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arendt-hannah-los-origenes-del-totalitarismo

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Hannah Arendt L o s o r í g e n e s d e l t o t a l i t a r i s m o 127actividad se hallaba muy alejado de la madre Patria, disfrutaron de una considerable influencia en elcuerpo político de ésta. Como no eran más que funcionarios de la violencia, sólo podían pensar entérminos de política de poder. Fueron <strong>los</strong> primeros que, como clase y apoyados en su experienciacotidiana, afirmaron que el poder es la esencia de cada estructura política.La nueva característica de esta fi<strong>los</strong>ofía política imperialista no es el lugar predominante queconcedió a la violencia ni el descubrimiento de que el poder es una de las realidades políticasbásicas. La violencia ha sido siempre la ultima ratio de la acción política y el poder ha sido siemprela expresión visible de la dominación y <strong>del</strong> Gobierno. Pero ni una ni otro habían sido anteriormenteel objetivo consciente <strong>del</strong> cuerpo político o el propósito definido de cualquier política determinada.Porque el poder entregado a sí mismo sólo puede lograr más poder, y la violencia administrada enbeneficio <strong>del</strong> poder (y no de la ley) se convierte en un principio destructivo que no se detendrá hastaque no quede nada que violar.Esta contradicción, inherente a todas las subsiguientes políticas <strong>del</strong> poder, cobra, sin embargo,una apariencia de sentido si se la considera en el contexto de un proceso aparentemente permanenteque no tiene final ni objetivo, sino él mismo. El análisis de sus realizaciones puede así carecer designificado y el poder puede ser considerado como un motor autoalimentado y siempre en marchade toda acción política que se corresponda con la legendaria e inacabable acumulación <strong>del</strong> dineroque engendra al dinero. El concepto de expansión ilimitada, que sólo puede colmar la esperanza deilimitada acumulación de capital y produce la acumulación <strong>del</strong> poder sin otros fines, hizo casiimposible la fundación de nuevos cuerpos políticos, tal como hasta la era <strong>del</strong> imperialismo habíasido siempre resultado de la conquista. En realidad, su consecuencia lógica es la destrucción detodas las comunidades existentes, las de <strong>los</strong> pueb<strong>los</strong> conquistados tanto como las de la madre Patria.Porque cada estructura política, nueva o vieja, entregada a sí misma, desarrolla fuerzasestabilizadoras que se alzan en el camino de una transformación y expansión constantes. Por esotodos <strong>los</strong> cuerpos políticos parecen ser obstácu<strong>los</strong> temporales cuando se les ve como parte de unaeterna corriente de creciente poder.Mientras <strong>los</strong> administradores de un poder permanentemente creciente en la era anterior de unimperialismo moderado ni siquiera intentaron incorporar a <strong>los</strong> territorios conquistados ypreservaron las atrasadas comunidades políticas existentes como vacías ruinas de una vida yadesaparecida, sus sucesores totalitarios disolvieron y destruyeron todas las estructuras políticamenteestabilizadas, tanto las propias como las de <strong>los</strong> demás pueb<strong>los</strong>. La simple exportación de violenciaconvirtió a <strong>los</strong> servidores en amos sin darles la prerrogativa <strong>del</strong> amo: la posible creación de algonuevo. La concentración monopolística y la tremenda acumulación de violencia en la madre Patriaconvirtieron a <strong>los</strong> servidores en activos agentes de la destrucción, hasta que, finalmente, laexpansión totalitaria se trocó en una fuerza destructora de la nación y <strong>del</strong> pueblo.El poder se convierte en la esencia de la acción política y en el centro <strong>del</strong> pensamiento políticocuando es separado de la comunidad política a la que debería servir. Esto, ciertamente, esconsecuencia de un factor económico. Pero la resultante introducción <strong>del</strong> poder como únicocontenido de la política y de la expansión como su único fin difícilmente hubiera hallado tanuniversal aplauso ni hubiese encontrado tan escasa oposición la consiguiente destrucción <strong>del</strong> cuerpopolítico de la nación, si no hubiese respondido perfectamente a <strong>los</strong> deseos ocultos y a lasconvicciones secretas de las clases económica y socialmente dominantes. La burguesía, durantelargo tiempo excluida <strong>del</strong> Gobierno por la Nación-Estado y por su propia falta de interés por <strong>los</strong>asuntos públicos, fue políticamente emancipada por el imperialismo.El imperialismo debe ser considerado primera fase de la dominación política de la burguesía másque como última fase de capitalismo. Es bien sabido cuán poco habían aspirado a gobernar lasclases poseedoras, cuán contentas se habían mostrado por cada género de Estado al que pudieranconfiar la protección de <strong>los</strong> derechos de propiedad. Para ellas, desde luego, el Estado había sidosiempre sólo una bien organizada fuerza policíaca. Esta falsa modestia tuvo, sin embargo, la curiosaconsecuencia de mantener a toda la clase burguesa fuera <strong>del</strong> cuerpo político. Antes que súbditos deuna monarquía o ciudadanos de una república eran esencialmente personas particulares. Estaparticularidad y la preocupación primaria de ganar dinero había desarrollado una serie de normas de

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