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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

314<br />

«Sobre el asunto de mi interior, había ya empezado una carta cuando<br />

hube de ausentarme por la enfermedad de Tom; pero ahora he cambiado<br />

de idea, pues temo la influencia de sus amistades. Cuando Tom mejore,<br />

iré yo mismo.»<br />

Tal era el estado de cosas en <strong>Mansfield</strong>, y así continuó, sin modificarse<br />

apenas, hasta Pascua. El renglón que a veces añadía Edmund en las<br />

cartas de su madre, bastaba para tener al corriente a Fanny. La mejoría<br />

de Tom era de una lentitud alarmante.<br />

Llegó Pascua... singularmente retrasada aquel año, como Fanny había<br />

advertido con pesar en cuanto se enteró de que no tendría oportunidad<br />

de abandonar Portsmouth hasta que hubiera transcurrido. Llegó la<br />

Pascua, y nada sabía aún de su regreso... ni siquiera de su marcha a<br />

Londres, que debía preceder al regreso. Su tía expresaba a menudo el<br />

deseo de tenerla a su lado; pero no llegaba aviso ni mensaje de su tío, del<br />

cual dependía todo. Suponía que no consideraba aún oportuno dejar a<br />

su hijo; pero era una cruel, una terrible demora para ella. Abril tocaba a<br />

su fin. Pronto se cumplirían tres meses, en vez de dos, que se había<br />

alejado de todos ellos, y que venía pasando sus días como en una<br />

condena, aunque les quería demasiado para desear que lo interpretaran<br />

exactamente así. Sin embargo, ¿quién podía decir hasta cuándo no<br />

habría ocasión para acordarse de ella o irla a buscar?<br />

Su impaciencia, su anhelo, sus ansias de estar con ellos eran tales, que<br />

de continuo le traían a la memoria un par de líneas del «Tirocinium», de<br />

Cowper: Con qué intenso deseo clama por su hogar, era frase que tenía<br />

siempre en los labios como la más fiel descripción de un anhelo que no<br />

podía suponer más vivo en el pecho de ningún escolar.<br />

Cuando iba camino de Portsmouth, gustaba de llamarlo su hogar, se<br />

deleitaba diciendo que iba a su casa; esta expresión le había sido muy<br />

querida, y lo era aún, pero tenía que aplicarla a <strong>Mansfield</strong>. Aquél era<br />

ahora su hogar. Portsmouth era Portsmouth; <strong>Mansfield</strong> era el hogar. Así<br />

lo había establecido hacía tiempo, en el abandono de sus meditaciones<br />

secretas; y nada más consolador que hallar en su tía el mismo lenguaje:<br />

«No puedo menos de decirte lo mucho que siento tu ausencia del hogar<br />

en estos momentos angustiosos, de verdadera prueba para mi espíritu.<br />

Confío y espero, y sinceramente deseo, que nunca más vuelvas a estar<br />

tanto tiempo ausente del hogar». Frases éstas que ya no podían ser más<br />

gratas para ella. Aun así, eran para saborearlas en secreto. La delicadeza<br />

para con sus padres hacía que pusiera mucho cuidado en no traslucir<br />

aquella preferencia por la casa de su tío. Siempre pensaba: «Cuando<br />

vuelva a Northamptonshire» o «cuando regrese a <strong>Mansfield</strong>, haré esto y<br />

aquello». Así fue durante largo tiempo; pero, al fin, el anhelo se hizo más<br />

intenso, desbordó toda precaución y Fanny se sorprendió de pronto<br />

hablando de lo que haría cuando volviese a casa, sin casi darse cuenta.<br />

Se lo reprochó interiormente, se puso colorada y quedó mirando al padre<br />

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