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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 182antepasado... tiene un tigre propio —un tigre de silla sobre el que cabalga todo el país siempre quelo desea». Desgraciadamente, esta cabalgada por el país es «una segura señal de guerra, pestilenciao de algo así», y en este caso particular es una señal de vacunación. De tal forma que Chinn, el másJoven, un subordinado no muy importante en la jerarquía <strong>del</strong> Ejército, pero totalmente importantepor lo que a la tribu india concierne, tiene que matar al tigre de su antepasado para que el pueblopueda ser vacunado sin temor a «guerra, pestilencia o algo así».Tal como van <strong>los</strong> tiempos modernos, <strong>los</strong> Chinn, desde luego, «son más afortunados que lamayoría de la gente». Su suerte es que han nacido dentro de una carrera que suave y naturalmenteles conduce hacia la realización de <strong>los</strong> mejores sueños de su juventud. Mientras que otrosmuchachos tienen que olvidar sus «nobles sueños», el<strong>los</strong> son lo suficientemente mayores como paratrasladar<strong>los</strong> a la acción. Y cuando después de treinta años de servicio se retiren, su vapor se cruzarácon «un transporte de tropas rumbo a un puerto extranjero, en el que va su hijo hacia el Este paracumplir el deber familiar», de tal manera que el poder de la existencia <strong>del</strong> viejo Mr. Chinn comomatador de dragones nombrado por el Gobierno y pagado por el Ejército pueda extenderse a lasiguiente generación. Sin duda, el Gobierno británico les paga por sus servicios, pero no estácompletamente claro en qué servicios pueden eventualmente aterrizar. Existe una fuerte posibilidadde que sirvan realmente a esta determinada tribu india generación tras generación, y es consoladorque la misma tribu esté convencida de ello. El hecho de que <strong>los</strong> servicios superiores apenas sepannada de <strong>los</strong> extraños deberes y aventuras <strong>del</strong> pequeño teniente Chinn, de que difícilmente seanconscientes de su existencia como afortunada reencarnación de su abuelo, da a su doble existenciasoñada una inalterada base en la realidad. Se encuentra simplemente como en su casa en dosmundos, separados por murallas impermeables al agua y a <strong>los</strong> chismorreos. Nacido en «el corazónde ese país despreciable y atigrado» y educado entre su pueblo en la pacífica, equilibrada y malinformada Inglaterra, está dispuesto a vivir permanentemente con dos pueb<strong>los</strong> y enraizado y bienrelacionado con la tradición, el lenguaje, la superstición y <strong>los</strong> prejuicios de ambos. En cualquiermomento puede pasar de la obediente subordinación de uno de <strong>los</strong> soldados de su majestad a seruna figura interesante y noble en el mundo de <strong>los</strong> nativos, un bienamado protector de <strong>los</strong> débiles, elmatador de dragones de <strong>los</strong> antiguos cuentos.La realidad es que estos estrafalarios y quijotescos protectores de <strong>los</strong> débiles que desempeñaronsu papel tras la escena de la dominación oficial británica no eran tanto producto de la ingenuaimaginación de <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> primitivos como de <strong>los</strong> sueños que contenían lo mejor de las tradicioneseuropeas y cristianas, aunque ya se hubieran deteriorado en la futilidad de <strong>los</strong> ideales de laadolescencia. No eran el soldado de su majestad ni el oficial superior británico quienes podíanenseñar a <strong>los</strong> nativos algo de la grandeza <strong>del</strong> mundo occidental. Sólo eran aptos para la tareaaquel<strong>los</strong> que nunca habían sido capaces de superar sus ideales juveniles y que por eso se habíanalistado en <strong>los</strong> servicios coloniales. Para el<strong>los</strong> el imperialismo no significaba más que unaoportunidad accidental de escapar a la sociedad en la que el hombre tenía que olvidar su juventud sideseaba prosperar. A la sociedad inglesa le encantaba verles partir hacia lejanos países, unacircunstancia que permitía la tolerancia e incluso el estímulo de <strong>los</strong> ideales juveniles en el sistemade las escuelas públicas. Los servicios coloniales les arrebataban de Inglaterra e impedían, por asídecirlo, la conversión de <strong>los</strong> ideales juveniles en ideas de hombres maduros. Tierras extrañas ycuriosas atrajeron a <strong>los</strong> mejores jóvenes de Inglaterra desde finales <strong>del</strong> siglo XIX, privaron a susociedad de sus elementos más honrados y más peligrosos y garantizaron, además de estas ventajas,una cierta conservación, o quizá petrificación, de la nobleza juvenil que preservó e infantilizónormas morales occidentales.Lord Cromer, secretario <strong>del</strong> virrey y encargado de la Hacienda en el Gobierno preimperialista <strong>del</strong>a India, todavía pertenecía a la categoría de <strong>los</strong> matadores de dragones británicos. Impulsadoexclusivamente por «el sentido <strong>del</strong> sacrificio» respecto de las poblaciones atrasadas y el «sentido

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