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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 30entre el explotador y el explotado; el aislamiento sin política ni siquiera implica una mínimapreocupación <strong>del</strong> opresor por <strong>los</strong> oprimidos.Sin embargo, el declive general de la judería de Europa occidental y central constituyesimplemente la atmósfera en la que se desarrollaron <strong>los</strong> acontecimientos subsiguientes. Pero eldeclive mismo <strong>los</strong> explica tan poco como la pérdida de poder por parte de la aristocracia podríaexplicar la Revolución Francesa. Tener conciencia de tales líneas generales es importante sólo porrefutar esas recomendaciones <strong>del</strong> sentido común que nos conducen a creer que el odio violento o larebelión repentina proceden necesariamente de un gran poder y de grandes abusos y que, enconsecuencia, el odio organizado hacia <strong>los</strong> judíos no puede ser más que una’ reacción ante suimportancia y poder.Más seria, puesto que se dirige a personas de más altura, es otra falacia <strong>del</strong> sentido común: la deque <strong>los</strong> judíos, por ser un grupo enteramente desprovisto de poder, atrapados entre <strong>los</strong> conflictosgenerales e insolubles de su tiempo, pudieron ser presentados como <strong>los</strong> culpables de tales conflictosy, finalmente, como <strong>los</strong> ocultos autores de todo mal. La mejor ilustración —y la mejor refutación—de esta explicación, tan cara a <strong>los</strong> corazones de muchos liberales, es un chiste que procede <strong>del</strong>período posterior a la primera guerra mundial. Un antisemita afirmaba que <strong>los</strong> judíos habíanprovocado la guerra; la réplica es: «Sí, <strong>los</strong> judíos y <strong>los</strong> ciclistas.» «¿Por qué <strong>los</strong> ciclistas?», preguntauno. «¿Por qué <strong>los</strong> judíos?», le responde el otro.La teoría según la cual <strong>los</strong> judíos son siempre la víctima propiciatoria implica que cualquier otrogrupo podía haberlo sido también. Sostiene la perfecta inocencia de la víctima, una inocencia queinsinúa no sólo que no ha hecho nada malo, sino además nada que pudiera tener relación alguna conel tema que se debate. Es cierto que, en su forma pura, la teoría de la víctima propiciatoria jamás hallegado a aparecer en letra impresa. Sin embargo, siempre que tratan sus seguidores de explicardolorosamente por qué una específica víctima propiciatoria resulta tan adecuada a su papel, denotanque han dejado atrás la teoría y se han lanzado a la habitual investigación histórica —donde nada sedescubre nunca, excepto que la Historia es obra de muchos grupos y que por ciertas razones uncierto grupo se singulariza. La llamada víctima propiciatoria deja necesariamente de ser la víctimainocente a la que el mundo culpa de todos sus pecados y a través de la cual desea escapar al castigo;se convierte en un grupo de personas entre otros grupos, <strong>los</strong> cuales intervienen todos en lasactividades <strong>del</strong> mundo. Y no deja sencillamente de ser co-responsable por convertirse en víctima <strong>del</strong>a injusticia y de la crueldad <strong>del</strong> mundo.Hasta hace poco, la inconsistencia interna de la teoría de la víctima propiciatoria era razónsuficiente para desecharla como una de las muchas teorías que obedecen al escapismo. Pero eldesarrollo <strong>del</strong> terror como gran arma gubernamental le ha otorgado un crédito mayor que el queantes tenía.Una diferencia fundamental entre las dictaduras modernas y todas las tiranías <strong>del</strong> pasado es la deque en las primeras el terror ya no es empleado como medio de exterminar y atemorizar a <strong>los</strong>oponentes, sino como instrumento para dominar masas de personas que son perfectamenteobedientes. El terror, como hoy lo conocemos, ataca sin provocación previa, y sus víctimas soninocentes incluso desde el punto de vista <strong>del</strong> perseguidor. Este fue el caso en la Alemania nazicuando se desencadenó el terror contra <strong>los</strong> judíos, es decir, contra personas con ciertascaracterísticas comunes que eran independientes de su conducta específica. En la Rusia soviética lasituación es más confusa, pero <strong>los</strong> hechos, desgraciadamente, resultan muy claros. Por un lado, elsistema bolchevique, a diferencia <strong>del</strong> nazi, jamás admitió teóricamente que pudiera practicar elterror contra personas inocentes, y aunque, a la vista de ciertas prácticas, esta posición pudieraparecer hipócrita, constituye toda una diferencia. La práctica rusa, por otro lado, se muestra aún más«avanzada» que la alemana en un aspecto: la arbitrariedad <strong>del</strong> terror ni siquiera es limitada por ladiferenciación racial, y como las antiguas categorías de clases han sido desechadas desde muchotiempo atrás, cualquiera en Rusia puede convertirse repentinamente en víctima <strong>del</strong> terror policíaco.No nos interesan aquí las últimas consecuencias de la dominación por el terror —es decir, quenadie, ni siquiera el ejecutor, puede estar libre de temor—; en nuestro contexto nos referimossimplemente a la arbitrariedad por la que son elegidas las víctimas, y para esto resulta decisivo que

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