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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 248de personas incluso de la posibilidad de luchar por la libertad —una lucha posible bajo la tiranía eincluso bajo las desesperadas condiciones <strong>del</strong> terror moderno (pero no bajo las condiciones de lavida <strong>del</strong> campo de concentración)—. El crimen de la esclavitud contra la Humanidad no comenzócuando un pueblo derrotó y esclavizó a sus enemigos (aunque, desde luego, esto era suficientementemalo), sino cuando la esclavitud se convirtió en una institución en la que algunos hombres «nacían»libres y otros «nacían» esclavos, cuando se olvidaba que era el hombre quien había privado a sussemejantes de la libertad y cuando la sanción por este crimen era atribuida a la Naturaleza. Sinembargo, a la luz de <strong>los</strong> recientes acontecimientos, es posible decir que incluso <strong>los</strong> esclavos todavíapertenecían a algún tipo de comunidad humana; su trabajo era necesitado, utilizado y explotado, yesto les mantenía dentro de la Humanidad. Ser un esclavo significaba, después de todo, poseer uncarácter distintivo, un lugar en la sociedad —más que la abstracta desnudez de ser humano y nadamás que humano—. La calamidad que ha sobrevenido a un creciente número de personas no haconsistido entonces en la pérdida de derechos específicos, sino en la pérdida de una comunidad quequiera y pueda garantizar cualesquiera derechos. El Hombre, así, puede perder todos <strong>los</strong> llamadosDerechos <strong>del</strong> Hombre sin perder su cualidad esencial como hombre, su dignidad humana. Sólo lapérdida de la comunidad misma le arroja de la Humanidad.El derecho que corresponde a esta pérdida y que no fue siquiera mencionado nunca entre <strong>los</strong>derechos humanos no pudo ser expresado entre las categorías <strong>del</strong> siglo XVIII porque éstas suponenque <strong>los</strong> derechos proceden directamente de la «naturaleza» <strong>del</strong> hombre —y por ello apenas importarelativamente si la naturaleza es concebida en términos de ley natural o en términos de un ser criadoa la imagen de Dios, si concierne a <strong>los</strong> derechos «naturales» o a <strong>los</strong> mandamientos divinos—. Elfactor decisivo es que estos derechos y la dignidad humana que confieren tendrían que seguir siendoválidos aunque sólo existiera un ser humano en la Tierra; son independientes de la pluralidadhumana y han de seguir siendo válidos aunque el correspondiente ser humano sea expulsado de lacomunidad humana.Cuando fueron proclamados por vez primera <strong>los</strong> Derechos <strong>del</strong> Hombre eran considerados comoindependientes de la Historia y de <strong>los</strong> privilegios que la Historia había conferido a ciertos estratosde la sociedad. La nueva independencia constituyó la recientemente descubierta dignidad <strong>del</strong>hombre. Desde el comienzo, esta nueva dignidad fue de una naturaleza más bien ambigua. Losderechos históricos fueron reemplazados por <strong>los</strong> derechos naturales, la «Naturaleza» ocupó el lugarde la Historia y se supuso tácitamente que la Naturaleza resultaba menos extraña que la Historia a laesencia <strong>del</strong> hombre. El mismo lenguaje de la Declaración de Independencia, al igual que el de laDéclaration des Droits de l’Homme —«inalienables», «otorgados por su nacimiento», «verdadesevidentes por sí mismas»—, implica la creencia en un tipo de «naturaleza» humana que estaríasujeta a las mismas leyes de crecimiento que las <strong>del</strong> individuo y de la que podrían deducirsederechos y leyes. Hoy estamos quizá mejor calificados para juzgar exactamente lo que vale estanaturaleza «humana»; en cualquier caso, nos ha mostrado potencialidades que no eran conocidas nisiquiera sospechadas por la fi<strong>los</strong>ofía y la religión occidentales, que durante más de tres mil añosdefinieron y redefinieron esta «naturaleza». Pero no es solamente el aspecto humano de esanaturaleza el que nos ha resultado discutible. Desde que el hombre aprendió a dominarla hasta talpunto de que la destrucción de toda la vida orgánica de la Tierra con instrumentos fabricados por elhombre se ha tornado concebible y técnicamente posible, se ha alienado de la Naturaleza. Desdeque un más profundo conocimiento de <strong>los</strong> procesos naturales introdujo serias dudas acerca de laexistencia de leyes naturales, la misma Naturaleza asumió un aspecto siniestro. ¿Cómo cabríadeducir leyes y derechos de un Universo que aparentemente no conoce ni una ni otra categoría?El hombre <strong>del</strong> siglo XX ha llegado a emanciparse de la Naturaleza hasta el mismo grado que elhombre <strong>del</strong> siglo XVIII se emancipó de la Historia. La Historia y la Naturaleza se han tornadoigualmente extrañas a nosotros, principalmente en el sentido de que la esencia <strong>del</strong> hombre ya nopuede ser comprendida en términos de una u otra categoría. Por otra parte, la Humanidad, que en elsiglo XVIII, en la terminología kantiana, no era más que una idea ordenadora, se ha convertido hoyen un hecho ineludible. Esta nueva situación, en la que la «Humanidad» ha asumido efectivamenteel papel atribuido antaño a la Naturaleza o a la Historia, significa en este contexto que el derecho a

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