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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 177accionistas escapaba al extranjero, y una gran mayoría de este dinero iba a la Gran Bretaña. Rhodeslogró interesar en sus negocios al Gobierno británico, le convenció de que la protección de laexpansión y la exportación de <strong>los</strong> instrumentos de violencia resultaban necesarias para la defensa <strong>del</strong>as inversiones y que semejante política constituía un deber sagrado para cada Gobierno nacional.Por otra parte, introdujo en El Cabo esa típica política económica imperialista de abandono de todaslas empresas que no sean propiedad de accionistas ausentes, de forma tal que, al final, no sólo lascompañías auríferas, sino el mismo Gobierno, frustraron la explotación de abundantes yacimientosde metales básicos y la producción de bienes de consumo 50 . Con la introducción de esta políticaRhodes aportó el más eficaz factor para la pacificación eventual de <strong>los</strong> boers; el abandono de todaauténtica empresa industrial era la más sólida garantía para evitar un desarrollo capitalista normal y,en consecuencia, evitaba el final normal para una sociedad racial.Los boers necesitaron varias décadas para comprender que nada tenían que temer <strong>del</strong>imperialismo y que, como el país no se desarrollaría como se habían desarrollado Australia yCanadá, ni se extraerían beneficios <strong>del</strong> país en general, se contentaría con realizar ampliasinversiones en un campo específico. Por eso el imperialismo se mostraba deseoso de abandonar lasllamadas leyes de la producción capitalista y sus tendencias igualitarias con tal de que se hallaran asalvo <strong>los</strong> beneficios de las inversiones espe cíficas. Esto condujo eventualmente a la ley de la merarentabilidad, y Sudáfrica se convirtió en el primer ejemplo de un fenómeno que se produce allídonde el populacho se convierte en factor dominante de la alianza entre el mismo y el capital.En un aspecto, el más importante, <strong>los</strong> boers siguieron siendo dueños indiscutibles <strong>del</strong> país: allídonde el trabajo racional y la política de producción chocaban con las consideraciones raciales,ganaban éstas. Los imperativos <strong>del</strong> beneficio fueron una y otra vez sacrificados a las exigencias deuna sociedad racial, frecuentemente a un precio terrorífico. La rentabilidad de <strong>los</strong> ferrocarrilesquedó destruida de la mañana a la noche cuando el Gobierno despidió a 17.000 empleados bantúesy elevó <strong>los</strong> salarios de <strong>los</strong> blancos en un 200 por 100 51 ; <strong>los</strong> gastos municipales se tornaronprohibitivos cuando <strong>los</strong> empleados nativos fueron reemplazados por blancos. La Color Bar Billexcluyo finalmente a todos <strong>los</strong> trabajadores negros de <strong>los</strong> empleos mecánicos y forzó a la fuerzaempresarial industrial a un tremendo aumento en <strong>los</strong> costes de producción. El mundo racial de <strong>los</strong>boers nada tenía que temer, y menos que de nadie de <strong>los</strong> trabajadores blancos, cuyos sindicatos sequejaron amargamente de que la Color Bar Bill no hubiera ido más allá 52 .A primera vista es sorprendente que a la desaparición de <strong>los</strong> financieros judíos sobreviviera unviolento antisemitismo, así como la eficaz difusión <strong>del</strong> racismo entre todos <strong>los</strong> sectores de lapoblación de origen europeo. Los judíos no fueron ciertamente una excepción a esta norma. Seacomodaron al racismo tan bien como <strong>los</strong> demás, y su comportamiento con el pueblo negro nomereció reproches 53 . Sin ser, sin embargo, conscientes de ello y bajo la presión de circunstanciasespeciales, rompieron, empero, con una de las más fuertes tradiciones <strong>del</strong> país.El primer signo de un comportamiento «anormal» se produjo inmediatamente después de que <strong>los</strong>financieros judíos perdieran su posición en las minas de oro y en <strong>los</strong> campos de diamantes. No50 «Sudáfrica, en tiempos de paz, concentró casi toda su energía industrial en la producción de oro. El inversionistamedio colocaba su dinero en el oro porque éste le ofrecía <strong>los</strong> más rápidos y más grandes beneficios. Pero Sudáfricatiene también tremendos yacimientos de mineral de hierro, cobre, amianto, manganeso, estaño, plomo, platino, cromo,mica y grafito. Estos, junto con las minas de carbón y el puñado de fábricas dedicadas a la producción de bienes deconsumo, eran considerados industrias ‘secundarias'. Y el desarrollo de estas industrias secundarias fue frustrado por lascompañías auríferas y, en medida considerable, por el Gobierno» (JAMES, op. cit., p. 333).51 JAMES, op. cit., pp. 111 y 112. «El Gobierno consideró que éste era un buen ejemplo para que lo siguieran <strong>los</strong>patronos..., y la opinión pública pronto obligó a muchos de el<strong>los</strong> a realizar cambios en su política de contratación demano de obra.»52 JAMES, op. cit., p. 108.53 Una vez más puede advertirse una clara diferencia, hasta finales <strong>del</strong> siglo XIX, entre <strong>los</strong> primeros colonos y <strong>los</strong>financieros. Saul Salomon, por ejemplo, miembro negrófilo <strong>del</strong> Parlamento de El Cabo, descendía de una familia que sehabía instalado en África <strong>del</strong> Sur a comienzos <strong>del</strong> siglo XIX (EMDEN, op. cit.).

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