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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 221Esta era la situación entre las dos guerras mundiales, cuando cualquier movimiento tenía másposibilidades que cualquier partido, porque el movimiento atacaba a la institución <strong>del</strong> Estado y noapelaba a las clases. El fascismo y el nazismo siempre se jactaron de que su odio estaba dirigido nocontra las clases individualmente, sino contra el sistema de clases como tal, al que denunciaroncomo una invención <strong>del</strong> marxismo. Aún más significativo fue el hecho de que también <strong>los</strong>comunistas, pese a su ideología marxista, tuvieran que abandonar la rigidez de su apelación a laclase cuando, después de 1935 y bajo el pretexto de ampliar su base de masas, formaron frentespopulares en todas partes y comenzaron a recurrir a las mismas crecientes masas, fuera de todos <strong>los</strong>estratos de clases, que hasta entonces habían sido presa natural de <strong>los</strong> movimientos fascistas.Ninguno de <strong>los</strong> viejos partidos estaba preparado para recibir a estas masas ni estimaroncorrectamente la creciente importancia de su número ni la creciente influencia política de susdirigentes. Este error de juicio de <strong>los</strong> viejos partidos puede ser explicado por el hecho de que suposición segura en el Parlamento y su representación segura en <strong>los</strong> organismos e instituciones <strong>del</strong>Estado les hacía sentirse mucho más próximos a las fuentes <strong>del</strong> poder que a las masas; pensaron queel Estado seguiría siendo siempre el indiscutido dueño de todos <strong>los</strong> instrumentos de violencia y queel Ejército, esa suprema institución de la Nación-Estado, continuaría siendo el elemento decisivo entodas las crisis internas. Por eso se sintieron con libertad para ridiculizar a las numerosasformaciones paramilitares que habían surgido sin ninguna ayuda oficialmente reconocida, porquecuanto más débil se tornó el sistema de partidos bajo la presión de <strong>los</strong> movimientos al margen <strong>del</strong>Parlamento y de las clases, más rápidamente desaparecieron todos <strong>los</strong> antiguos antagonismos de <strong>los</strong>partidos respecto <strong>del</strong> Estado. Los partidos, que trabajaban bajo la ilusión de un «Estado por encimade <strong>los</strong> partidos» interpretaron erróneamente esta armonía como una fuente de fuerza, como unamaravil<strong>los</strong>a relación con algo de origen superior. Pero el Estado se hallaba tan amenazado como elsistema de partidos por la presión de <strong>los</strong> movimientos revolucionarios y ya no podía permitirsemantener esta posición encumbrada y necesariamente impopular por encima de las luchas internas.El Ejército había dejado de ser ya una firme muralla contra la agitación revolucionaria no porquesimpatizara con la revolución, sino porque había perdido su posición. En dos ocasiones de <strong>los</strong>tiempos modernos, y ambas en Francia, la nation par excellence, el Ejército había demostrado ya suesencial repugnancia o incapacidad para ayudar a <strong>los</strong> que estaban en el poder o para ocupar el poderpara sí mismo: en 1850, cuando permitió al populacho de la «sociedad <strong>del</strong> 10 de diciembre» llevar aNapoleón al poder 104 , y, de nuevo, a finales <strong>del</strong> siglo XIX, durante el «affaire Dreyfus», cuandonada hubiera sido más fácil como el establecimiento de una dictadura militar. La neutralidad <strong>del</strong>Ejército, su voluntad de servir a cada dueño, dejó eventualmente al Estado en una posición de«mediación entre <strong>los</strong> intereses de <strong>los</strong> partidos organizados. Ya no estaba sobre, sino entre las clasesde la sociedad» 105 . En otras palabras, el Estado y <strong>los</strong> partidos, juntos, defendieron el statu quo sincomprender que esta auténtica alianza servía tanto como cualquier otra cosa a la alteración <strong>del</strong> statuquo.La ruptura <strong>del</strong> sistema europeo de partidos sobrevino de una forma espectacular con la subida deHitler al poder. Se olvida ahora a menudo y convenientemente que en el momento <strong>del</strong> estallido de lasegunda guerra mundial la mayoría de <strong>los</strong> países europeos habían adoptado ya una forma dedictadura y desechado el sistema de partidos y que este cambio revo lucionario en el gobierno sehabía efectuado en la mayoría de <strong>los</strong> países sin una alteración revolucionaria. La acciónrevolucionaria, muy a menudo, fue una concesión teatral a <strong>los</strong> deseos de las masas violentamentedescontentas más que una batalla real por el poder. Después de todo, no significaba una grandiferencia el hecho de que unos pocos miles de personas casi desarmadas iniciaran una marchasobre Roma y tomaran el poder en Italia o si en Polonia (en 1934) un llamado «bloque sinpartidos», con un programa de apoyo a un Gobierno semifascista y unos afiliados que procedían <strong>del</strong>a nobleza y <strong>del</strong> más pobre campesinado, trabajadores y empresarios, católicos y judíos ortodoxos,104 Véase KARL MARX, op. cit.105 CARL SCHMITT, op. cit., p. 131.

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