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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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entre ellos; pero siendo tan pocos los días que faltaban, hubiera sido<br />
imprudente elegir una fecha más temprana. Tía Norris no tuvo más<br />
remedio que darse por satisfecha a base de opinar lo mismo<br />
exactamente, y de afirmar que estuvo a punto de proponer también ella<br />
el 22 como fecha mil veces más a propósito que otra cualquiera.<br />
El baile era ahora ya cuestión resuelta y, antes de anochecer, cosa<br />
conocida de todos los interesados. Con gran diligencia se enviaron las<br />
invitaciones, y muchas damiselas se acostaron aquella noche con la<br />
cabeza llena de felices preocupaciones, lo mismo que Fanny. Para ella,<br />
las preocupaciones fueron en algunos momentos algo casi al margen de<br />
la felicidad; porque, joven e inexperta, con escasos medios de elección y<br />
sin la menor confianza en su propio gusto, el «cómo voy a vestirme» se<br />
convirtió en un punto muy dificil y delicado; y el casi único adorno que<br />
poseía ––una cruz de ámbar muy bonita que William le había traído de<br />
Sicilia fue causa de su mayor apuro, pues no tenía más que un trozo de<br />
cinta para sujetarlo; y aunque una vez ya había llevado la cruz de ese<br />
modo prendida, ¿sería ello admisible en tal ocasión, al lado de los ricos<br />
atavíos con que suponía se presentarían las demás señoritas, Pero, ¡no<br />
llevarla! William había querido comprarle también una cadena de oro,<br />
pero sus medios no alcanzaron; y, por lo tanto, si no se ponía la cruz<br />
podía lastimar sus sentimientos. Eran éstas abrumadoras<br />
consideraciones, suficientes para desanimarla aun ante la perspectiva de<br />
un baile organizado principalmente para su satisfacción.<br />
Entretanto se llevaban adelante los preparativos, y lady Bertram seguía<br />
sentada en su sofá sin que le produjeran la menor molestia. El ama de<br />
llaves le hacía alguna visita extraordinaria, y la doncella trabajaba con<br />
bastante apresuramiento en la confección de un vestido nuevo para ella.<br />
Sir Thomas daba órdenes, y tía Norris corría de aquí para allá. Pero todo<br />
esto no la incomodaba a ella, pues, como había previsto, «todo aquello no<br />
podía, de hecho, acarrear molestia alguna».<br />
Por aquel entonces estaba Edmund particularmente abrumado por<br />
serias preocupaciones, con el ánimo profundamente ocupado en la consideración<br />
de dos importantes acontecimientos, ahora al alcance de la<br />
mano, que iban a fijar su destino en la vida: la ordenación y el<br />
matrimonio; acontecimientos de carácter tan grave como para hacer que<br />
el baile, que pronto seria seguido de uno de ellos, apareciese como cosa<br />
más insignificante a sus ojos que a los de cualquier otro miembro de la<br />
familia. El día 23 se trasladarla a casa de un amigo, cerca de<br />
Peterborough, que se hallaba en la misma situación que él, y ambos<br />
tenían que recibir órdenes dentro de la semana de Navidad. La mitad de<br />
su destino se decidirla entonces, pero era muy probable que la otra<br />
mitad no quedase tan llanamente resuelta. Sus deberes quedarían<br />
establecidos, pero la mujer que habría de compartir, y estimular, y<br />
recompensar esos deberes, puede que fuera todavía inasequible. Conocía<br />
sus propias intenciones, pero no siempre estaba completamente seguro<br />
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