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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 140La verdad es que sólo lejos de su patria podía un ciudadano de Inglaterra, Alemania o Francia sernada más que inglés, alemán o francés. En su propio país estaba tan implicado en intereseseconómicos o lealtades sociales que se hallaba más cerca de un miembro de su clase de un paísextranjero que de un hombre de otra clase en el país propio. La expansión dio al nacionalismo unnuevo respiro y por eso fue aceptada como instrumento de política nacional. Los miembros de lasnuevas sociedades coloniales y de las ligas imperialistas se sintieron «alejados de las luchaspartidistas», y cuanto más lejos se iban, más fuerte era su creencia de que representaban sólo unobjetivo nacional» 60 . Esto revela el desesperado estado de las naciones europeas ante elimperialismo, cuán frágiles se habían tornado sus instituciones, cuán anticuado su sistema socialmostraba ser frente a la creciente capacidad <strong>del</strong> hombre para la producción.Los medios de preservación eran también desesperados, y al final el remedio resultó ser peor quela enfermedad, para la que, incidentalmente, no hallaron curación.La alianza entre el capital y el populacho se encuentra en la génesis de cada consecuente políticaimperial. En algunos países, especialmente en la Gran Bretaña, esta nueva alianza entre <strong>los</strong>demasiado ricos y <strong>los</strong> demasiado pobres estuvo y siguió estando confinada a las posesiones deultramar. La llamada hipocresía de la política británica fue resultado <strong>del</strong> buen sentido de <strong>los</strong>políticos ingleses, que trazaron una clara línea divisoria entre <strong>los</strong> métodos coloniales y la políticainterior habitual, evitando por eso con éxito considerable el temido efecto de boomerang <strong>del</strong>imperialismo sobre la madre Patria. En otros países, especialmente en Alemania y Austria, laalianza tuvo lugar en la patria en forma de panmovimientos, y en menor grado en Francia en unallamada política colonial. El objeto de estos «movimientos» era, por así decirlo, imperializar a todala nación, y no sólo a la parte «superflua» de ésta, para combinar la política interior y exterior de talmanera que permitiera organizar a la nación para el saqueo de territorios exteriores y la permanentedegradación de pueb<strong>los</strong> extranjeros.Todos <strong>los</strong> grandes historiadores <strong>del</strong> siglo XIX observaron y advirtieron ansiosamente laelevación <strong>del</strong> populacho a partir de la organización capitalista y su desarrollo. El pesimismohistórico desde Burckhardt a Spengler procede esencialmente de esta consideración. Pero lo que <strong>los</strong>historiadores, tristemente preocupados con el fenómeno en sí mismo, no lograron advertir fue que elpopulacho no podía ser identificado con la creciente clase trabajadora industrial, y desde luego, nocon el pueblo en conjunto, sino que estaba compuesto realmente de <strong>los</strong> desechos de todas las clases.Esta composición hizo parecer que el populacho y sus representantes habían abolido las diferenciasde clase, que quienes se hallaban al margen de la nación dividida en clases eran el mismo pueblo (laVolksgemeinschaft, como <strong>los</strong> nazis la llamarían) más que su tergiversación y caricatura. Lospesimistas históricos comprendieron la irresponsabilidad esencial de este nuevo estrato social, yprevieron también correctamente la posibilidad de que la democracia se convirtiera en undespotismo cuyos tiranos procederían <strong>del</strong> populacho y se inclinarían ante éste en busca de apoyo.Lo que no lograron comprender fue que el populacho no solamente es el desecho, sino también elsubproducto de la sociedad burguesa, directamente originado por ésta y por ello nuncacompletamente separable de ella. No consiguieron por esta razón advertir la admiraciónconstantemente creciente de la alta sociedad hacia el hampa, admiración que se extiende como unrojo trazo a lo largo <strong>del</strong> siglo XIX, en su continua y paulatina retirada de todas las cuestiones demoralidad y en su creciente gusto por el anárquico cinismo de su prole. Al concluir el siglo, elaffaire Dreyfus mostró que en Francia el hampa y la alta sociedad estaban tan estrechamente unidasque era definitivamente difícil situar a cualquiera de <strong>los</strong> «héroes» de <strong>los</strong> antidreyfusards en una uotra categoría.Este sentimiento de parentesco, de unión entre engendradores y prole, ya clásicamente expresadoen las novelas de Balzac, nos retrotrae a todas las consideraciones prácticas políticas o sociales, y60 El presidente de la «Kolonialverein» alemana, Hohenlohe-Langenburg, en 1884. Véase Origin of Modem GermanColonialism, 1871-1885. de MARY E. TOWNSEND, 1921.

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