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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 173unieron millares de nativos que en un primer momento acudieron para «robar diamantes y gastarsus ganancias en fusiles y pólvora» 32 , pero que rápidamente empezaron a trabajar por un salario y seconvirtieron en fuente aparentemente inagotable de mano de obra barata cuando «la más estancadade las regiones coloniales estallo repentinamente en actividad» 33 .La abundancia de nativos, de mano de obra barata, fue la primera y quizás más importantediferencia entre esta fiebre <strong>del</strong> oro y otras de su género. Resultó pronto evidente que el populachode <strong>los</strong> cuatro rincones de la Tierra ni siquiera tendría que excavar; en cualquier caso, la atracciónpermanente de África <strong>del</strong> Sur, el recurso permanente que tentaba a <strong>los</strong> aventureros a instalarsepermanentemente, no fue el oro, sino esta materia prima humana que prometía una permanenteemancipación <strong>del</strong> trabajo 34 . Los europeos actuaban exclusivamente como supervisores y ni siquieraprodujeron obreros calificados e ingenieros, tipos ambos que tenían que ser constantementeimportados de Europa.La segunda diferencia, por su resultado definitivo, fue el hecho de que esta fiebre <strong>del</strong> oro noquedara simplemente abandonada a sí misma, sino que fuera financiada, organizada y relacionadacon la economía ordinaria europea a través de la riqueza superflua acumulada y con la ayuda de <strong>los</strong>financieros judíos. Desde el mismo comienzo, «un centenar o algo así, congregados como águilassobre su presa» 35 , actuaron como intermediarios a través de <strong>los</strong> cuales se invirtió el capital europeoen las minas de oro y en las industrias diamantíferas.La única sección de la población sudafricana que no tuvo ni deseaba tener participación en lassúbitas actividades <strong>del</strong> país fue la de <strong>los</strong> boers. Odiaban a todos aquel<strong>los</strong> uitlanders, que no sepreocupaban de la nacionalización, sino que necesitaban y obtenían la protección británica,reforzando por ello aparentemente la influencia <strong>del</strong> Gobierno británico en El Cabo. Los boersreaccionaron como siempre habían reaccionado, vendieron sus tierras diamantíferas en Kimberley ysus yacimientos auríferos cerca de Johannesburgo y escaparon una vez más hacia el desoladointerior. No comprendían que esta nueva oleada era diferente de la de <strong>los</strong> misioneros británicos, <strong>los</strong>funcionarios gubernamentales y <strong>los</strong> colonos ordinarios y sólo lo advirtieron cuando ya erademasiado tarde y habían perdido su parte en las riquezas de la caza <strong>del</strong> oro, que el nuevo ídolo <strong>del</strong>Oro no era en absoluto irreconciliable con su ídolo de la Sangre, que el nuevo populacho no deseabatrabajar y era tan incapaz como el<strong>los</strong> mismos de establecer una civilización y que, por eso, lesprivaría de la molesta insistencia en la lev de <strong>los</strong> funcionarios británicos y el irritante concepto de laigualdad humana de <strong>los</strong> misioneros cristianos.Los boers temían y escapaban a lo que realmente nunca sucedió, es decir, a la industrialización<strong>del</strong> país. Tenían razón, hasta el punto de que una producción normal y una civilización habríandestruido desde luego automáticamente el estilo de vida de una sociedad racial. Un mercado normal<strong>del</strong> trabajo y de las mercancías habría liquidado <strong>los</strong> privilegios de la raza. Pero el oro y <strong>los</strong>diamantes, que pronto proporcionaron un medio de vida a la mitad de la población de Sudáfrica, noeran mercancías en el mismo sentido ni se producían de la misma manera que la lana en Australia,la carne en Nueva Zelanda o el trigo en Canadá. El lugar irracional y no funcional <strong>del</strong> oro en laeconomía le independizaba de <strong>los</strong> métodos racionales de producción que, evidentemente, jamáshabrían tolerado las fantásticas disparidades entre <strong>los</strong> salarios de <strong>los</strong> negros y de <strong>los</strong> blancos. El oro,un objeto para la especulación y esencialmente dependiente en su valor de <strong>los</strong> factores políticos, seconvirtió en la «sangre vital» de Sudáfrica 36 , pero no podía convertirse ni se convirtió en base de unnuevo orden económico.32 FROUDE, op. cit., p. 400.33 KIEWIET, op. cit., p. 119.34 «Lo que una abundancia de lluvia y de hierba era al carnero de Nueva Zelanda, lo que una abundancia de tierra depastos era a la lana de Australia, lo que las fértiles llanuras eran al trigo canadiense, era la barata mano de obra nativa deSudáfrica para las empresas mineras e industriales» (KIEWIET, op. cit., p. 96).35 J. A. FROUDE, ibíd.36 «Las minas de oro son la sangre de la Unión...; la mitad de la población obtenía directa o indirectamente su sustentode la industria de <strong>los</strong> yacimientos auríferos y... la mitad de la Hacienda pública se derivaba directa o indirectamente <strong>del</strong>as minas de oro» (KIEWIET, op. cit., p. 155).

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