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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 253CAPÍTULO XUNA SOCIEDAD SIN CLASES1. LAS MASASNada resulta más característico de <strong>los</strong> movimientos totalitarios en general y de la calidad de lafama de sus dirigentes en particular como la sorprendente celeridad con la que son olvidados y lasorprendente facilidad con que pueden ser reemplazados. Lo que Stalin logró laboriosamentedespués de muchos años y a través de ásperas luchas partidistas y de vastas concesiones al menos alnombre de su predecesor —principalmente, para autolegitimarse como heredero político de Lenin—, <strong>los</strong> sucesores de Stalin procuraron lograrlo sin concesiones al nombre de su predecesor, aunqueStalin había tenido treinta años para la tarea y pudo manejar un aparato propagandísticodesconocido en tiempos de Lenin para inmortalizar su nombre. Lo mismo cabe decir de Hitler, quedurante su vida ejerció una fascinación ante la que, según se dice, nadie se hallaba inmune 1 , y quetras su derrota y muerte ha quedado hoy tan profundamente olvidado que escasamente desempeñapapel alguno entre <strong>los</strong> grupos neofascistas y neonazis de la Alemania de la posguerra. Estaimpermanencia tiene, sin duda, algo que ver con la proverbial volubilidad de las masas y de la famaque al respecto se le atribuye; pero muy probablemente puede remontarse a la manía <strong>del</strong>desplazamiento perpetuo de <strong>los</strong> movimientos totalitarios, que sólo pueden hallarse en el podermientras estén en marcha y pongan en movimiento a todo lo que haya en torno de el<strong>los</strong>. Por eso, enun cierto sentido, esta misma impermanencia es un testimonio más bien halagador para <strong>los</strong>dirigentes muertos en cuanto que lograron contaminar a sus súbditos con el virus específicamentetotalitario; si existe algo semejante a una personalidad o mentalidad totalitarias, esta extraordinariaadaptabilidad, esta ausencia de continuidad, son indudablemente sus características relevantes. Porello puede ser erróneo suponer que la inconstancia y el olvido de las masas significan que se hallan1 El «hechizo mágico» que Hitler ejercía sobre quienes le escuchaban ha sido reconocido muchas veces; entre otros, por<strong>los</strong> editores de las Hitlers Tichgespräche, Bonn, 1951 (Hitler’s Table Talks, edición americana, Nueva York, 1953; citasde la edición original alemana). Esta fascinación —«el extraño magnetismo que irradiaba de Hitler de forma tanapremiante»— se apoyaba, desde luego, «en la fe fanática en este mismo hombre» (Introducción de Gerhard Bitter, p.14), en sus seudoautorizados juicios sobre todo lo que existía bajo el sol y en el hecho de que sus opiniones —tanto si sereferían a <strong>los</strong> efectos perjudiciales <strong>del</strong> hábito de fumar o a la política de Napoleón— podían ser encajadas en unaideología que lo abarcaba todo.La fascinación es un fenómeno social, y la fascinación que Hitler ejerció sobre su entorno tiene que ser comprendidaatendiendo a quienes le rodeaban. La sociedad se muestra siempre inclinada a aceptar inmediatamente a una personapor lo que pretende ser, de forma tal que un chiflado que se haga pasar por genio tiene unas ciertas probabilidades de sercreído. En la sociedad moderna, con su característica falta de discernimiento, esta tendencia ha sido reforzada demanera que cualquiera que no sólo posea opiniones, sino que las presente en un tono de convicción inconmovible, noperderá fácilmente su prestigio aunque hayan sido muchas las veces en que se haya demostrado que estaba equivocado.Hitler, que por una experiencia de primera mano conocía el moderno caos de opiniones, descubrió que la inutilidad <strong>del</strong>examen de las diferentes opiniones y «el convencimiento... de que todo es un disparate» (p. 281) podían evitarse,adhiriéndose a una de las muchas opiniones corrientes con «inquebrantable firmeza». Esta aterradora arbitrariedad desemejante fanatismo ejerce una gran fascinación en la sociedad, porque durante la duración de la reunión social se veliberada <strong>del</strong> caos de opiniones que constantemente genera. Sin embargo, este «don» de la fascinación tenía solamenteuna importancia social; resulta destacado en las Tischgespräche, porque allí Hitler jugaba el juego de la sociedad y noestaba hablando a <strong>los</strong> de su propia clase, sino a generales de la Wehrmacht, todos <strong>los</strong> cuales pertenecían más o menos ala «sociedad». Creer que <strong>los</strong> éxitos de Hitler estuvieron basados en sus «poderes de fascinación» es totalmente erróneo;con aquella cualidad solamente, jamás hubiera po dido ser algo más que una figura destacada en <strong>los</strong> salones.

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