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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

39<br />

––Tu mejor amigo para el caso ––sugirió María Bertram, hablando con<br />

calma–– seria Mr. Repton, me parece a mí.<br />

––Es lo que estaba pensando. Puesto que lo ha hecho tan bien en el<br />

caso de Smith, creo que lo mejor hubiera sido contratarlo<br />

inmediatamente. Sus honorarios son de cinco guineas diarias.<br />

––¡Bueno, y aunque fueran diez! ––exclamó la señora Norris––. Estoy<br />

segura de que usted no precisa mirar esto. El gasto no habría de ser<br />

obstáculo. Si yo estuviera en su lugar, no pensaría en el presupuesto. Me<br />

gustaría que se hiciera, dándole a todo el mejor estilo y todo el relieve<br />

posible. Un lugar como Sotherton Court merece cuanto el buen gusto y<br />

las posibilidades económicas puedan hacer. Usted dispone allí de buen<br />

espacio del que sacar partido y de buenas tierras que sobradamente le<br />

recompensarán. Lo que es yo, si poseyera algo así como la quinta parte<br />

de la extensión de Sotherton, siempre estaría plantando y mejorando,<br />

pues es algo que me gusta en extremo, por inclinación natural. Seria<br />

ridículo que lo intentase donde estoy ahora, con sólo medio acre de<br />

terreno. Resultaría bufo. Pero, si dispusiera de más espacio, con<br />

verdadera delicia me dedicaria a plantar y cultivar. Mucho fue lo que<br />

hicimos en este aspecto en la rectoría: la convertimos en algo totalmente<br />

distinto de lo que era cuando nos posesionamos de ella. Vosotros, los<br />

jóvenes, quizá no lo recordéis muy bien; pero si nuestro querido sir<br />

Thomas estuviera aquí podría contaros las mejoras que se llevaron a<br />

cabo. Y mucho más se hubiera hecho, de no haberlo impedido el delicado<br />

estado de salud de mi pobre esposo. Apenas si podía salir, el pobre, para<br />

gozar de esas cosas, y esto me desanimaba para hacer otras muchas, de<br />

las que sir Thomas y yo solíamos hablar. De no haber sido por eso,<br />

hubiéramos terminado el muro del jardín y plantado los árboles para<br />

cercar el cementerio de la parroquia, tal como ha hecho el doctor Grant.<br />

Siempre hacíamos algo, a pesar de todo. No fue más allá de la primavera<br />

anterior del año en que murió mi esposo cuando plantamos el<br />

albaricoquero junto a la pared de la cuadra, que es ahora un árbol<br />

magnífico... y que va ganando día a día ––añadió, dirigiéndose al doctor<br />

Grant.<br />

––El árbol se desarrolla bien, sin duda, señora ––replicó él––. La tierra<br />

es buena. Y nunca paso por allí sin lamentar que el fruto valga tan poco<br />

la pena de cogerlo.<br />

––Señor mío, es un Moor <strong>Park</strong>; se adquirió en el bien entendido de que<br />

era un Moor <strong>Park</strong> y nos costó.... es decir, fue un regalo de sir Thomas,<br />

pero vi la factura y sé que costó siete chelines, e iba facturado como un<br />

Moor <strong>Park</strong>.<br />

––Les hicieron a ustedes un fraude, señora ––replicó el doctor Grant :<br />

estas patatas que estamos comiendo saben tanto a los albaricoques de<br />

un Moor <strong>Park</strong> como la fruta de ese árbol. Cuando mejor, resulta insípida;<br />

en cambio, un buen albaricoque es siempre sabroso, cosa que no ocurre<br />

con ninguno de los que tengo en mi jardín.<br />

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