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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 22bandidos— la que reaccionó con la misma «completa pasividad» 20 que conocemos también a travésde las normas de conducta de las víctimas <strong>del</strong> terror nazi. Nunca hubo duda alguna de que la«oleada de denuncias mutuas» durante la Gran Purga resultó tan desastrosa para el bienestareconómico y social <strong>del</strong> país como eficaz para fortalecer al dirigente totalitario, pero sólo ahoraconocemos cuán <strong>del</strong>iberadamente puso en marcha Stalin «esta amenazadora cadena de denuncias» 21cuando proclamó oficialmente el 29 de julio de 1936: Inalienable calidad de cada bolchevique enlas circunstancias presentes debe ser la capacidad para reconocer a un enemigo <strong>del</strong> Partido pormuy bien enmascarado que pueda hallarse 22 . (El subrayado es de la autora.) De la misma maneraque la «Solución Final» de Hitler significaba para la élite nazi la obligatoriedad de cumplir elmandamiento «Tú matarás», la declaración de Stalin prescribía: «Tú levantarás falso testimonio»,como norma directriz de la conducta de todos <strong>los</strong> miembros <strong>del</strong> Partido bolchevique. Finalmente,todas las dudas que hubieran podido alimentarse respecto de la dosis de verdad en la teoría según lacual el terror de <strong>los</strong> últimos años 20 y durante <strong>los</strong> 30 fue el «elevado precio en sufrimientos» quehubo que pagar por la industrialización y el progreso económico, se ven confirmadas por el primervistazo a la situación y al curso de <strong>los</strong> acontecimientos en una determinada región 23 . El terror noprodujo nada de este género. El mejor documentado resultado de la deskulakización, lacolectivización y la Gran Purga no fue ni el progreso ni la industrialización rápida, sino el hambre,las caóticas condiciones en la producción de alimentos y la despoblación. Las consecuencias hansido una perpetua crisis en la agricultura, una interrupción <strong>del</strong> desarrollo demográfico y el fracaso<strong>del</strong> desarrollo y la colonización <strong>del</strong> hinterland siberiano. Además, como evidencia el Archivo deSmolensk, <strong>los</strong> métodos de dominación de Stalin lograron destruir toda medida de competencia ycapacidad técnica que el país hubiese adquirido tras la Revolución de Octubre. Y todo estoconstituía, desde luego, un «alto precio», no sólo en sufrimientos, pagado para abrir carreras en las20 Un interesante informe de la OGPU, que data de 1931, subraya esta nueva «completa pasividad», esa horrible apatíaque produjo el indiscriminado terror contra personas inocentes. El informe menciona la gran diferencia entre lasantiguas detenciones de enemigos <strong>del</strong> Régimen cuando «un detenido era conducido por dos milicianos» y lasdetenciones en masa cuando «un miliciano podía conducir grupos de personas, andando éstas tranquilamente, sin quenadie intentara escapar» (p. 248).21 Ibíd., p. 135.22 Ibíd., pp. 57-58. Para conocer el creciente talante de simple histeria en estas denuncias en masa, véase especialmentepp. 222, 229 y ss., y la encantadora historia de la p. 235, en donde nos enteramos de que uno de <strong>los</strong> camaradas habíallegado a pensar «que el camarada Stalin había adoptado una actitud conciliadora respecto <strong>del</strong> grupo trotskystazinovievista»,reproche que en la época significaba, por lo menos, la inmediata expulsión <strong>del</strong> Partido. Pero no hubo talsuerte. El siguiente orador acusó de ser «políticamente desleal» al hombre que había tratado de superar a Stalin, y éste«confesó» inmediatamente su error.23 Por extraño que parezca, el mismo Fainsod llega a tales conclusiones tras una acumulación de pruebas que apuntan endirección opuesta. Véase su último capítulo, especialmente pp. 453 y ss. Es aún más extraño que esta malainterpretación de <strong>los</strong> hechos haya sido compartida por tantos autores. En realidad, apenas alguno ha llegado tan lejos enesta sutil justificación de Stalin como Isaac Deutscher en su biografía, pero muchos todavía insisten en que «lasimplacables acciones de Stalin eran... una forma de crear un nuevo equilibrio de fuerzas» (ARMSTRONG, op. cit., página64), y concebida para ofrecer «una solución brutal pero consecuente a alguna de las contradicciones básicasinherentes al mito leninista» (RICHARD LOWENTHAL, en su muy valioso World Communism. The Disintegration ofa Secular Faith, Nueva York, 1964, p. 42). Existen algunas pocas excepciones a esta reminiscencia marxista, así, porejemplo, RICHARD C. TUCKER (op. cit., p. XXVII), quien afirma inequívocamente que el sistema soviético «hubieseestado en mejor situación y mejor equipado para enfrentarse después con la prueba de la guerra total de no haber sidopor la Gran Purga, que fue, efectivamente, una gran operación destructora de la sociedad soviética». Mr. Tucker opinaque esto refuta mi «imagen» <strong>del</strong> <strong>totalitarismo</strong>, lo que a mí me parece que es un error. La inestabilidad es un requisitofuncional de la dominación total que está basada en una ficción ideológica y presupone que un movimiento, como algodistinto de un Partido, se ha apoderado <strong>del</strong> poder. La característica de este sistema es que el poder sustancial, la potenciamaterial y el bienestar <strong>del</strong> país son sacrificados constantemente al poder de la organización, de la misma manera quetodas las verdades fácticas son sacrificadas para que sea consecuente la ideología. Es obvio que en una pugna entre lafuerza material y el poder material, o entre el hecho y la ficción, ese poder y esa ficción serán <strong>los</strong> que lo pasen mal, yesto fue lo que sucedió tanto en Rusia como en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Pero ésta no es una razónpara subestimar el poder de <strong>los</strong> movimientos totalitarios. Fue el terror a la inestabilidad permanente el que ayudó aorganizar el sistema de satélites y es la presente estabilidad de la Rusia soviética, su destotalitarización, la que, por unaparte, ha contribuido considerablemente a su presente fuerza material, pero la que, por otra, ha determinado la pérdidade control de sus satélites.

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