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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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su pertenencia honradamente? ¿O acaso se figura que se pondrá<br />

demasiado hueco cuando vea alrededor de su lindo cuello un adorno que<br />

con su dinero adquirió hace tres años, antes de que supiera que en el<br />

mundo existía ese cuello, O, tal vez ––añadió, mirándola sutilmente––,<br />

¿sospecha una confabulación entre nosotros, y que lo que ahora hago es<br />

con el conocimiento y por deseo de mi hermano?<br />

Con el más intenso rubor, Fanny protestó contra tal pensamiento.<br />

––Pues bien, entonces ––replicó Mary con mayor seriedad, pero sin<br />

creerla en absoluto––, para convencerme de que no sospecha usted<br />

ninguna estratagema, y de que es usted tan digna de confianza como yo<br />

siempre la consideré, tome la gargantilla y no hable más de ello. Que sea<br />

un regalo de mi hermano no ha de suscitar el menor inconveniente en su<br />

decisión de aceptarla, pues le aseguro que tampoco influye para nada en<br />

mi decisión de prescindir de ella. Continuamente me hace regalos de<br />

estos. Son innumerables los presentes que de él tengo recibidos; tantos,<br />

que me resulta totalmente imposible hacer mucho caso, y a él acordarse,<br />

ni de la mitad de ellos. En cuanto a esta gargantilla, creo que no la habré<br />

llevado ni media docena de veces. Es muy bonita, pero nunca me<br />

acuerdo de ella; y aunque yo le hubiera cedido con el mayor agrado otra<br />

cualquiera que usted hubiese elegido en mi joyero, ha dado la casualidad<br />

que se ha fijado usted en la misma que, de escoger yo, hubiera<br />

seleccionado antes que otra para verla en posesión de usted. No diga más<br />

en contra, se lo suplico. Semejante bagatela no vale la pena de tantas<br />

palabras.<br />

Fanny no se atrevió a oponer más resistencia, y de nuevo aceptó la<br />

gargantilla, renovando su agradecimiento, aunque con menos<br />

satisfacción, pues en los ojos de Mary había una expresión que no la<br />

podía satisfacer.<br />

Era imposible que ella no hubiera notado el cambio de actitud de Henry<br />

Crawford. Hacía tiempo que se había dado cuenta. Era evidente que<br />

trataba de agradarle... Era galante, era atento, era algo de lo que había<br />

sido para sus primas; se proponía, según ella imaginaba, quitarle el<br />

sosiego engañándola como las había engañado a ellas. ¡Y acaso tuviera<br />

alguna incumbencia en lo de la gargantilla! Ella no podía estar<br />

convencida de que no la tuviera, pues Mary Crawford, complaciente<br />

como hermana, era despreocupada como mujer y como amiga.<br />

Reflexionando, dudando y sintiendo que la posesión de lo que tanto<br />

había anhelado no le procuraba mucha satisfacción, volvía a casa,<br />

habiendo cambiado más que disminuido sus preocupaciones desde su<br />

reciente paso por aquel sendero.<br />

CAPÍTULO XXVII<br />

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