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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

312<br />

llegado muy grave. ¡Pobre Tom! Me da mucha pena, y estoy muy<br />

asustada, lo mismo que su padre. ¡Cuánto me gustaría que estuvieras<br />

aquí para consolarme! Pero tu tío espera que mañana se encontrará<br />

mejor y dice que no debemos olvidar la fatiga que le habrá causado el<br />

viaje.»<br />

La auténtica solicitud que ahora había despertado en su pecho<br />

maternal, no se desvaneció enseguida. La extremada impaciencia de Tom<br />

por ser trasladado a <strong>Mansfield</strong> y gozar los consuelos del hogar y la<br />

familia, de los que tan poco se acordara mientras no le faltó la salud, sin<br />

duda influyó en que se le llevara allí prematuramente, ya que volvió a un<br />

estado febril y más alarmante que nunca por espacio de una semana.<br />

Todos se asustaron muy de veras. Lady Bertram escribía sus cotidianos<br />

temores a su sobrina, de la que podía ahora decirse que vivía de cartas, y<br />

pasaba todo el tiempo entre la angustia que le producía la recibida hoy y<br />

la espera de la que habría de llegarle mañana. Sin que le tuviera un<br />

particular afecto a su primo mayor, su tierno corazón la llevaba a sentir<br />

que no podía prescindir de él; y la pureza de sus principios agudizaban<br />

su compasión al considerar cuán poco útil, cuán poco abnegada había<br />

sido (al parecer) su vida.<br />

Susan fue su única compañera y confidente en ésta, como en la<br />

mayoría de las ocasiones. Susan estaba siempre dispuesta a escuchar y<br />

a simpatizar. Nadie más podía interesarse por un infortunio tan remoto<br />

como el de un enfermo en una familia residente a más de cien millas de<br />

distancia... Nadie, ni siquiera la señora Price, que se limitaba a hacer<br />

preguntas si veía a su hija con una carta en la mano, o la tranquila<br />

observación, de cuando en cuando:<br />

––Mi pobre hermana debe de estar muy atribulada.<br />

Con una separación de tantos años y situadas, respectivamente, en un<br />

plano tan distinto, los lazos de la sangre se habían convertido en poco<br />

más que nada. El mutuo afecto, en su origen tan reposado como el<br />

temperamento de una y otra, no era ya más que un simple nombre. La<br />

señora Price hacía tanto por lady Bertram como lady Beitiam hubiera<br />

hecho por la señora Price. Hubiesen podido desaparecer tres o cuatro de<br />

los Price, lo mismo algunos que todos, excepto Fanny y William, y lady<br />

Bertram no se hubiera preocupado mucho por eso; o tal vez hubiera<br />

escuchado de labios de su hermana Norris la gazmoñería de que había<br />

sido una gran suerte y una bendición para su pobre hermana Price tener<br />

una familia tan bien dotada para pasar a mejor vida.<br />

CAPÍTULO XLV<br />

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