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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 166sociedad decadente y una anticuada organización política añadió su propia pretensión de estabilidadaparentemente eterna e independiente de todos <strong>los</strong> determinantes funcionales. Fue significativo queuna sociedad a punto de romper con todos <strong>los</strong> valores tradicionales absolutos comenzara a buscarun valor absoluto en el mundo de la economía donde, además, tal cosa no existe ni puede existir,dado que todo es funcional por definición. Esta ilusión de un valor absoluto ha hecho de laproducción <strong>del</strong> oro desde <strong>los</strong> tiempos antiguos, la actividad de <strong>los</strong> aventureros, <strong>los</strong> jugadores, <strong>los</strong><strong>del</strong>incuentes, de <strong>los</strong> elementos fuera de <strong>los</strong> límites de una sociedad normal y sana. El nuevo giro enla fiebre sudafricana <strong>del</strong> oro estribó en que allí <strong>los</strong> buscadores de la suerte no se hallaban claramentefuera de la sociedad civilizada, sino que, al contrario, eran evidentemente un subproducto de estasociedad, un residuo inevitable <strong>del</strong> sistema capitalista e incluso <strong>los</strong> representantes de una economíaque implacablemente producía una superfluidad de hombres y de capital.Los hombres superfluos, «<strong>los</strong> bohemios de <strong>los</strong> cuatro continentes» 7 que se precipitaron hacia ElCabo todavía tenían mucho en común con <strong>los</strong> antiguos aventureros. También sentían: «Embárcamehasta el Este de Suez, donde lo mejor es como lo peor, / Donde no hay diez mandamientos si unhombre tiene sed.» La diferencia no era su moralidad o su inmoralidad, sino más bien estribaba enque ya no tenía ese deseo de unirse a esta multitud «de todas las naciones y todos <strong>los</strong> colores» 8 ; queno habían abandonado a la sociedad, sino que habían sido arrojados de ella; que no resultabanemprendedores más allá de <strong>los</strong> límites permitidos por la civilización, sino simplemente víctimas sinuso o función. Su única decisión había sido negativa, una decisión contra <strong>los</strong> movimientos obreros,en <strong>los</strong> que <strong>los</strong> mejores entre <strong>los</strong> hombres superfluos y aquel<strong>los</strong> amenazados por la superfluidadestablecieron un tipo de contrasociedad a través de la cual <strong>los</strong> hombres pudieron hallar su camino deregreso a un mundo humano dotado de sentido y de camaradería. No eran nada a su propia imagen,eran como símbo<strong>los</strong> vivos de lo que les había sucedido, abstracciones vivas y testigos de lo absurdode las instituciones humanas. No eran individuos como <strong>los</strong> antiguos aventureros, eran las sombrasde acontecimientos en <strong>los</strong> que el<strong>los</strong> no podían influir.Como Mr. Kurtz en «Heart of Darkness» de Conrad, se hallaban «vacíos hasta la médula», eran«temerarios sin valor, codiciosos sin audacia y crueles sin coraje». No creían en nada «ni nadapodía inducirles a creer en algo». Expulsados de un mundo con valores sociales aceptados, habíansido entregados a sí mismos y no tenían nada a donde retroceder, excepto, aquí y allí, una chispa detalento que les hacía tan peligrosos como Kurtz si se les permitía regresar a su patria. Porque elúnico talento que posiblemente podía alentar en sus almas vacías era el don de la fascinación quepodía hacer de uno de el<strong>los</strong> «un espléndido jefe de un partido extremo». Los mejor dotados eranencarnaciones vivientes <strong>del</strong> resentimiento, como el alemán Carl Peters (posiblemente el mo<strong>del</strong>opara Kurtz), que declaró francamente que «estaba harto de ser contado entre <strong>los</strong> parias y deseabapertenecer a una raza de señores» 9 . Pero, dotados o no, eran todos «juego para algo, desde cara ycruz al asesinato», y para el<strong>los</strong> sus semejantes, «de una forma o de otra no eran más que esamosca». Así llevaron consigo, o aprendieron rápidamente, el código de costumbres que se acomodacon el próximo tipo de asesino para el que el único pecado imperdonable consiste en perder <strong>los</strong>estribos.Allí había, en realidad, auténticos caballeros, como el Mr. Jones de Victory, de Conrad, quellegados <strong>del</strong> tedio, deseaban pagar cualquier precio para vivir en el «mundo <strong>del</strong> azar y de laaventura», o como Mr. Heyst, que se emborrachaba con el desprecio hacia cada ser humano hastaque se vio arrastrado «como la hoja de un árbol... sin comprender siquiera nada». Se mostrabanirresistiblemente atraídos por un mundo donde todo era una broma, un mundo que podía enseñarlesla «Gran Broma», que consiste en el «dominio de la desesperación». El perfecto caballero y elperfecto truhán llegaron a conocerse muy bien en la «gran jungla salvaje sin ley» y se encontraron«bien hermanados en su enorme desemejanza, almas idénticas con diferentes disfraces». Hemosvisto el comportamiento de la alta sociedad durante el Affaire Dreyfus y hemos visto a Disraeli7 J. A. FROUDE, «Leaves from a South African Journal» (1874), en Short Studies on Great Subjects, 1867-1882, vol.IV.8 Ibíd.9 Cita de Kolonien im deutschen Schrifttum, 1936, prólogo.

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