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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 167descubrir la relación social entre el vicio y el <strong>del</strong>ito; aquí vemos también a la alta sociedadenamorada de su propia hampa y al sentimiento <strong>del</strong>ictivo realzado cuando, por una civilizadafrialdad, la evitación de un «esfuerzo innecesario» y las buenas maneras, se le permite crear unaatmósfera viciosa y refinada en torno de sus <strong>del</strong>itos. Este refinamiento, verdadero contraste entre labrutalidad <strong>del</strong> <strong>del</strong>ito y la forma de realizarlo, se convierte en el puente de profunda comprensiónentre él mismo y el perfecto caballero. Pero lo que, al fin y al cabo, tardó décadas en lograrse enEuropa, por obra <strong>del</strong> efecto de freno de <strong>los</strong> valores sociales y éticos, explotó con la rapidez de uncortocircuito en el mundo fantasmal de la aventura colonial.Al margen de todo freno social y de toda hipocresía, contra el telón de fondo de la vida nativa, elcaballero y el <strong>del</strong>incuente sintieron no sólo la proximidad de hombres que compartían el mismocolor de piel, sino el impacto de un mundo de infinitas posibilidades para <strong>los</strong> <strong>del</strong>itos cometidos en elespíritu <strong>del</strong> juego, para la combinación de horror y de risa, es decir, para la completa realización desu propia existencia espectral. La vida nativa prestaba a estos acontecimientos fantasmales unaaparente garantía contra todas las consecuencias, porque, de cualquier manera, parecía a estoshombres como un «simple juego de sombras. Un juego de sombras por el que la raza dominantepodía pasar sin sentirse afectada ni interesada por la prosecución de sus incomprensibles objetivos ynecesidades».El mundo de <strong>los</strong> salvajes nativos eran un escenario perfecto para hombres que habían escapado ala realidad de la civilización. Bajo un sol implacable, rodeados por una naturaleza enteramentehostil, se enfrentaban con seres humanos que, viviendo sin el futuro de un objetivo y sin el pasadode un logro, resultaban tan incomprensibles como <strong>los</strong> asilados de un manicomio. «El hombreprehistórico nos insultaba, nos alababa, nos daba la bienvenida —¿Quién podría decirlo?,Estábamos aislados de la comprensión de lo que nos rodeaba; nos deslizábamos como fantasma,sorprendidos y secretamente asustados, como estarían unos hombres cuerdos ante un repentinoestallido en una casa de locos. No podíamos comprender, porque estábamos demasiado lejos, nipodíamos recordar, porque estábamos viajando por la noche de las primeras edades, de aquellasedades que se fueron, dejando apenas un signo y ningún recuerdo. La Tierra no parecía terrestre... y<strong>los</strong> hombres... no, no eran inhumanos. Bien, ya saben, esto era lo peor de todo— esa sospecha deque no eran inhumanos. Nos sobrevino lentamente. Aullaban y brincaban, se retorcían y hacíangestos horribles; pero lo que más nos estremecía era precisamente el pensamiento de su humanidad—como la de ustedes—, el pensamiento de un remoto parentesco con este salvaje y apasionadobullicio» («Heart of Darkness»).Es extraño que, históricamente hablando, la existencia de <strong>los</strong> «hombres prehistóricos» tuviera tanescasa influencia en el hombre occidental antes de la rebatiña por África. Es bien sabido, sinembargo, que nada sucedió mientras que las tribus salvajes, superadas en número por <strong>los</strong> colonoseuropeos, fueron exterminadas; mientras que multitudes de negros fueron enviados como esclavos a<strong>los</strong> Estados Unidos, un mundo determinado por Europa, e incluso mientras que sólo fueronindividuos aislados <strong>los</strong> que penetraron en el interior <strong>del</strong> continente negro donde <strong>los</strong> salvajes eransuficientemente abundantes como para constituir un mundo propio, un mundo de locura al que elaventurero europeo añadió la locura de la caza <strong>del</strong> marfil. Muchos de estos aventurerosenloquecieron en las silenciosas asperezas de un continente superpoblado donde la presencia deseres humanos únicamente subrayaba una profunda soledad y donde una Naturaleza virgen yabrumadoramente hostil, que nadie se había tomado la molestia de convertir en paisaje humano,parecía esperar con sublime paciencia «la conclusión de la fantástica invasión» <strong>del</strong> hombre. Peroaquellas locuras siguieron siendo experiencias individuales y sin consecuencias.Esto cambió con <strong>los</strong> hombres que llegaron durante la rebatiña por África. Ya no eran individuosaislados; «Toda Europa había contribuido a su elaboración». Se concentraron en la parte meridional<strong>del</strong> continente, donde se reunieron con <strong>los</strong> boers, una astilla holandesa que había sido casi olvidadapor Europa, pero que ahora servía como introducción natural al resto de <strong>los</strong> nuevos territorios. Larespuesta de <strong>los</strong> hombres superfluos estuvo considerablemente determinada por la respuesta <strong>del</strong>único grupo europeo que, en completo aislamiento, había tenido que vivir en un mundo de negrossalvajes.

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