunales en cuyo marco tiene sentido el sentido común. Ensu situación de desraizamiento espiritual y social, ya no puede funcionar una medida percepción <strong>del</strong>a interdependencia entre lo arbitrario y lo planeado, lo accidental y lo necesario. La propagandatotalitaria puede atentar vergonzosamente contra el sentido común sólo donde el sentido común haperdido su validez. Ante la alternativa de enfrentarse con el crecimiento anárquico y la arbitrariedadtotal de la decadencia o inclinarse ante la más rígida consistencia fantásticamente ficticia de unaideología, las masas elegirán probablemente lo último y estarán dispuestas a pagar el precio consacrificios individuales; y ello no porque sean estúpidas o malvadas, sino porque en el desastregeneral esta evasión les otorga un mínimo de respeto propio.Mientras que fue especialidad de la propaganda nazi aprovecharse <strong>del</strong> anhelo de consistencia <strong>del</strong>as masas, <strong>los</strong> métodos bolcheviques, como si se aplicaran en un laboratorio, han demostrado suimpacto sobre el hombre-masa aislado. La policía secreta soviética, tan dispuesta a convencer a susvíctimas de su culpabilidad por <strong>del</strong>itos que jamás cometieron y que en muchos casos no podíancometer, aísla y elimina completamente a todos <strong>los</strong> factores reales, de forma tal que la verdaderalógica, la verdadera consistencia de «la historia» contenida en la confesión preparada, se tornaabrumadora. En una situación en donde la línea divisoria entre la ficción y la realidad quedaenturbiada por la monstruosidad y la consistencia interna de la acusación, para resistirse a latentación de someterse a la simple posibilidad abstracta de culpa, no sólo se necesita la fuerza decarácter para soportar constantes amenazas, sino una gran confianza en la existencia de sereshumanos semejantes —parientes, amigos o vecinos— que no crean nunca en esa «historia».En realidad, este caso extremo de insania artificialmente fabricada sólo puede lograrse en unmundo totalitario. Entonces, sin embargo, forma parte <strong>del</strong> aparato propagandístico de <strong>los</strong> regímenestotalitarios, para quienes las confesiones no son indispensables para el castigo. Las «confesiones»son una especialidad de la propaganda bolchevique en la misma medida en que lo fue de lapropaganda nazi la curiosa pedantería por legalizar <strong>los</strong> <strong>del</strong>itos mediante una legislaciónretrospectiva y retroactiva. En ambos casos el objetivo es la consistencia.Antes de conquistar el poder y de establecer un mundo conforme a sus doctrinas, <strong>los</strong>movimientos conjuran un ficticio mundo de consistenciaque es más adecuado que la misma realidada las necesidades de la mente humana; un mundo en el que, a través de la pura imaginación, lasmasas desraizadas pueden sentirse como si estuvieran en su casa y hallarse protegidas contra <strong>los</strong>interminables shocks que la vida real y las experiencias reales imponen a <strong>los</strong> seres humanos y a susesperanzas. La fuerza que posee la propaganda totalitaria —antes de que <strong>los</strong> movimientos tengan elpoder de dejar caer telones de acero para impedir que nadie pueda perturbar con la más nimiarealidad la terrible tranquilidad de un mundo totalmente imaginario— descansa en su capacidad deaislar a las masas <strong>del</strong> mundo real. Los únicos signos que el mundo real todavía ofrece a lacomprensión de las masas no integradas y desintegrantes —a las que cada nuevo golpe de malasuerte torna aún más incrédulas— son, por así decirlo, sus lagunas, las cuestiones que no se atreve a

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