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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 187es completamente incompatible con el fanatismo y por eso nunca es realmente eficiente.Cabe decir lo mismo de <strong>los</strong> miembros <strong>del</strong> Servicio Secreto británico. Son también de ilustreorigen —lo que el matador de dragones fue al burócrata lo es el aventurero al agente secreto— ypueden reivindicar también justamente una leyenda fundacional, la leyenda <strong>del</strong> Gran Juego, talcomo fue contada por Rudyard Kipling en Kim.Desde luego, todo aventurero sabe lo que quiere decir Kipling cuando alaba a Kim, «porque loque él amaba era el juego por el juego». Toda persona todavía capaz de sorprenderse ante «estemundo grande y maravil<strong>los</strong>o» sabe que difícilmente constituye un argumento contra el juego elhecho de que <strong>los</strong> «misioneros y secretarios de las sociedades caritativas no puedan advertir subelleza». Aún menos derecho tienen a hablar, al parecer, quienes consideran «un pecado besar laboca de una muchacha blanca y una virtud el besar el zapato de un negro» 87 . Como, en definitiva, lavida tiene que ser vivida y amada por sí misma, la aventura y el amor al juego pueden aparecerfácilmente como el símbolo más intensamente humano de la vida. Es esta humanidad apasionada ysubyacente la que hace de Kim la única novela de la era imperialista en la que una genuina hermandadliga a <strong>los</strong> «linajes superiores e inferiores», en la que Kim, «un sahib, hijo de un sahib»,puede hablar justamente de «nosotros» cuando se refiere a <strong>los</strong> «hombres encadenados», «todos enun alambre». Hay en este «nosotros» —extraño en la boca de un creyente en el imperialismo—algomás que el anonimato omnienvolvente de hombres que se sienten orgul<strong>los</strong>os de no tener «nombre,sino sólo un número y una letra», algo más que el común orgullo de tener «un precio sobre lacabeza (de uno)». Lo que les hace camaradas es la común experiencia de ser —a través <strong>del</strong> peligro,el miedo, la sorpresa constante, la profunda falta de hábitos, la perpetua disposición para cambiarsus identidades— símbo<strong>los</strong> de la vida misma, símbo<strong>los</strong>, por ejemplo, de <strong>los</strong> acontecimientos detoda la India, compartiendo la vida de todo lo que «corre como una lanzadera a través <strong>del</strong>Indostán», y, por eso, ya no son «una persona, en medio de todo», como si se hallara atrapada porlas limitaciones de la individualidad o de la nacionalidad propias. Jugando el Gran Juego, unhombre puede sentirse como si viviera la única vida que vale la pena vivir, porque ha sidodespojado de todo lo que puede considerarse accesorio. La vida en sí misma parece haber quedadoen una pureza fantásticamente intensificada cuando un hombre se aparta de todos <strong>los</strong> lazos socialesordinarios, de la familia, de una ocupación regular, de un objetivo definido, de las ambiciones y <strong>del</strong>lugar reservado en una comunidad a la que pertenece por su nacimiento. «El Gran Juego concluyecuando todo está ya muerto. Y no antes.» Cuando uno está muerto, la vida ha concluido. Y no antes.No cuando uno llega a lograr lo que pudiera haber deseado. El hecho de que el juego no tenga unobjetivo definido es lo que le hace tan peligrosamente semejante a la misma vida.La carencia de objetivo es el verdadero encanto de la existencia de Kim. No acepta sus extrañosdeberes por Inglaterra, ni por la India, ni por ninguna otra causa valiosa o fútil. Podrían haberleconvenido las nociones imperialistas como la expansión por la expansión o el poder por el poder,pero él no se preocupó particularmente de ello y ciertamente jamás hubiera llegado a construirninguna formula semejante. Avanzó con su estilo peculiar de «no razonar por qué, sino hacerlo ymorir» sin formularse siquiera la primera pregunta. Únicamente le tentaba la básica infinitud <strong>del</strong>juego y el secreto como tal. Y el secreto parece de nuevo como un símbolo <strong>del</strong> misterio básico de lavida.De alguna forma no fue culpa de <strong>los</strong> aventureros natos, de aquel<strong>los</strong> que por su verdaderanaturaleza vivían al margen de la sociedad y de todos <strong>los</strong> cuerpos políticos, el hecho de queencontraran en el imperialismo un juego político que era inacabable por definición; y no se esperabaque supieran que en política un juego inacabable sólo puede acabar en catástrofe y que el secretopolítico difícilmente concluye en algo más noble que la vulgar duplicidad de un espía. La bromagastada a estos jugadores <strong>del</strong> Gran Juego consistió en que quienes les empleaban sabían lo quequerían y utilizaban su pasión por el anonimato para el espionaje ordinario. Pero este triunfo de <strong>los</strong>inversionistas hambrientos de beneficios resultó temporal y concluyeron debidamente engañadoscuando unas pocas décadas más tarde conocieron a <strong>los</strong> jugadores <strong>del</strong> juego <strong>del</strong> <strong>totalitarismo</strong>, un87 CARTHILL, op. cit., p. 88.

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