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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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deseos, que no encontraríamos nada tan ideal como «Promesas de<br />
Enamorados». Lo asombroso es que no se nos hubiera ocurrido antes. Mi<br />
estupidez ha sido enorme, ya que con esta obra tendremos las ventajas<br />
de todo lo que yo vi en Ecclesford, ¡y es tan útil contar con algo que sirva<br />
de patrón! Hemos repartido ya casi todos los papeles.<br />
––Pero... ¿y quién se encargará de los femeninos? ––inquirió Edmund<br />
gravemente y mirando a María.<br />
Este se ruborizó a despecho de sí misma al contestar:<br />
––Yo haré la parte que había de interpretar lady Ravenshaw, y ––<br />
añadió, mirándole con más audacia–– miss Crawford encarnará a<br />
Amelia.<br />
––Yo no la hubiese considerado la obra más adecuada para representar<br />
nosotros ––replicó Edmund, alejándose en dirección a la chimenea, en<br />
torno a la cual estaban sentadas su madre, tía Norris y Fanny, y donde<br />
fue a sentarse también él, evidentemente disgustado.<br />
Mr. Rushworth le siguió para decir:<br />
––Yo aparezco tres veces y tengo cuarenta y dos parlamentos. Es algo,<br />
¿no le parece? Pero no me seduce mucho lo de presentarme con una<br />
elegancia tan refinada. Casi no me reconoceré, metido en un traje azul y<br />
envuelto en una capa de raso de color rosa.<br />
Edmund no se vio capaz de contestarle. Pocos minutos después, Tom<br />
Bertram fue llamado a la otra sala para aclarar algunas dudas al<br />
carpintero, y salió acompañado de Mr. Yates. A poco les siguió Mr.<br />
Rushworth, y Edmund aprovechó casi inmediatamente la oportunidad<br />
para decir:<br />
––No puedo hablar delante de Mr. Yates del concepto que me merece<br />
esa obra sin que él vea en mis palabras una alusión a sus amigos de<br />
Ecclesford; pero a ti debo decirte ahora, querida María, que la considero<br />
en extremo inadecuada para una representación particular, y espero que<br />
renunciaréis a ella. No puedo menos de suponer que tú serás la primera<br />
en rechazarla en cuanto la hayas leído detenidamente. Léeles nada más<br />
que el primer acto a tu madre o a tu tía, en voz alta, y tú verás si puedes<br />
aprobarla. No será necesario someterte al juicio de tu padre, estoy<br />
seguro.<br />
––Nuestros respectivos puntos de vista son muy distintos ––replicó<br />
María––. Conozco la obra perfectamente, no lo dudes, y mediante unos<br />
pocos cortes, omisiones, etcétera, que desde luego se harán, no veo que<br />
pueda haber nada censurable en ella; y no soy yo la única mujer joven<br />
del grupo que la considera muy apta para una representación particular.<br />
––Y yo lo lamenta––contestó él––; pero en esta cuestión eres tú quien<br />
debes mandar. Tú debes dar el ejemplo. Si otros han errado, a ti te<br />
corresponde hacerles rectificar y mostrarles en qué consiste la auténtica<br />
sensibilidad. En todo cuanto afecte al decoro, tu conducta debe ser ley<br />
para los restantes elementos del grupo.<br />
Esta imagen de su importancia surtió algún efecto, pues a nadie podía<br />
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