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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 346abiertamente dominante en <strong>los</strong> países totalitarios, y sus normas y escala de valores penetran todo eltejido de la sociedad totalitaria.Desde este punto de vista puede no resultar demasiado sorprendente que ciertas cualidadespeculiares de la Policía Secreta sean cualidades generales de la sociedad totalitaria más quepeculiaridades de la Policía Secreta totalitaria. La categoría <strong>del</strong> sospechoso abarca así, bajo lascondiciones totalitarias, a toda la población; cada pensamiento que se desvía de la líneaoficialmente prescrita y permanentemente cambiante es ya sospechoso, sea cual fuere el campo deactividad humana en que suceda. Simplemente por su capacidad de pensar, <strong>los</strong> seres humanos sonsospechosos por definición, y esta sospecha no puede ser descartada en razón de una conductaejemplar, porque la capacidad humana para pensar es también una capacidad para cambiar la mentepropia. Como, además, es imposible llegar a conocer más allá de la duda el corazón de otro hombre—en este contexto, la tortura es sólo el intento desesperado y eternamente fútil de lograr lo que nopuede lograrse—, la sospecha no puede ser mitigada si ya no existen como realidades sociales(diferenciadas de las simplemente psicológicas) una comunidad de valores ni las previsibilidades<strong>del</strong> interés propio. La sospecha mutua, por eso, cala todas las relaciones sociales en <strong>los</strong> paísestotalitarios y crea una atmósfera omnipenetrante al margen de la esfera especial de la PolicíaSecreta.En <strong>los</strong> regímenes totalitarios, la provocación, antaño especialidad <strong>del</strong> agente secreto, se convierteen un método de tratar con el vecino, que se ve forzado a utilizar todo el mundo, voluntaria oinvoluntariamente. Todo el mundo, de alguna forma, es el agent provocateur de todo el mundo;porque, obviamente, se calificaría a sí mismo de agent provocateur si llegara a la atención de lasautoridades un intercambio incluso ordinario y amistoso de «pensamientos amistosos» (o lo quemientras tanto se haya convertido en «pensamientos peligrosos»). La colaboración de la poblaciónen la denuncia de <strong>los</strong> adversarios políticos y la prestación de servicio voluntario como agenteprovocador no carecen ciertamente de precedentes, pero en <strong>los</strong> países totalitarios se hallan tan bienorganizados que el trabajo de <strong>los</strong> especialistas es casi superfluo. En un sistema de espionaje úbicuo,donde todo el mundo puede ser un agente de Policía y donde cada individuo se siente sometidoconstantemente a vigilancia; bajo circunstancias, además, en las que las carreras prof esionales sonextremadamente inseguras y donde <strong>los</strong> ascensos y caídas más espectaculares son sucesoscotidianos, cada palabra se torna equívoca y queda sometida a una interpretación retrospectiva.La ilustración más sorprendente de la penetración de la sociedad totalitaria por <strong>los</strong> métodos ynormas de la Policía Secreta puede hallarse en la cuestión de las carreras profesionales. El agentedoble en <strong>los</strong> regímenes no totalitarios servía a la causa a la que se suponía que había de combatircasi tanto, y a veces más, que las autoridades. Frecuentemente, albergaba una especie de dobleambición: deseaba ascender en las filas de <strong>los</strong> partidos revolucionarios tanto como en las filas de <strong>los</strong>servicios. Para conseguir ascensos en ambos campos sólo tenía que aceptar ciertos métodos que enuna sociedad normal correspondían a <strong>los</strong> ensueños <strong>del</strong> pequeño empleado que depende de suantigüedad para el ascenso: a través de sus conexiones con la Policía podía eliminar ciertamente asus superiores y rivales en el partido, y a través de sus conexiones con <strong>los</strong> revolucionarios tenía almenos una oportunidad de desembarazarse de su jefe en la Policía 113 . Si consideramos lascondiciones de las carreras profesionales en la actual sociedad rusa, la semejanza con tales métodosresulta sorprendente. Los altos funcionarios no sólo deben sus puestos a las purgas que eliminaron asus predecesores, sino que aceleran sus ascensos de esta forma en todos <strong>los</strong> caminos de la vida.Cada diez años, aproximadamente, una purga de alcance nacional deja espacio para la nuevageneración, recientemente graduada y hambrienta de puestos. El mismo Gobierno ha establecidopara este ascenso las condiciones que antiguamente tenía que crear el agente de Policía.en 1927, se impuso a las SS una orden especial: el no participar «nunca en las discusiones de las reuniones de miembros<strong>del</strong> partido» (Der Weg der SS, op. cit.). La misma conducta ha sido descrita respeto de <strong>los</strong> miembros de la NKVD, quese mantienen <strong>del</strong>iberadamente aparte y que sobre todo jamás se relacionan con otras secciones de la aristocracia <strong>del</strong>partido (BECK y GODIN, op. cit., p. 163).113 Es típica la espléndida carrera <strong>del</strong> agente de Policía Balinowsky, que acabó como diputado de <strong>los</strong> bolcheviques en elParlamento (véase BERTRAM D. WOLFE, op. cit., cap. XXXI.

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