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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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«Sobre el asunto de mi interior, había ya empezado una carta cuando<br />
hube de ausentarme por la enfermedad de Tom; pero ahora he cambiado<br />
de idea, pues temo la influencia de sus amistades. Cuando Tom mejore,<br />
iré yo mismo.»<br />
Tal era el estado de cosas en <strong>Mansfield</strong>, y así continuó, sin modificarse<br />
apenas, hasta Pascua. El renglón que a veces añadía Edmund en las<br />
cartas de su madre, bastaba para tener al corriente a Fanny. La mejoría<br />
de Tom era de una lentitud alarmante.<br />
Llegó Pascua... singularmente retrasada aquel año, como Fanny había<br />
advertido con pesar en cuanto se enteró de que no tendría oportunidad<br />
de abandonar Portsmouth hasta que hubiera transcurrido. Llegó la<br />
Pascua, y nada sabía aún de su regreso... ni siquiera de su marcha a<br />
Londres, que debía preceder al regreso. Su tía expresaba a menudo el<br />
deseo de tenerla a su lado; pero no llegaba aviso ni mensaje de su tío, del<br />
cual dependía todo. Suponía que no consideraba aún oportuno dejar a<br />
su hijo; pero era una cruel, una terrible demora para ella. Abril tocaba a<br />
su fin. Pronto se cumplirían tres meses, en vez de dos, que se había<br />
alejado de todos ellos, y que venía pasando sus días como en una<br />
condena, aunque les quería demasiado para desear que lo interpretaran<br />
exactamente así. Sin embargo, ¿quién podía decir hasta cuándo no<br />
habría ocasión para acordarse de ella o irla a buscar?<br />
Su impaciencia, su anhelo, sus ansias de estar con ellos eran tales, que<br />
de continuo le traían a la memoria un par de líneas del «Tirocinium», de<br />
Cowper: Con qué intenso deseo clama por su hogar, era frase que tenía<br />
siempre en los labios como la más fiel descripción de un anhelo que no<br />
podía suponer más vivo en el pecho de ningún escolar.<br />
Cuando iba camino de Portsmouth, gustaba de llamarlo su hogar, se<br />
deleitaba diciendo que iba a su casa; esta expresión le había sido muy<br />
querida, y lo era aún, pero tenía que aplicarla a <strong>Mansfield</strong>. Aquél era<br />
ahora su hogar. Portsmouth era Portsmouth; <strong>Mansfield</strong> era el hogar. Así<br />
lo había establecido hacía tiempo, en el abandono de sus meditaciones<br />
secretas; y nada más consolador que hallar en su tía el mismo lenguaje:<br />
«No puedo menos de decirte lo mucho que siento tu ausencia del hogar<br />
en estos momentos angustiosos, de verdadera prueba para mi espíritu.<br />
Confío y espero, y sinceramente deseo, que nunca más vuelvas a estar<br />
tanto tiempo ausente del hogar». Frases éstas que ya no podían ser más<br />
gratas para ella. Aun así, eran para saborearlas en secreto. La delicadeza<br />
para con sus padres hacía que pusiera mucho cuidado en no traslucir<br />
aquella preferencia por la casa de su tío. Siempre pensaba: «Cuando<br />
vuelva a Northamptonshire» o «cuando regrese a <strong>Mansfield</strong>, haré esto y<br />
aquello». Así fue durante largo tiempo; pero, al fin, el anhelo se hizo más<br />
intenso, desbordó toda precaución y Fanny se sorprendió de pronto<br />
hablando de lo que haría cuando volviese a casa, sin casi darse cuenta.<br />
Se lo reprochó interiormente, se puso colorada y quedó mirando al padre<br />
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