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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 365psicología de masas para explicar por qué millones de seres humanos se permitieron a sí mismosmarchar sin resistencia hacia las cámaras de gas, aunque estas leyes sólo explicarían la destrucciónde la individualidad. Es más significativo que <strong>los</strong> condenados individualmente a la muerte rara vezintentaran llevarse consigo a alguno de sus ejecutores y que apenas hubiera rebeliones graves y que,incluso en el momento de la liberación, se registraran muy pocas matanzas espontáneas de hombresde las SS, porque destruir la individualidad es destruir la espontaneidad, el poder <strong>del</strong> hombre paracomenzar algo nuevo a partir de sus propios recursos, algo que no puede ser explicado sobre la basede reacciones al medio ambiente y a <strong>los</strong> acontecimientos 161 . Sólo quedan entonces fantasmalesmarionetas de rostros humanos que se comportan todas como el perro de <strong>los</strong> experimentos dePavlov, que reaccionan todas con perfecta seguridad incluso cuando se dirigen hacia su propiamuerte y que no hacen más que reaccionar. Este es el verdadero triunfo <strong>del</strong> sistema: «El triunfo <strong>del</strong>as SS exige que la víctima torturada se deje llevar hasta la trampa sin protestar, que renuncie a símisma y se abandone hasta el punto de dejar de afirmar su identidad. Y ello no por nada. Loshombres de las SS no desean su derrota gratuitamente, por obra <strong>del</strong> puro sadismo. Saben que elsistema que logra destruir a su víctima antes de que suba al patíbulo... es incomparablemente elmejor para mantener esclavizado a todo un pueblo. Sumiso. Nada hay más terrible que estasprocesiones de seres humanos caminando como muñecos hacia su muerte. El hombre que ve esto sedice a sí mismo: ‘Cuán grande es el poder que debe ocultarse en las manos de sus amos para queéstos se hayan sometido de esta manera’, y se aparta lleno de amargura, pero derrotado» 162 .Si consideramos seriamente las aspiraciones totalitarias y nos negamos a ser engañados por laafirmación <strong>del</strong> sentido común según la cual son utópicas e irrealizables, resulta que la sociedad de<strong>los</strong> moribundos establecida en <strong>los</strong> campos es la única forma de sociedad en la que es posibledominar enteramente al hombre. Los que aspiran a la dominación total deben liquidar todaespontaneidad, tal como la simple existencia de la individualidad siempre engendrará, y perseguirlahasta en sus formas más particulares, sin importarles cuán apolíticas e innocuas puedan parecer. Elperro de Pavlov, espécimen humano reducido a sus reacciones más elementales, el haz dereacciones que puede ser siempre liquidado y sustituido por otro haz de reacciones que secomporten exactamente de la misma manera, es el ciudadano «mo<strong>del</strong>o» de un Estado totalitario, ysemejante ciudadano sólo imperfectamente puede ser producido fuera de <strong>los</strong> campos.La inutilidad de <strong>los</strong> campos, su antiutilidad cínicamente reconocida, es sólo aparente. En realidadson más esenciales para la preservación <strong>del</strong> poder <strong>del</strong> régimen que cualquiera de sus otrasinstituciones. Sin <strong>los</strong> campos de concentración, sin el indefinido temor que inspiran y el biendefinido entrenamiento que ofrecen para la dominación totalitaria, que en parte alguna puede sercompletamente ensayada con todas sus posibilidades más radicales, un Estado totalitario no puede,ni inspirar en el fanatismo a unidades selectas, ni mantener a todo un pueblo en la completa apatía.El dominante y <strong>los</strong> dominados retornarían muy rápidamente a la «antigua rutina burguesa»; tras <strong>los</strong>primeros «excesos» sucumbirían a la vida cotidiana con sus leyes humanas; en suma,evolucibnarían en la dirección que todos <strong>los</strong> observadores aconsejados por el sentido común sehallan inclinados a predecir. La falacia trágica de todas estas profecías, originadas en un mundo quetodavía era seguro, consistió en suponer que existía algo semejante a una naturaleza humanaestablecida para siempre, en identificar a esta naturaleza humana con la Historia y en declarar asíque la idea de dominación total era no sólo inhumana, sino también irrealista. Mientras tanto, hemosaprendido que el poder <strong>del</strong> hombre es tan grande que realmente puede ser lo que quiera ser.A la verdadera naturaleza de <strong>los</strong> regímenes totalitarios corresponde el exigir el poder ilimitado.161 A este contexto corresponde también la extraordinaria rareza de suicidios en <strong>los</strong> campos. El suicidio se producía mása menudo antes de la detención y de la deportación que en el mismo campo, lo que, desde luego, queda parcialmenteexplicado por el hecho de que se intentaba todo para impedir <strong>los</strong> suicidios, que eran, al fin y al cabo, actos espontáneos.Del material estadístico de Buchenwald (Nazi Conspiracy, IV, pp. 800 y ss.) es evidente que apenas un 0,5 por 100 <strong>del</strong>as muertes podían ser atribuidas a suicidio, que frecuentemente sólo había uno o dos suicidas al año, aunque en esemismo año el número total de muertes llegaba a 3.516. Los informes de <strong>los</strong> campos de concentración rusos mencionanel mismo fenómeno (véase, por ejemplo, STARLINGER, op. cit., p. 57).162 ROUSSET, op. cit., p. 525.

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