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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 53representantes <strong>del</strong> «sistema de Manchester aplicado hasta sus últimos extremos» 38 , aunque nadadistaba tanto de la verdad.Este resentimiento, más bien derivado, que hallamos primero en ciertos escritores conservadores,quienes ocasionalmente combinaban un ataque a la burguesía con un ataque a <strong>los</strong> judíos, recibió ungran estímulo cuando <strong>los</strong> que habían esperado una ayuda <strong>del</strong> Gobierno o confiado en milagrostuvieron que aceptar la más que dudosa ayuda de <strong>los</strong> banqueros. Para el pequeño comerciante, elbanquero parecía ser el mismo tipo de explotador que el propietario de una gran empresa industrialera para el trabajador. Pero mientras que <strong>los</strong> trabajadores europeos, por su propia experiencia y poruna educación marxista en economía, sabían que el capitalista cumplía la doble función deexplotarles y de darles la oportunidad de producir, el pequeño comerciante no había hallado nadaque le ilustrara acerca de su destino social y económico. Su condición era aún peor que la <strong>del</strong>trabajador, y, basándose en su experiencia, consideraba al banquero un parásito y un usurero al quetenía que convertir en su silencioso socio, aunque este banquero, en contraste con el fabricante,nada tenía que ver con su actividad. No es difícil de comprender que un hombre que dedica sudinero exclusiva y directamente a la finalidad de procrear más dinero pueda ser odiado másintensamente que el que obtiene su beneficio a través de un largo y complicado proceso deproducción. Como en aquella época nadie pensaba en el crédito si podía evitarlo —y, desde luego,no eran <strong>los</strong> pequeños comerciantes quienes pensaban en el crédito precisamente—, <strong>los</strong> banquerosparecían, no <strong>los</strong> explotadores de la clase trabajadora y de la capacidad productiva, sino <strong>del</strong>infortunio y de la miseria.Muchos de estos banqueros eran judíos, y, lo que resulta aún más importante, la figura general<strong>del</strong> banquero poseía por razones históricas definidos rasgos judíos. De esta forma el movimientoizquierdista de la clase media inferior y toda la propaganda contra el capital bancario acabaronsiendo más o menos antisemitas, evolución de escasa importancia en la Alemania industrial, pero degran significado en Francia y, en menor grado, en Austria. Durante cierto tiempo pareció como si<strong>los</strong> judíos fueran a enfrentarse por vez primera en un conflicto directo con otra clase sininterferencia <strong>del</strong> Estado. Dentro <strong>del</strong> marco de la Nación-Estado, en la que la función <strong>del</strong> Gobiernoera más o menos definida por su posición dominante sobre las clases en competencia, semejantechoque podría haber sido una posible, aunque peligrosa, manera de normalizar la posición judía.A este elemento socioeconómico se añadió rápidamente otro que a la larga resultó ser másamenazador. La posición de <strong>los</strong> judíos como banqueros no dependía de sus préstamos a modestosindividuos en apuros, sino primariamente de la emisión de <strong>los</strong> empréstitos estatales. Los pequeñosp réstamos eran confiados a otros judíos de menor importancia, que de esta manera se preparabanpara iniciar las carreras más prometedoras de sus hermanos más acaudalados y honorables. Elresentimiento social de la clase media inferior contra <strong>los</strong> judíos se transformó en un muy exp<strong>los</strong>ivoe lemento político, porque se creía que estos judíos intensamente odiados avanzaban por el caminoque conduce al poder. ¿Acaso no eran demasiado bien conocidos por sus relaciones con el Gobiernoen otros aspectos? El odio social y económico, por otra parte, reforzaba el argumento político conuna violencia de la que hasta entonces había carecido.Friedrich Engels observó una vez que <strong>los</strong> protagonistas <strong>del</strong> movimiento antisemita de su tiempoeran nobles, y su coro, el aullante populacho de la pequeña burguesía. Esto no es cierto solamentepor lo que se refiere a Alemania, sino también por lo que atañe al socialismo cristiano de Austria y a<strong>los</strong> antidreyfusards de Francia. En todos estos casos, la aristocracia, en una desesperada y últimalucha, trató de aliarse con las fuerzas conservadoras de las Iglesias —la Iglesia católica en Austria yen Francia, y la Iglesia protestante en Alemania— bajo el pretexto de luchar contra el liberalismocon las armas <strong>del</strong> cristianismo. El populacho era sólo un medio para reforzar su posición, para dar asus voces una mayor resonancia. Es obvio que ni podían ni querían organizar al populacho y que lohubieran rechazado una vez logrado su objetivo. Pero descubrieron que <strong>los</strong> slogans antisemitasresultaban muy efectivos en la movilización de grandes estratos de la población.38 OTTO GLAGAU, Der Bankrott des Nationalliberalismus und die Reaktion, Berlin, 1878. Der Boersen- undGruendungsschwin<strong>del</strong>, 1876, <strong>del</strong> mismo autor, es uno de <strong>los</strong> más importantes panfletos antisemitas de la época.

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