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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 250solución al problema <strong>los</strong> conceptos <strong>del</strong> hombre en que se habían basado <strong>los</strong> derechos humanos —que está creado a la imagen de Dios (en la fórmula americana), o que es el representante de laHumanidad, o que alberga dentro de sí mismo las sagradas exigencias de la ley natural (en lafórmula francesa).Los supervivientes de <strong>los</strong> campos de exterminio, <strong>los</strong> encerrados en <strong>los</strong> campos de concentracióny de internamiento, e incluso <strong>los</strong> apátridas relativamente afortunados podrían ver sin <strong>los</strong> argumentosde Burke que la abstracta desnudez de ser nada más que humanos era su mayor peligro. Por obra deello eran considerados como salvajes y, temerosos de acabar por ser considerados como bestias,insistieron en su nacionalidad, el último signo de su antigua ciudadanía, como el único vestigio desu relación con la Humanidad. Su desconfianza hacia <strong>los</strong> derechos naturales, su preferencia por <strong>los</strong>derechos nacionales, proceden precisamente de su comprensión de que <strong>los</strong> derechos naturales sonconcedidos incluso a <strong>los</strong> salvajes. Burke había temido ya que <strong>los</strong> derechos naturales «inalienables»confirmarían sólo el derecho <strong>del</strong> «salvaje desnudo» 53 y por eso reducirían a las naciones civilizadasal estado de salvajismo. Porque únicamente <strong>los</strong> salvajes no tienen algo a lo que recurrir que no seael hecho mínimo de su origen humano, las personas se aferran aún más desesperadamente a sunacionalidad cuando han perdido <strong>los</strong> derechos y la protección que tal nacionalidad les daba. Sólo supasado con su «herencia vinculante» parece confirmar el hecho de que todavía pertenecen al mundocivilizado.Si un ser humano pierde su status político, según las implicaciones de <strong>los</strong> derechos innatos einalienables <strong>del</strong> hombre, llegaría exactamente a la situación para la que están concebidas lasdeclaraciones de semejantes derechos generales. En la realidad, el caso es necesariamente opuesto.Parece como si un hombre que no es nada más que un hombre hubiera perdido las verdaderascualidades que hacen posible a otras personas tratarle como a un semejante. Esta es una de lasrazones por las que resulta mucho más difícil destruir la personalidad legal de un <strong>del</strong>incuente, la deun hombre que ha asumido la responsabilidad de un acto cuyas consecuencias determinan ahora sudestino, que la de aquel a quien se le han denegado todas las responsabilidades humanas comunes.Por ello <strong>los</strong> argumentos de Burke cobran un significado suplementario si examinamosúnicamente la condición general humana de aquel<strong>los</strong> que han sido expulsados de todas lascomunidades políticas. Al margen <strong>del</strong> trato que han recibido, con independencia de las libertades ode la opresión, de la justicia o de la injusticia, han perdido todas aquellas partes <strong>del</strong> mundo y todosaquel<strong>los</strong> aspectos de la existencia humana que son resultado de nuestro trabajo común, producto <strong>del</strong>artificio humano. Si la tragedia de las tribus salvajes es que viven en una naturaleza inalterada quene pueden dominar, de cuya abundancia o frugalidad dependen para ganarse la vida, que viven ymueren sin dejar ningún rastro, sin haber contribuido en nada a un mundo común, entonces esaspersonas fuera de la ley resultan arrojadas a un estado de naturaleza peculiar. Desde luego, no sonbárbaros; algunos, además, pertenecen a <strong>los</strong> estratos más cultos de sus países respectivos; pero, enun mundo que ha liquidado casi por completo el salvajismo, aparecen como las primeras señales deuna posible regresión de la civilización.Cuanto más desarrollada está una civilización, más evolucionado el mundo que ha producido ymás a gusto se sienten <strong>los</strong> hombres dentro <strong>del</strong> artificio humano, más hostiles se sentirán respecto detodo lo que no han producido, de todo lo que es simplemente y que misteriosamente se les haotorgado. El ser humano que ha perdido su lugar en una comunidad, su status político en la lucha desu época y la personalidad legal que hace de sus acciones y de parte de su destino un conjuntoconsistente, queda abandonado con aquellas cualidades que normalmente sólo pueden destacar en laesfera de la vida privada y que deben permanecer indiferenciadas, simplemente existentes, en todaslas cuestiones de carácter público. Esta simple existencia, es decir, todo lo que nos esmisteriosamente otorgado por el nacimiento y que incluye la forma de nuestros cuerpos y el talentode nuestras mentes, sólo puede referirse adecuadamente a <strong>los</strong> imprevisibles azares de la amistad yde la simpatía, o a la enorme e incalculable gracia <strong>del</strong> amor, como dijo Agustín: Volo ut sis(«Quiero que seas»), sin ser capaz de dar una razón particular para semejante afirmación suprema e53 Introducción de Payne a BURKE, op. cit.

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