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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 114Démange, fue obligado a basar su alegato en la cuestión de la duda. Se esperaba por eso ahogarmediante un diluvio de cumplidos cualquier posible ataque <strong>del</strong> Ejército o de sus oficiales. La ideaera que el camino real hacia la absolución estribaba en pretender que todo se limitaba a laposibilidad de un error judicial, cuya víctima había llegado a ser por casualidad un judío. Elresultado fue un segundo veredicto y el hecho de que Dreyfus, negándose a enfrentarse con laverdadera cuestión, fue inducido a renunciar a una revisión y a formular una petición de clemencia,es decir, a reconocerse culpable 95 . Los judíos no advirtieron que lo que estaba implicado en todo elcaso era una lucha organizada contra el<strong>los</strong> en un frente político. Por eso se resistieron a aceptar lacooperación de hombres que se hallaban preparados para hacer frente al reto sobre esta base. Laceguera de su actitud se advierte claramente en el caso de Clemenceau. La pugna de Clemenceaupor la justicia como cimiento <strong>del</strong> Estado abarcaba ciertamente la restauración de la igualdad dederechos para <strong>los</strong> judíos. Pero en una época de lucha de clases, por una parte, y de crecientepatrioterismo, por otra, habría seguido siendo una abstracción política si no hubiera sido concebidaal mismo tiempo en sus reales términos de lucha de <strong>los</strong> oprimidos contra sus opresores. Clemenceaufue uno de <strong>los</strong> pocos amigos verdaderos que ha conocido la judería moderna, porque consideraba yproclamaba ante el mundo que <strong>los</strong> judíos eran uno de <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> oprimidos de Europa. Elantisemitismo tiende a ver en el advenedizo judío un paria; en consecuencia, ve a un Rothschild encada buhonero y en cada schnorrer a un arribista. Pero Clemenceau, en su ardiente pasión por lajusticia, todavía veía a <strong>los</strong> Rothschild como miembros de un pueblo oprimido. Su angustia por elinfortunio nacional de Francia abrió sus ojos y su corazón incluso a aquel<strong>los</strong> «infortunados que sepresentan como líderes de su pueblo e inmediatamente le dejan en la estacada», a aquel<strong>los</strong>elementos acobardados y sometidos que, en su ignorancia, su debilidad y su temor, se sienten tandeslumbrados de admiración hacia el más fuerte como para excluirle de asociación en cualquierlucha activa y que son capaces de «correr en ayuda <strong>del</strong> vencedor» sólo cuando la batalla ha sidoganada. 966. EL PERDÓN Y SU SIGNIFICADOSólo en el último acto se hizo evidente que el drama de Dreyfus era una comedia. El deus exmachina que unió al dividido país, que hizo que el Parlamento se tornara favorable a una revisión yque finalmente reconcilió a <strong>los</strong> elementos opuestos <strong>del</strong> pueblo, desde la extrema derecha a <strong>los</strong>socialistas, no fue nada más que la Exposición de París de 1900. Lo que no habían conseguido <strong>los</strong>editoriales diarios de Clemenceau, el pathos de Zola, <strong>los</strong> discursos de Jaurès y el odio popular haciael clero y la aristocracia, es decir, un giro <strong>del</strong> sentimiento parlamentario en favor de Dreyfus, fue alfinal realidad por el temor a un boicot. El mismo Parlamento que un año antes había rechazadounánimemente una revisión, ahora, por una mayoría de <strong>los</strong> dos tercios, aprobaba un voto de censuraa un Gobierno anti-Dreyfus. En julio de 1899 llegó al poder el Gabinete de Waldeck-Rousseau. Elpresidente Loubet perdonó a Dreyfus y liquidó el asunto. La Exposición pudo inaugurarse bajo elmás brillante de <strong>los</strong> cie<strong>los</strong> comerciales y se registró una confraternización general: incluso <strong>los</strong>socialistas se tornaron elegibles para <strong>los</strong> puestos gubernamentales; Millerand, el primer socialistaque llegaba a ministro en Europa, recibió la cartera de Comercio.¡El Parlamento, convertido en campeón de Dreyfus! Este era el resultado final. ParaClemenceau, desde luego, constituyó una derrota. Ante ese amargo epílogo denunció el ambiguoperdón y la amnistía aún más ambigua. «Todo lo que se ha hecho —escribió Zola— es hacinar95 Véase, de FERNAND LABORI, «Le mal politique et les partis», en La Grande Revue (octubre-diciembre de 1901):«En Rennes, desde el momento en que el acusado se declaró culpable y el abogado renunció a recurrir por la esperanzade conseguir un perdón, el caso Dreyfus como gran cuestión universal y humana, quedó definitivamente cerrado.» Ensu artículo titulado «Le Spectacle du Jour», ClemenCeau habla de <strong>los</strong> judíos de Argel, «en cuyo favor Rothschild noformuló la más mínima protesta».96 Véanse <strong>los</strong> artícu<strong>los</strong> de CLEMENCEAU titulados «Le Spectacle du Jour», «Et les Juifs!», «La Farce du Syndicat» y«Encore les Juifs», en L’Iniquité.

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