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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 318objetivos extremados sean frenados por condiciones objetivas, y que la realidad, tomada enconjunto, esté sólo en muy pequeño grado determinada por la inclinación a la ficción de unasociedad de masas de individuos atomizados.Muchos de <strong>los</strong> errores <strong>del</strong> mundo no totalitario en sus relaciones diplomáticas con <strong>los</strong> Gobiernostotalitarios (<strong>los</strong> más conspicuos fueron la confianza en el pacto de Munich, con Hitler, y la puestaen <strong>los</strong> acuerdos de Yalta, con Stalin) pueden fácilmente atribuirse al hecho de una experiencia y deun sentido común que, repentinamente, demostraron haber perdido su contacto con la realidad.Contra todo lo que cabía esperar, las concesiones importantes y un prestigio internacionalconsiderablemente realzado no ayudan a reintegrar a <strong>los</strong> países totalitarios a la comunidad denaciones ni a inducirles a abandonar su falsa queja de que todo el mundo se halla sólidamentealineado contra el<strong>los</strong>. Lejos de impedir esto, las victorias diplomáticas precipitaron claramente suinclinación a <strong>los</strong> instrumentos de violencia y determinaron en todos <strong>los</strong> casos un aumento de lahostilidad contra las potencias que se habían mostrado dispuestas al compromiso.Estas decepciones sufridas por políticos y diplomáticos hallan su paralelo en las primerasdesilusiones de <strong>los</strong> observadores benévo<strong>los</strong> y de <strong>los</strong> simpatizantes respecto de <strong>los</strong> nuevos Gobiernosrevolucionarios. Lo que el<strong>los</strong> esperaban era el establecimiento de nuevas instituciones y la creaciónde un nuevo código legal que, por revolucionario que fuese en su contenido, conduciría a unaestabilización de condiciones y frenaría así el impulso de <strong>los</strong> movimientos totalitarios al menos en<strong>los</strong> países donde se habían apoderado <strong>del</strong> poder. Lo que en vez de eso sucedió fue que el terroraumentó, tanto en la Rusia soviética como en la Alemania nazi, en proporción inversa a laexistencia de una oposición política interna, de forma tal que pareció como si la oposición políticahubiese sido no el pretexto <strong>del</strong> terror (como estaban dispuestos a afirmar <strong>los</strong> acusadores liberales<strong>del</strong> régimen), sino el último obstáculo a su completa furia 8 .Aún más inquietante fue el trato que <strong>los</strong> regímenes totalitarios dispensaron a la cuestiónconstitucional. En <strong>los</strong> primeros años de su poder, <strong>los</strong> nazis desencadenaron un alud de leyes ydecretos, pero nunca se molestaron en abolir oficialmente la Constitución de Weimar; inclusodejaron más o menos intacta la Administración civil, hecho que indujo a muchos observadoresnativos y extranjeros a esperar que operara como un freno <strong>del</strong> partido y a que se produjera unarápida normalización <strong>del</strong> nuevo régimen. Pero cuando llegó a su final esta evolución, con lapromulgación de las leyes de Nuremberg, resultó que <strong>los</strong> mismos nazis no mostraban preocupaciónalguna por su propia legislación. Más bien existía «solamente el constante progreso hacia campossiempre nuevos», de forma tal que, finalmente, «el objetivo y alcance de la Policía Secreta <strong>del</strong>Estado», tanto como <strong>los</strong> de otras instituciones <strong>del</strong> Estado o <strong>del</strong> partido creadas por <strong>los</strong> nazis, nopudieron en manera alguna «hallarse cubiertos por las leyes y reglamentos por el<strong>los</strong> promulgados» 9 .8 Es bien sabido que, en Rusia, «la represión de <strong>los</strong> socialistas y de <strong>los</strong> anarquistas ha crecido en intensidad en la mismaproporción que ha aumentado la pacificación <strong>del</strong> país» (ANTON CILIGA, The Russian Enigma Londres, 1940, p. 24).DEUTSCHER, op. cit., p. 218, piensa que la razón de la desaparición <strong>del</strong> «espíritu libertario de la revolución» en elmomento de la victoria puede hallarse en un cambio de actitud de <strong>los</strong> campesinos: se volvieron contra el bolchevismo«tanto más resueltamente cuanto más seguros estaban de que había quedado destrozado el poder de <strong>los</strong> terratenientes yde <strong>los</strong> generales blancos». Esta explicación parece más bien débil a la vista de las dimensiones que había de asumir elterror a partir de 1930. Además, no tiene en cuenta que el terror total no se desencadenó en la década de <strong>los</strong> años 20,sino en la de <strong>los</strong> 30, cuando la oposición de las clases campesinas ya no era un factor activo en la situación. TambiénKRUSCHEV (op. cit.) señala que las «medidas represivas extremadas» no fueron empleadas contra la oposicióndurante la lucha contra <strong>los</strong> trotskystas y <strong>los</strong> bujarinistas, sino que «la represión contra el<strong>los</strong> comenzó» mucho más tarde,cuando ya hacía largo tiempo que habían sido derrotados.El terror <strong>del</strong> régimen nazi alcanzó su cota máxima durante la guerra cuando la nación alemana se hallaba realmente«unida». Su preparación se remonta a 1936, cuando había desaparecido toda resistencia interna organizada y cuandoHimmler propuso una expansión de <strong>los</strong> campos de concentración. Resulta característico este espíritu de opresión, sinrelación con la resistencia, en el discurso pronunciado por Himmler en Jarkov en 1943 ante <strong>los</strong> jefes de las SS: «Sólotenemos una tarea..., realizar sin piedad la lucha racial... Nunca permitiremos que se esfume esa excelente arma, lapavorosa y terrible reputación que nos precedió en las batallas por Jarkov, sino que la proporcionaremos constantementeun nuevo significado» (Nazi Conspiracy IV, pp. 572 y ss.).9 Véase THEODOR MAUNZ, op. cit., pp. 5 y 49. Por una observación fortuita de uno de sus juristas constitucionalespuede deducirse cuán poco importaban a <strong>los</strong> nazis las leyes y reglamentos que el<strong>los</strong> mismos habían promulgado y que

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