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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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de conocer las de miss Crawford. Había puntos en los que no estaban<br />

totalmente de acuerdo, había momentos en que ella no parecía propicia;<br />

y aunque en el fondo confiaba en su afecto, tanto como para estar<br />

resuelto (casi resuelto) a obligarla a tomar una decisión en un plazo muy<br />

breve, tan pronto como se arreglaran los diversos asuntos que tenía para<br />

solucionar y supiera lo que podía ofrecerle, sentía no obstante muchas<br />

inquietudes y pasaba muchas horas dudando acerca del resultado. Su<br />

convicción de que ella le quería era a veces muy fuerte; podía recordar<br />

una larga serie de detalles alentadores, en la que ella aparecía tan<br />

perfecta por lo desinteresado de su afecto como en todo lo demás. Pero<br />

otras veces la duda y el temor se entremezclaban en sus esperanzas; y<br />

cuando pensaba en la reconocida falta de inclinación que ella sentía por<br />

la intimidad y el aislamiento, en su decidida preferencia por la vida de<br />

Londres, ¿qué podía esperar sino una negativa terminante? A menos que<br />

fuera una aceptación que debiera implorarse y exigiera tales sacrificios<br />

de ocupación y estado por parte de él, que su conciencia habría de<br />

prohibírsela.<br />

El resultado de todo dependía de una cuestión: ¿Le amaba ella<br />

bastante para prescindir de lo que solía considerar puntos esenciales?<br />

¿Le amaba lo bastante para dejar de considerar esenciales aquellos<br />

puntos? Y esta cuestión, que él se estaba repitiendo continuamente a sí<br />

mismo, aunque las más de las veces era contestada con un «sí», obtenía<br />

otras un «no».<br />

Miss Crawford iba a marcharse de <strong>Mansfield</strong> dentro de poco, y ante<br />

esta circunstancia el «no» y el «sí» habían alternado con gran frecuencia<br />

últimamente. Él había visto brillar sus ojos cuando hablaba de la carta<br />

de una amiga querida que la reclamaba en Londres para pasar con ella<br />

una larga temporada, y de la amabilidad de Henry al comprometerse a<br />

permanecer donde estaba hasta enero, a fin de poder acompañarla allá;<br />

la había oído hablar del placer de tal viaje con una animación que era un<br />

«no» en todos los tonos. Pero esto ocurrió el primer día en que así se<br />

acordó, en la primera explosión por la alegría recibida, cuando ante sí no<br />

tenía más que las amistades a quienes iba a visitar. Después, la había<br />

oído expresarse de un modo distinto, en otro tono... un tono más<br />

moderado. La había oído decir a la señora Grant que la dejaría con pena;<br />

que empezaba a creer que ni las amistades ni las diversiones que iba a<br />

buscar podrían compensarla de las que dejaba allí; y que, aunque<br />

comprendía que debía ir, y sabía que lo pasaría bien una vez se<br />

encontrara en Londres, estaba ya deseando volver de nuevo a <strong>Mansfield</strong>.<br />

En todo esto... ¿no había un «sí»?<br />

Con esta serie de cuestiones que sopesar, ordenar y coordinar, Edmund<br />

no podía, por su parte, pensar mucho en la velada que reclamaba la<br />

atención del resto de la familia, no esperarla con el mismo grado de<br />

fuerte interés. Aparte la alegría que proporcionase a sus primos, la<br />

velada no tenía para él más valor del que pudiera tener otro motivo<br />

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