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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 77círcu<strong>los</strong> cada vez más elevados de la sociedad; fue el único entre el<strong>los</strong> que descubrió el secreto depreservar la suerte, ese milagro natural <strong>del</strong> estado de paria, y que supo desde el principio que nohabía que humillarse para «remontarse desde lo alto hasta lo más alto».Jugó el juego de la política como un actor actúa en una representación teatral, pero desempeñótan bien su papel que fue convencido por su propio artificio. Su vida y su carrera parecen un cuentode hadas, en el que él se mostraba como el príncipe —ofreciendo la flor azul de <strong>los</strong> románticos, ensu caso la flor de la primavera de la Inglaterra imperialista, a su princesa, la reina de Inglaterra—.La empresa colonial británica era el país de las hadas en el que el sol nunca se ponía, y su capital, lamisteriosa Delhi asiática, adonde el príncipe deseaba escapar con su princesa, huyendo <strong>del</strong> nebu<strong>los</strong>oy prosaico Londres. Todo esto puede parecer absurdo y pueril; pero cuando una esposa escribe a suesposo como lady Beaconsfield le escribió a él: «Sabes que te casaste conmigo por el dinero, y yosé que si tuvieras que hacerlo de nuevo, te casarías por amor» 31 , se impone el silencio ante unafelicidad que parecía alzarse contra todas las reglas. Aquí topamos con alguien que empezó porvender su alma al diablo, pero el diablo no la quiso, y <strong>los</strong> dioses le proporcionaron toda la felicidadde esta Tierra.Disraeli procedía de una familia enteramente asimilada; su padre, un caballero ilustrado, bautizóal hijo porque deseaba que tuviera las oportunidades de les ordinarios mortales. Poseía escasasrelaciones con la sociedad judía y nada sabía ni de la religión ni de las costumbres judías. Lajudeidad, desde el principio, fue un hecho de origen, que él podía embellecer sin las trabas queimpone el conocimiento de la realidad. El resultado fue que de alguna manera él contemplaba estehecho muy de la misma forma en que lo hubiera contemplado un gentil. Comprendió con mayorclaridad que otros judíos que ser judío podía ser tanto una oportunidad como un obstáculo. Y como,a diferencia de su sencillo y más modesto padre, aspiraba a nada menos que convertirse en unmortal ordinario y a nada más que «distinguirse por encima de todos sus contemporáneos» 32 ,comenzó a conformar su «tez olivácea y sus ojos negrísimos» hasta con «la poderosa cúpula de sufrente —no, desde luego, la de un templo cristiano—, (fue) diferente a cualquier criatura viva queuno pudiera haber conocido» 33 . Sabía instintivamente que todo dependía de la «división entre él y<strong>los</strong> simples mortales», de la acentuación de esta afortunada extranjería.Todo esto evidencia una singular comprensión de la sociedad y de sus normas.Significativamente, fue Disraeli quien dijo: «Lo que es un crimen entre la multitud es sólo un vicioentre <strong>los</strong> pocos» 34 —quizá el más profundo atisbo <strong>del</strong> auténtico principio por el que se inició ellento e insidioso declive de la sociedad <strong>del</strong> siglo XIX hacia las profundidades de la moralidad <strong>del</strong>populacho y <strong>del</strong> hampa. Como él conocía esta norma, sabía también que <strong>los</strong> judíos en parte algunahallarían mejores oportunidades que las que encontrarían en <strong>los</strong> círcu<strong>los</strong> que pretendían serexclusivos y discriminar contra el<strong>los</strong>; ya que estos círcu<strong>los</strong> de unos pocos consideraban, como lamultitud, que la judeidad era un crimen, este «crimen» podía ser transformado en cualquiermomento en un «vicio» atractivo. El despliegue de exotismo, extranjería, misterio, magia y poderesocultos que realizó Disraeli se hallaba correctamente orientado hacia esa disposición de la sociedad.Y fue su virtuosismo en el juego social el que le hizo elegir el partido conservador, conseguir unescaño en el Parlamento, el puesto de primer ministro y, finalmente, aunque no fuera lo menosimportante, la duradera admiración de una sociedad y la amistad de una reina.Una de las razones de su éxito fue la sinceridad de su juego. La impresión que provocaba en suscontemporáneos más imparciales era la de una curiosa mezcla <strong>del</strong> sentimiento de que estabarepresentando un papel y de una «absoluta sinceridad y falta de reserva» 35 . Esta conjunción sólo eraposible gracias a una genuina inocencia en parte debida a una educación de la que se había excluido31 HORACE B. SAMUEL, «The Psychology of Disraeli», en Modernities, Londres, 1914.32 J. A. FROUDE concluye así su biografía de Lord Beaconsfield, 1890: «El objetivo con el que comenzó en la vida eradistinguirse por encima de todos sus c ontemporáneos, y por salvaje que tal ambición debió parecer, le otorgó al final elp remio por el que había luchado tan valientemente.»33 SIR JOHN SKLETON, op. Cit.34 En su novela Tancred, 1847.35 SIR JOHN SKLETON, op. cit.

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