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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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Rushworth no se presentó, se hizo más duro el agravio, y ni siquiera tuvo<br />

el consuelo de demostrar el poder que sobre él ejercía; tuvo que<br />

conformarse con mostrar su mal humor ante su madre, su tía y su<br />

prima, y proyectar toda la melancolía posible sobre la comida y los<br />

postres.<br />

Entre diez y once Edmund y Julia entraron en el salón, tonificados por<br />

el aire fresco de la noche, animados y contentos, personificando el<br />

reverso mismo de lo que observaron en las tres damas allí sentadas.<br />

María se molestó apenas en levantar los ojos del libro que estaba<br />

leyendo, lady Bertram se hallaba medio dormida, y hasta la señora<br />

Norris, destemplada por el mal humor de su sobrina, y no habiendo<br />

recibido inmediata respuesta a las dos o tres preguntas que hizo acerca<br />

de la comida, parecía totalmente resuelta a no decir una palabra más.<br />

Durante unos minutos hermano y hermana estuvieron demasiado<br />

entregados al mutuo comentario sobre la magnificencia de la noche y el<br />

intenso brillo de las estrellas, para pensar más que en sí mismos; pero,<br />

al producirse el primer silencio, Edmund, mirando en derredor, dijo:<br />

––¿Dónde está Fanny? ¿Se ha acostado ya?<br />

––No; que yo sepa, no ––contestó la señora Norris––; hace un momento<br />

estaba aquí.<br />

Su dulce voz, al hacerse oír desde el otro extremo de la sala, que era<br />

muy espaciosa, les indicó que estaba en el sofá. Tía Norris empezó a<br />

gruñir:<br />

––Es un truco muy tonto, Fanny, esto de arrinconarse para pasarse la<br />

noche holgazaneando en un sofá. ¿Por qué no te acercas y te sientas<br />

aquí, y te empleas en algo como hacemos nosotras? Si no tienes labor<br />

tuya, yo puedo proporcionártela de la cesta de los pobres. Allí está todo<br />

el percal nuevo, comprado la semana pasada, todavía intacto. Te aseguro<br />

que casi se me quebró el espinazo al cortarlo. Tienes que aprender a<br />

pensar en los demás; y, puedes creerme, es un hábito muy feo en una<br />

persona joven el estar siempre recostada en un sofá.<br />

Antes de que dijera la mitad del discurso, Fanny había vuelto a su sitio<br />

en la mesa y había tomado de nuevo su labor; y Julia, que gozaba aún<br />

del excelente humor que le habían proporcionado las diversiones del día,<br />

quiso hacer justicia a su prima exclamando:<br />

––¡Pero, tía, si Fanny se sienta en el sofá menos que nadie de la casa!<br />

––Fanny ––dijo Edmund, después de observarla con atención––, estoy<br />

seguro de que te ha dado la jaqueca.<br />

Ella no pudo negarlo, pero dijo que no era muy fuerte.<br />

––Me cuesta creerlo ––replicó él––; conozco demasiado bien tu<br />

semblante. ¿Desde cuándo te duele la cabeza?<br />

––Desde un poco antes de la cena. No será más que un poco de<br />

insolación.<br />

––¿Saliste a pasear con el calor de hoy?<br />

––¡Que si ha salido! Claro que salió ––terció tía Norris––; ¿querías que<br />

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