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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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hacer dinero, de convertir una buena renta en otra mejor. El doctor<br />

Grant está dando instrucciones a Edmund para la vida que éste pronto<br />

ha de iniciar. Me enteré de que va a ordenarse dentro de pocas semanas.<br />

De ello hablaron antes en el comedor. Me alegra saber que Edmund<br />

estará tan bien. Tendrá un bonito ingreso para criar patos y patas, y lo<br />

ganará sin gran esfuerzo. He sabido que no bajará de setecientas libras<br />

al año. Setecientas libras anuales es algo estupendo para un segundón; y<br />

como, naturalmente, seguirá viviendo en su casa, podrá destinarlo todo<br />

para satisfacer sus menus plaisirs; y un sermón por Pascua y otro por<br />

Navidad será, me imagino, la suma total de sus sacrificios.<br />

Su hermana intentó bromear a despecho de sus sentimientos diciendo:<br />

––Nada me divierte tanto como la facilidad con que los hombres sitúan<br />

en la abundancia a los que tienen mucho menos que ellos. No pondrías<br />

tú cara de pascuas, Henry, si tus menus plaisirs tuvieran que limitarse a<br />

setecientas libras anuales.<br />

––Puede que no; pero tú sabes bien que todo eso es muy relativo. Los<br />

derechos de nacimiento y el hábito es lo que vale para centrar el caso.<br />

Edmund se ha situado indudablemente bien como segundón, aunque lo<br />

sea de una casa baronial. A la edad de veinticuatro o veinticinco años<br />

dispondrá de setecientas libras anuales, sin que deba hacer nada para<br />

ello.<br />

Miss Crawford pudo haber dicho que algo habría que hacer y sufrir<br />

para ello, lo cual no podía considerar ella tan sencillo; pero se contuvo y<br />

lo dejó pasar, procurando aparecer tranquila e indiferente cuando los dos<br />

caballeros se unieron al grupo poco después.<br />

––Edmund ––dijo Henry Crawford––, me propongo venir a <strong>Mansfield</strong><br />

para oírle predicar su primer sermón. Vendré a propósito para alentar a<br />

un joven principiante. ¿Para cuándo será eso? Miss Price, ¿no se unirá<br />

usted conmigo para animar a su primo? ¿No se compromete usted a<br />

escucharle con los ojos puestos fijamente en él mientras dure el sermón,<br />

como yo pienso hacer, para no perder una sola de sus palabras, o a lo<br />

sumo bajando sólo un momento la mirada para anotar alguna frase<br />

singularmente bella? Iremos provistos de lápiz y cuartillas... ¿Cuándo<br />

será? Debe usted predicar en <strong>Mansfield</strong>, desde luego para que lady<br />

Bertram y sir Thomas puedan oírle.<br />

––Procuraré librarme de usted, Crawford, en tanto pueda ––dijo Edmund––,<br />

pues lo más probable es que consiguiera usted desconcertarme,<br />

y me apenaría más que se lo propusiera usted que otro cualquiera.<br />

«¿Es que no tendrá sensibilidad para apreciar esto? ––pensó Fanny––.<br />

No, es incapaz de sentir nada de lo que debiera.»<br />

Como ahora se hallaban todos reunidos y los principales conversadores<br />

se atraían mutuamente, Fanny pudo gozar de tranquilidad. Terminado el<br />

té se formó una mesa de whist (preparada en realidad para<br />

esparcimiento del doctor Grant por su atenta esposa, aunque se convino<br />

en no considerarlo así) y Mary se acogió al arpa, de modo que Fanny no<br />

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