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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 216transformación <strong>del</strong> citoyen de la Revolución francesa en el bourgeois <strong>del</strong> siglo XIX, por un lado, y<strong>del</strong> antagonismo entre el Estado y la sociedad, por otro. Los alemanes tendían a considerar alpatriotismo como una sumisa renuncia a sí mismo ante las autoridades, y <strong>los</strong> franceses como unaentusiástica lealtad al espectro de la «Francia eterna». En ambos casos, el patriotismo significaba unabandono <strong>del</strong> partido de cada uno y de sus intereses parciales en favor <strong>del</strong> Gobierno y <strong>del</strong> interésnacional. Lo cierto es que semejante deformación nacionalista era casi inevitable en un sistema quecreaba <strong>los</strong> partidos políticos a partir de <strong>los</strong> intereses particulares, de forma tal que el bien públicotenía que depender de la fuerza emanada de arriba y de un vago y generoso autosacrificio de abajoque sólo podía lograrse alentando las pasiones nacionalistas. En Inglaterra, por el contrario, elantagonismo entre el interés particular y el nacional jamás desempeñó un papel decisivo en lapolítica. Por eso, cuanto más correspondía a <strong>los</strong> intereses de clase el sistema de partidos <strong>del</strong>continente, más urgente era la necesidad que la nación sentía <strong>del</strong> nacionalismo para obtener unacierta expresión popular y un apoyo a <strong>los</strong> intereses nacionales, apoyo que Inglaterra, con suGobierno directo por el partido y la oposición, jamás necesitó tanto.Si consideramos la diferencia entre el multipartidismo continental y el bipartidismo británico conrespecto a su predisposición a la aparición de movimientos, parece lógico que resultara más fácil ala dictadura de un partido apoderarse de la maquinaria <strong>del</strong> Estado en países, donde el Estado estápor encima de <strong>los</strong> partidos y, por ello, por encima de <strong>los</strong> ciudadanos que en aquel<strong>los</strong> donde <strong>los</strong>ciudadanos actuando «concertadamente», es decir, a través de la organización <strong>del</strong> partido, puedenganar el poder legalmente y sentirse propietarios <strong>del</strong> Estado, bien de ahora, bien de mañana. Pareceaún más lógico que la mixtificación <strong>del</strong> poder, inherente a <strong>los</strong> movimientos, se lograra tanto másfácilmente cuanto más apartados se hallaran <strong>los</strong> ciudadanos de las fuentes <strong>del</strong> poder, más fácil en<strong>los</strong> países do minados burocráticamente, donde el poder trasciende positivamente la capacidad decomprensión por parte de <strong>los</strong> dominados, que en <strong>los</strong> países gobernados constitucionalmente, don<strong>del</strong>a ley está por encima <strong>del</strong> poder y el poder es sólo un medio para su aplicación; y más fácil aún enpaíses donde el poder <strong>del</strong> Estado está más allá <strong>del</strong> alcance de <strong>los</strong> partidos y por eso, aunquepermanezca dentro <strong>del</strong> alcance de la inteligencia <strong>del</strong> ciudadano, se encuentra más allá <strong>del</strong> alcance desu experiencia práctica y de su acción.La alienación de las masas <strong>del</strong> Gobierno, que significó el comienzo de su eventual odio hacia elParlamento y de su disgusto hacia éste, fue diferente en Francia y en otras democraciasoccidentales, por un lado, y en <strong>los</strong> países de Europa central, principalmente en Alemania, por otro.En Alemania, donde el Estado se hallaba por definición por encima de <strong>los</strong> partidos, <strong>los</strong> líderespartidistas abandonaban como norma su adhesión al partido en el momento en que se convertían enministros y eran encargados de misiones oficiales 91 . En Francia, dominada por las alianzaspartidistas, no fue posible ningún auténtico Gobierno desde el establecimiento de la III República ysu fantástica serie de Gabinetes. Su debilidad fue opuesta a la alemana; había liquidado al Estadoque se hallaba por encima de <strong>los</strong> partidos y por encima <strong>del</strong> Parlamento, sin reorganizar su sistemade partidos en un cuerpo capaz de gobernar. El Gobierno se convirtió necesariamente en un ridículoexponente de <strong>los</strong> siempre cambiantes talantes <strong>del</strong> Parlamento y de la opinión pública. El sistemaalemán, por otra parte, convirtió al Parlamento en un campo de batalla más o menos útil para <strong>los</strong>intereses en conflicto y para las opiniones, en un órgano cuya principal función consistía en influirsobre el Gobierno, pero cuya necesidad práctica en la gestión de <strong>los</strong> asuntos <strong>del</strong> Estado era, pora aquel<strong>los</strong> lazos por <strong>los</strong> que estamos unidos a nuestro país tanto como nuestros afectos naturales y nuestros lazos deconsanguinidad tienden inevitablemente a hacer de <strong>los</strong> hombres ma<strong>los</strong> ciudadanos» (op. cit.). LORD JOHN RUSSELL,On Party (1850), va incluso más allá cuando afirma que el más importante de <strong>los</strong> buenos efectos de <strong>los</strong> partidos es «queda una sustancia a las vagas opiniones de <strong>los</strong> políticos y les une a principios firmes y duraderos».91 Compárese con esta actitud el hecho sorprendente de que en la Gran Bretaña Ramsay MacDonald no fuera capaz desobrevivir a su «traición» al partido laborista. En Alemania, el espíritu de la Administración exigía de aquel<strong>los</strong> queocupaban cargos públicos que estuvieran «por encima de <strong>los</strong> partidos». Contra este principio de la antiguaAdministración civil prusiana <strong>los</strong> nazis afirmaron la prioridad <strong>del</strong> partido, porque deseaban una dictadura. Goebbelsdemandó explícitamente: «Cada miembro <strong>del</strong> partido que llegue a ser funcionario <strong>del</strong> Estado tiene que seguir siendoante todo un nacionalsocialista... y cooperar estrechamente con la Administración <strong>del</strong> partido» (cita de GOTTFRIEDNEESSE, Partei und Staat, 1939, p. 28).

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