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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 367mientras que no sean realmente creídas. Una vez que es tomada al pie de la letra su reivindicaciónde validez total se convierten en el núcleo de sistemas lógicos en <strong>los</strong> que, como en <strong>los</strong> sistemas de<strong>los</strong> paranoicos, todo se deduce comprensiblemente e incluso obligatoriamente una vez que ha sidoaceptada la primera premisa. La insania de semejantes sistemas radica no sólo en su primerapremisa, sino en la lógica con la que han sido construidos. La curiosa cualidad lógica de todos <strong>los</strong>ismos, su confianza simple en el valor salvador de la devoción tozuda sin atender a factoresespecíficos y variantes, alberga ya <strong>los</strong> primeros gérmenes <strong>del</strong> desprecio totalitario por la realidad ypor <strong>los</strong> hechos.El sentido común entrenado en el pensamiento utilitario carece de defensas contra estesupersentido ideológico, puesto que <strong>los</strong> regímenes totalitarios establecen un mundo que funcionacarente de sentido. El desprecio ideológico por <strong>los</strong> hechos todavía contenía la orgul<strong>los</strong>a presunción<strong>del</strong> dominio humano sobre el mundo; después de todo, es este desprecio por la realidad el que haceposible cambiar el mundo, la erección <strong>del</strong> artificio humana. Lo que destruye el elemento de orgulloen el desprecio totalitario por la realidad (y por ello lo distingue radicalmente de las teorías yactitudes revolucionarias) es el supersentido que da al desprecio por la realidad su fuerza lógica y suconsistencia. Lo que logra un recurso verdaderamente totalitario de la afirmación bolchevique deque el sistema ruso es superior a todos <strong>los</strong> demás es el hecho de que el gobernante totalitario obtienede esta afirmación la conclusión lógicamente impecable de que sin este sistema la gente no podríahaber construido algo tan maravil<strong>los</strong>o como, por ejemplo, un Metro. De este punto de vista extraeluego la conclusión lógica de que cualquiera que conozca la existencia <strong>del</strong> Metro de París es unsospechoso, porque puede ser causa de que la gente dude de que sólo se pueden hacer cosas en elsistema bolchevique. Esto conduce a la conclusión final de que, para seguir siendo un bolcheviqueleal, uno tiene que destruir el Metro de París. Sólo importa ser consecuente.Con estas nuevas estructuras, construidas sobre la fuerza <strong>del</strong> supersentido e impulsadas por elmotor de la lógica, nos hallamos, desde luego, en el final de la era burguesa <strong>del</strong> incentivo y <strong>del</strong>poder tanto como en el final <strong>del</strong> imperialismo y de la expansión. La agresividad <strong>del</strong> <strong>totalitarismo</strong> noprocede <strong>del</strong> anhelo por el poder, y si trata febrilmente de extenderse, no es por deseo de expansiónni de beneficio, sino sólo por razones ideológicas: hacer al mundo consecuente, demostrar que teníarazón su respectivo supersentido.Principalmente en beneficio de este supersentido, en beneficio de una consistencia completa, espor lo que necesita el <strong>totalitarismo</strong> destruir cada rastro de lo que nosotros denominamoscorrientemente dignidad humana. Porque el respeto por la diginidad humana implica elreconocimiento de mis semejantes o de las naciones semejantes a la mía, como súbditos, comoconstructores de mundos o como codificadores de un mundo común. Ninguna ideología quepretenda lograr la explicación de todos <strong>los</strong> acontecimientos históricos <strong>del</strong> pasado o la <strong>del</strong>imitación<strong>del</strong> curso de todos <strong>los</strong> acontecimientos <strong>del</strong> futuro puede soportar la imprevisibilidad que procede <strong>del</strong>hecho de que <strong>los</strong> hombres sean creativos, que pueden producir algo tan nuevo que nadie llegó aprever.Lo que por eso tratan de lograr las ideologías totalitarias no es la transformación <strong>del</strong> mundoexterior o la transmutación revolucionaria de la sociedad, sino la transformación de la mismanaturaleza humana. Los campos de concentración son <strong>los</strong> laboratorios donde se prueban <strong>los</strong>cambios en la naturaleza humana, y su ignominia no atañe sólo a sus internados y a aquel<strong>los</strong> que <strong>los</strong>dirigen según normas estrictamente «científicas»; es tema que afecta a todos <strong>los</strong> hombres. Y lacuestión no es el sufrimiento, algo de lo que ya ha habido demasiado en la Tierra, ni el número desus víctimas. Lo que está en juego es la naturaleza humana como tal, y aunque parezca que estosexperimentos no lograron modificar al hombre, sino sólo destruirle, creando una sociedad en la quela banalidad nihilista <strong>del</strong> homo homini lupus es consecuentemente realizada, es preciso tener encuenta las necesarias limitaciones de una experiencia que requiere un control global para mostrarresultados concluyentes.Hasta ahora, la creencia totalitaria de que todo es posible parece haber demostrado sólo que todopuede ser destruido. Sin embargo, en su esfuerzo por demostrar que todo es posible, <strong>los</strong> regímenestotalitarios han descubierto sin saberlo que hay crímenes que <strong>los</strong> hombres no pueden castigar ni

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