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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 272antiliberales, antiindividualistas y anticulturales de la generación <strong>del</strong> frente, su brillante e ingeniosoelogio de la violencia, <strong>del</strong> poder y de la crueldad, fueron precedidos por las pruebas, difíciles ypomposamente «científicas» de la élite imperialista, según las cuales es ley <strong>del</strong> universo la lucha detodos contra todos, la expansión es una necesidad psicológica antes de ser un medio político y elhombre ha de comportarse conforme a tales leyes universales 55 . Lo que resultaba nuevo en <strong>los</strong>escritos de la generación <strong>del</strong> frente era su alto nivel literario y la gran profundidad de su pasión. Losescritores de la postguerra ya no necesitaban las demostraciones científicas de la genética e hicieronescaso uso, si es que llegaron a hacerlo, de las obras de Gobineau o de Houston StewartChamberlain, que pertenecían ya al recinto cultural de <strong>los</strong> filisteos. No leyeron a Darwin, sino alMarqués de Sade 56 . Si en alguna forma creían en leyes universales no se preocuparon, desde luego,en conformarse especialmente a ellas. Para el<strong>los</strong>, la violencia, el poder, la crueldad, eran lascapacidades supremas de <strong>los</strong> hombres que habían perdido definitivamente su lugar en el universo yeran demasiado orgul<strong>los</strong>os para anhelar una teoría <strong>del</strong> poder que les reintegrara sanos y salvos almundo. Se hallaban satisfechos de su ciega adhesión a todo lo que la sociedad respetable habíavetado, al margen de la teoría o <strong>del</strong> contenido, y elevaron la crueldad a la categoría de una virtudprincipal porque contradecía la hipocresía humanitaria y liberal de la sociedad.Si comparamos a esta generación con <strong>los</strong> ideólogos <strong>del</strong> siglo XIX con cuyas teorías parecen aveces tener tanto en común, su diferencial principal radica en una autenticidad y en una pasión másgrandes. Se vieron más profundamente afectados por la miseria, se preocuparon más de lascontradicciones y se sintieron más mortalmente heridos por la hipocresía que todos <strong>los</strong> apóstoles debuena voluntad y hermandad. Ya no podían escapar a tierras exóticas ni podían permitirse sermatadores de dragones entre pueb<strong>los</strong> extraños e interesantes. No existía para el<strong>los</strong> escape a la rutinadiaria de miseria, mansedumbre, frustración y resentimiento, embellecida por una falsa cultura deconversaciones cultas; ni la afinidad con costumbres de países de cuentos de hadas podía salvarlesposiblemente de la creciente náusea hacia esta combinación constantemente inspirada.La incapacidad para escapar al ancho mundo, este sentimiento de ser cogido una y otra vez en lastrampas de la sociedad —tan diferente de las condiciones que habían formado el carácterimperialista— añadió una constante opresión y el anhelo de la violencia a la antigua pasión por elanonimato y por el abandono <strong>del</strong> yo. Sin la posibilidad de un cambio radical de papel y de carácter,tal como la identificación con el movimiento nacional árabe o con <strong>los</strong> ritos de una aldea india, lavoluntaria inmersión <strong>del</strong> ye e. fuerzas suprahumanas de destrucción parecía ser un escape a laidentificación automática con funciones preestablecidas dentro de la sociedad y a su profundabanalidad y, al mismo tiempo, una ayuda para la destrucción <strong>del</strong> mismo funcionamiento. Estaspersonas se sentían atraídas por el declarado activismo de <strong>los</strong> movimientos totalitarios, por sucuriosa y sólo aparentemente contradictoria insistencia en la primacía de la acción pura y en laabrumadora fuerza de la pura necesidad. Esta mezcla correspondía precisamente a la experienciabélica de la «generación <strong>del</strong> frente», a la experiencia de la actividad constante dentro <strong>del</strong> marco deuna fatalidad insuperable.El activismo, además, parecía proporcionar nuevas respuestas a la antigua e inquietantepregunta: «¿Quién soy yo?», que siempre surge con redoblada insistencia en <strong>los</strong> tiempos de crisis.Si la sociedad insistía en decir: «Tú eres lo que pareces ser», el activismo de la postguerra replicaba:55 Relevante entre estos teóricos políticos <strong>del</strong> imperialismo es ERNEST SEILLIÈRE, Mysticisme et domination; essaisde critique impérialiste, 1913, 1913. Véase también We Imperialists: Notes on Ernest Seillière’s Phi<strong>los</strong>ophy ofImperialism, de CARGILL SPRIETSMA, Nueva York, 1931; G. MONOD, en La Revue Historique, enero de 1912, yUne nouvelle Psychologie de l’Impérialisme: Ernest Seillière, de Louis ESTÈVE, 1913.56 En Francia, desde 1930, el Marqués de Sade se había convertido en uno de <strong>los</strong> autores favoritos de la literatura devanguardia. Jean Paulhan, en su introducción a una nueva edición de Les Infortunes de la Vertu, de SADE, París, 1946,señala: «Cuando veo hoy a tantos escritores tratando conscientemente de renunciar al artificio y el juego literario por loinexpresable... (un évènement indicible), buscando ansiosamente lo sublime en lo infame, la grandeza en <strong>los</strong>ubversivo..., me pregunto... si nuestra literatura moderna, en aquel<strong>los</strong> sectores que nos parecen más vitales —o, encualquier caso, más agresivos—, no se habrá vuelto enteramente hacia el pasado y si no ha sido precisamente Sadequien la ha determinado.» Véase también «Le Secret de Sade», de GEORGES BATAILLE, en La Critique, tomo III,núms. 15-16 y 17, 1947.

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