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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 366Semejante poder sólo puede ser afirmado si literalmente todos <strong>los</strong> hombres, sin una sola excepción,son fiablemente dominados en cada aspecto de su vida. En el terreno de <strong>los</strong> asuntos exterio res,deben ser constantemente subyugados nuevos territorios neutrales, mientras que en el interiornuevos grupos humanos deben ser continuamente dominados en <strong>los</strong> cada vez más numerososcampos de concentración o, cuando las circunstancias lo requieran, liquidados para dejar sitio aotros. La cuestión de la oposición carece de importancia, tanto en <strong>los</strong> asuntos exteriores como en <strong>los</strong>internos. Cualquier neutralidad, y, desde luego, cualquier amistad espontáneamente otorgada, es,desde el punto de vista de la dominación totalitaria, simplemente tan peligrosa como la hostilidaddeclarada, precisamente porque la espontaneidad como tal, con su imprevisibilidad, constituye elmayor de <strong>los</strong> obstácu<strong>los</strong> a la dominación total <strong>del</strong> hombre. Los comunistas de <strong>los</strong> países nocomunistas, que huyeron o fueron llamados a Moscú, aprendieron por amarga experiencia queconstituían una amenaza para la Unión Soviética. Los comunistas convencidos son, en este sentido,que solamente hoy tiene alguna realidad, simplemente tan ridícu<strong>los</strong> y tan amenazadores para elrégimen de Rusia como, por ejemplo, <strong>los</strong> nazis convencidos de la facción de Röhm eran para <strong>los</strong>nazis.Lo que torna a la convicción y a la opinión de cualquier tipo tan ridícula y peligrosa bajo lascondiciones totalitarias es que <strong>los</strong> regímenes totalitarios se enorgullecen fundamentalmente de nonecesitarlas, de no precisar ayuda humana de cualquier tipo. Los hombres, en tanto que son algomás que reacción animal y realización de funciones, resultan enteramente superfluos para <strong>los</strong>regímenes totalitarios. El <strong>totalitarismo</strong> busca no la dominación despótica sobre <strong>los</strong> hombres, sino unsistema en el que <strong>los</strong> hombres sean superfluos. El poder total sólo puede ser logrado ysalvaguardado en un mundo de reflejos condicionados, de marionetas sin el más ligero rasgo deespontaneidad. Precisamente porque <strong>los</strong> recursos <strong>del</strong> hombre son tan grandes puede sercompletamente dominado sólo cuando se convierte en un espécimen de la especie animal hombre.Por eso el carácter es una amenaza e incluso las más injustas normas legales constituyen unobstáculo; pero la individualidad, es decir, todo lo que distingue a un hombre de otro, resultaintolerable. Mientras que todos <strong>los</strong> hombres no hayan sido hechos igualmente superfluos—y estosólo se ha realizado en <strong>los</strong> campos de concentración—, el ideal de dominación totalitaria no quedalogrado. Los Estados totalitarios aspiran constantemente, aunque nunca con completo éxito, a lograrla superfluidad de <strong>los</strong> hombres —mediante la selección arbitraria de <strong>los</strong> diferentes grupos enviadosa <strong>los</strong> campos de concentración, mediante las purgas constantes <strong>del</strong> aparato dominador y mediantelas liquidaciones en masa—. El sentido común afirma desesperadamente que las masas estáninclinadas a la sumisión y que todo este gigantesco aparato de terror resulta por eso superfluo; sifuesen capaces de decir la verdad, <strong>los</strong> gobernantes totalitarios replicarían: el aparato le parecesuperfluo sólo porque sirve para hacer superfluos a <strong>los</strong> hombres.El intento totalitario de hacer superfluos a <strong>los</strong> hombres refleja la experiencia que las masasmodernas tienen de su superficialidad en una Tierra superpoblada. El mundo de <strong>los</strong> moribundos, enel que se enseña a <strong>los</strong> hombres que son superfluos a través de un estilo de vida en el que seencuentran con un castigo sin conexión con el <strong>del</strong>ito, en el que se practica la explotación sinbeneficio y donde se realiza el trabajo sin producto, es un lugar donde diariamente se fabrica elabsurdo. Sin embargo,dentro <strong>del</strong> marco de la ideología totalitaria, nada podría resultar más sensibley lógico; si <strong>los</strong> internados son sabandijas, es lógico que deban ser eliminados mediante gasesvenenosos; si son degenerados, no se les debe permitir que contaminen a la población; si tienen«almas de esclavos» (Himmler), sería perder el tiempo tratar de reeducarles. Contemplados a travésde <strong>los</strong> ojos de la ideología, lo malo de <strong>los</strong> campos es casi el que tengan demasiado sentido, el que laejecución de la doctrina resulte demasiado consecuente.Mientras que <strong>los</strong> regímenes totalitarios se encuentran así resuelta y cínicamente vaciando almundo de lo único que tiene sentido para las esperanzas utilitarias <strong>del</strong> sentido común, imponensobre éste un tipo de supersentido al que realmente se referían las ideologías cuando pretendíanhaber hallado la clave de la Historia o la solución de <strong>los</strong> enigmas <strong>del</strong> Universo. Por encima <strong>del</strong>absurdo de la sociedad totalitaria se encuentra entronizado el ridículo supersentido de susuperstición ideológica. Las ideologías son innocuas, no críticas, y las opiniones, arbitrarias

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