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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 138olvido de todas las cuestiones de política exterior. Las ocasionales advertencias contra elLumpenproletariat y el posible soborno de sectores de la clase trabajadora con migajas de la mesaimperialista no condujeron a una comprensión más profunda de la gran atracción que <strong>los</strong> programasimperialistas despertaban entre <strong>los</strong> simples miembros <strong>del</strong> Partido. En términos marxistas elfenómeno nuevo de una alianza entre el populacho y el capital parecía tan antinatural, tanobviamente en conflicto con la doctrina de la lucha de clases, que <strong>los</strong> verdaderos peligros <strong>del</strong>intento imperialista —dividir a la Humanidad en razas de señores y razas de esclavos, castassuperiores e inferiores, pueb<strong>los</strong> de color y hombres blancos, intentos todos de unificar al pueb<strong>los</strong>obre la base <strong>del</strong> populacho— quedaron completamente desatendidos. Incluso la ruptura de lasolidaridad internacional con ocasión <strong>del</strong> estallido de la Primera Guerra Mundial no alteró lacomplacencia de <strong>los</strong> socialistas y su fe en el proletariado como tal. Los socialistas se hallabantodavía ensayando las leyes económicas <strong>del</strong> imperialismo cuando <strong>los</strong> imperialistas habían dejado deobedecerlas, cuando en <strong>los</strong> países de ultramar estas leyes habían sido sacrificadas al «factorimperial» o al «factor racial» y cuando sólo unos pocos caballeros ancianos de la alta finanza creíantodavía en <strong>los</strong> inalienables derechos <strong>del</strong> porcentaje de beneficios.La curiosa debilidad de la oposición popular al imperialismo, las numerosas inconsecuencias ylas promesas abiertamente rotas de <strong>los</strong> políticos liberales, frecuentemente atribuidas al oportunismoo al soborno, tenían otras causas más profundas. Ni el oportunismo ni el soborno hubieran podidopersuadir a un hombre como Gladstone para que rompiera su promesa como jefe <strong>del</strong> Partido liberalde que evacuaría Egipto cuando llegara a ser primer ministro. A medias conscientemente, apenasclaramente, estos hombres compartían con el pueblo la convicción de que el mismo cuerpo nacionalse hallaba profundamente dividido en clases, que la lucha de clases era una característica tanuniversal de la moderna vida política, que la verdadera cohesión de la nación estaba en peligro. Laexpansión se presentaba de nuevo como salvavidas, aunque sólo fuera porque podía proporcionarun interés común para toda la nación en conjunto y, principalmente por esta razón, se permitió a <strong>los</strong>imperialistas que se convirtieran en «parásitos <strong>del</strong> patriotismo» 54 .En parte, desde luego, tales esperanzas correspondían a la antigua y viciosa práctica de «curar <strong>los</strong>conflictos internos con las aventuras en el exterior». La diferencia, sin embargo, es notable. Lasaventuras están, por su propia naturaleza, limitadas en el tiempo y en el espacio; pueden logrartemporalmente la superación de conflictos, aunque, como norma, fracasan y tienden más bien aagudizar<strong>los</strong>. Desde el comienzo, la aventura imperialista de expansión pareció ser una solucióneterna, porque la expansión se concebía ilimitada. Además, el imperialismo no era una aventura enel sentido usual, porque dependía menos de <strong>los</strong> slogans nacionalistas que de las aparentementesólidas bases de <strong>los</strong> intereses económicos. En una sociedad de intereses en conflicto, donde el biencomún era identificado con la suma total de <strong>los</strong> intereses individuales, la expansión como tal parecíaser un posible interés común de la nación en conjunto. Como las clases poseedoras y dominanteshabían convencido a todos de que el interés económico y la pasión por la propiedad eran una baseprofunda <strong>del</strong> cuerpo político, incluso <strong>los</strong> políticos no imperialistas fueron fácilmente convencidospara someterse cuando en el horizonte surgía un común interés económico.Estas, así, fueron las razones por las que el nacionalismo desarrolló una tan clara tendencia haciael imperialismo, pese a la contradicción interna de <strong>los</strong> dos principios 55 . Cuanto peor preparadas sehallaban las naciones para la incorporación de pueb<strong>los</strong> extranjeros (lo que contradecía laconstitución de su propio cuerpo político), más tentadas se sentían a oprimir<strong>los</strong>. En teoría, existe unabismo entre el imperialismo y el nacionalismo; en la práctica, puede ser salvado y lo ha sido por elnacionalismo tribal y por el racismo declarado. Desde el comienzo, <strong>los</strong> imperialistas de todos <strong>los</strong>países afirmaron y se jactaron de hallarse «más allá de <strong>los</strong> partidos» y de ser <strong>los</strong> únicos quehablaban a toda la nación. Esto fue especialmente cierto en <strong>los</strong> países de la Europa central y oriental54 HOBSON, op. cit., p. 61.55 HOBSON, op. cit., fue el primero en reconocer tanto la oposición fundamental entre el imperialismo y elnacionalismo como la tendencia <strong>del</strong> nacionalismo a hacerse imperialista. Calificó al imperialismo de perversión <strong>del</strong>nacionalismo..., «en el que las naciones... transforman la rivalidad completamente estimuladora de <strong>los</strong> diferentes tiposnacionales en una lucha homicida de imperios competidores» (p. 9).

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