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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 117dominante, dejaba al Estado las decisiones políticas. Sólo cuando la Nación-Estado se revelóincapaz de ser el marco para un ulterior desarrollo de la economía capitalista se tornó abierta lalucha por el poder, hasta entonces latente entre el Estado y la sociedad. Durante el períodoimperialista, ni el Estado ni la burguesía obtuvieron una victoria decisiva. Las institucionesnacionales resistieron la brutalidad y la megalomanía de las aspiraciones imperialistas y <strong>los</strong> intentosburgueses de utilizar el Estado y sus instrumentos de violencia para sus propios objetivoseconómicos hallaron siempre un éxito a medias. Esto cambió cuando la burguesía alemana apostótodo en favor <strong>del</strong> movimiento de Hitler y aspiró a gobernar con la ayuda <strong>del</strong> populacho, peroentonces resultó ser demasiado tarde. La burguesía logró destruir a la Nación-Estado, pero obtuvouna victoria pírrica; el populacho se reveló completamente capaz de cuidar de la política por símismo y liquidó a la burguesía junto con las demás clases e instituciones.1. LA EXPANSIÓN Y LA NACIÓN-ESTADO«La expansión lo es todo», dijo Cecil Rhodes, y se sumió en la desesperación, porque cada nocheveía sobre su cabeza «estas estrellas..., estos vastos mundos a <strong>los</strong> que nunca podremos llegar. Meapoderaría de <strong>los</strong> planetas si pudiera» 2 . Había descubierto el principio motor de la nueva eraimperialista (en menos de dos décadas, las posesiones coloniales británicas aumentaron en 4,5millones de millas cuadradas y en 66 millones de habitantes; la nación francesa ganó 3,5 millonesde millas cuadradas y 26 millones de personas; <strong>los</strong> alemanes consiguieron un nuevo imperio de unmillón de millas cuadradas y 13 millones de nativos, y <strong>los</strong> belgas, a través de su rey, adquirieron900.000 millas cuadradas con una población de 8,5 millones de habitantes) 3 ; y, sin embargo, en undestello de lucidez, Rhodes reconoció en el mismo momento esta insania y su contradicción con lacondición humana. Naturalmente, ni ese atisbo ni la tristeza modificaron su política. No teníadestino que dar a esos destel<strong>los</strong> de lucidez que le llevaban mucho más allá de la capacidad normalde un ambicioso hombre de negocios con una marcada tendencia hacia la megalomanía.«La política mundial es para una nación lo que la megalomanía es para un individuo» 4 , dijoEugen Richter (líder <strong>del</strong> partido progresista alemán) aproximadamente en el mismo momentohistórico. Pero su oposición en el Reichstag a la propuesta de Bismarck de apoyar a las compañíasprivadas en el establecimiento de estaciones comerciales y marítimas mostraba claramente quecomprendía aún menos que el propio Bismarck las necesidades económicas de una nación de sutiempo. Parecía como si <strong>los</strong> que se oponían o ignoraban el imperialismo —como Eugen Richter enAlemania, o Gladstone en Inglaterra, o Clemenceau en Francia— hubieran perdido el contacto conla realidad y no comprendieran que el comercio y la economía habían implicado ya a cada naciónen la política mundial. El principio nacional les estaba conduciendo a una ignorancia provinciana, yla batalla librada en pro de la cordura estaba ya perdida.La moderación y la confusión eran <strong>los</strong> únicos premios a la firme oposición de cualquier políticoa la expansión imperialista. Así, Bismarck, en 1871, rechazo la oferta de posesiones francesas enÁfrica a cambio de Alsacia-Lorena, y veinte años más tarde adquirió Heligoland, de la GranBretaña, a cambio de Uganda, Zanzíbar y Vitu, dos reinos por una bañera, como, no sin justicia, ledijeron <strong>los</strong> imperialistas alemanes. Así, en la década de <strong>los</strong> años 80, Clemenceau se opuso a <strong>los</strong>imperialistas que en Francia deseaban el envío de una fuerza expedicionaria a Egipto contra <strong>los</strong>británicos, y treinta años más tarde entregó a Inglaterra <strong>los</strong> campos petrolíferos de Mosul en aras deuna alianza franco-británica. Así, Gladstone era denunciado en Egipto por Cromer, quien afirmabaque «no es un hombre al que puedan confiarse con seguridad <strong>los</strong> destinos <strong>del</strong> Imperio británico».2 S. GERTRUDE MILLIN, Rhodes, Londres, 1933, p. 138.3 Estas cifras están tornadas de la obra de CARLTON J. H. HAYES, A Generation of Materialism, Nueva York, 1941,p. 237 y se refieren al período comprendido entre 1871 y 1900. Véase también de HOBSON, op. cit., p. 19: «En quinceaños se añadirán al Imperio británico unos 3 3/4 de millones de millas cuadradas; un millón de millas cuadradas con 14millones de habitantes al Imperio francés y 31/2 millones de millas cuadradas con 37 millones de habitantes al francés.»4 Véase, de ERNST HASSE, Deutsche Weltpolitik, «Flugschriften des Alledeutschen Verbandes», núm. 5, 1897, p. 1.

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