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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 79Inglaterra la monarquía había perdido la mayoría de sus prerrogativas políticas en una Nación-Estado estrictamente controlada y constitucional, había ganado y conservado una indiscutibleprimacía en la sociedad inglesa. Al medir la grandeza <strong>del</strong> triunfo de Disraeli tendría que recordarseque lord Robert Cecil, uno de sus eminentes colegas <strong>del</strong> partido conservador, todavía podía,alrededor de 1850, justificar un ataque especialmente duro declarando que «sencillamente hablabade lo que cada uno dice de Disraeli en privado y nadie dirá en público» 44 . La mayor victoria deDisraeli consistió en que finalmente nadie dijo en privado lo que no le habría halagado y agradadosi se hubiera dicho en público. Fue precisamente esta singular ascensión a la genuina popularidad loque logró Disraeli a través de una política de ver sólo las ventajas y de referirse sólo a <strong>los</strong>privilegios de haber nacido judío.Parte de la buena fortuna de Disraeli fue el hecho de que siempre encajara en su tiempo y que, enconsecuencia, sus numerosos biógrafos le comprendieron más completamente de lo que suele ser elcaso con la mayoría de <strong>los</strong> grandes hombres. Era la viva encarnación de la ambición, esa poderosapasión que había desarrollado en un siglo aparentemente no inclinado a hacer distinciones nidiferencias. Carlyle, en cualquier caso, que interpretó toda la historia <strong>del</strong> mundo según un idealdecimonónico <strong>del</strong> héroe, se hallaba claramente equivocado cuando se negó a recibir un título demanos de Disraeli 45. Ningún otro hombre entre sus contemporáneos se correspondía tan bien con <strong>los</strong>héroes de Carlyle como Disraeli, con su concepto de la grandeza como tal, desprovisto de todos <strong>los</strong>logros específicos; ningún otro hombre cumplió tan exactamente lo que el final <strong>del</strong> siglo XIXexigía <strong>del</strong> genio encarnado como ese charlatán que se tomó su papel en serio y que desempeñó elgran papel <strong>del</strong> Gran Hombre con una auténtica ingenuidad y un abrumador despliegue defantásticos trucos y de un atrayente talento artístico. Los políticos se embelesaron con el charlatánque transformó las aburridas transacciones económicas en sueños de sabor oriental; y cuando lasociedad percibió un aroma de magia negra en las astutas combinaciones de Disraeli, el «GranMago» ya había conquistado el corazón de su tiempo.La ambición de Disraeli por distinguirse de <strong>los</strong> demás mortales y su anhelo de la sociedadaristocrática eran típicos de la clase media de su época y de su país. No fueron las razones políticasni <strong>los</strong> motivos económicos, sino el ímpetu de su ambición social, lo que le hizo afiliarse al partidoconservador y seguir una política en la que siempre escogería «la hostilidad hacia <strong>los</strong> whigs y laalianza con <strong>los</strong> radicales» 46 . En ningún país europeo lograron las clases medias suficienteautorrespeto para conformar a su intelligentsia con su status social, de forma tal que la aristocraciapudo continuar determinando la escala social cuando ya había perdido toda significación política. Eldesgraciado filisteo alemán descubrió su «personalidad innata» en su desesperada lucha contra laarrogancia de casta, que había surgido <strong>del</strong> declive de la nobleza y de la necesidad de proteger a <strong>los</strong>títu<strong>los</strong> aristocráticos contra el dinero burgués. Las vagas teorías sobre la sangre y el estricto controlde <strong>los</strong> matrimonios son más bien fenómenos recientes en la historia de la aristocracia europea.Disraeli sabía mucho mejor que <strong>los</strong> filisteos alemanes lo que se necesitaba para cumplir lasexigencias de la aristocracia. Todos <strong>los</strong> intentos de la burguesía por lograr un status social noconsiguieron convencer a la arrogancia aristocrática, porque tenían en cuenta a <strong>los</strong> individuos ycarecían <strong>del</strong> elemento más importante de la vanidad de casta, el orgullo <strong>del</strong> privilegio sin esfuerzoni mérito individuales, simplemente por virtud <strong>del</strong> nacimiento. La «personalidad innata» jamáspodía negar que su desarrollo exigía una educación y un esfuerzo especial <strong>del</strong> individuo. CuandoDisraeli «apeló al orgullo de raza para enfrentarlo con el orgullo de casta» 47 , sabía que el statussocial de <strong>los</strong> judíos, pese a todo lo que pudiera decirse, al menos dependía exclusivamente <strong>del</strong>hecho <strong>del</strong> nacimiento y no de sus logros.44 El artículo de Robert Cecil apareció en el órgano más autorizado <strong>del</strong> Partido tory, la Quarterly Review. Véase, deMONYPENNY y BUCKLE, op. cit., pp. 19-22.45 Esto sucedió en fecha tan tardía como 1874. Se dice que Carlyle llamó a Disraeli «un maldito judío» y «el peorhombre que nunca haya vivido». Véase, de CARO, op. cit.46 Lord Salisbury, en un artículo publicado en la Quarterly Review, 1869.47 E. T. RAYMOND, Disraeli. The Alien Patriot, Londres, 1925, p. 1.

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