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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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––Tu mejor amigo para el caso ––sugirió María Bertram, hablando con<br />
calma–– seria Mr. Repton, me parece a mí.<br />
––Es lo que estaba pensando. Puesto que lo ha hecho tan bien en el<br />
caso de Smith, creo que lo mejor hubiera sido contratarlo<br />
inmediatamente. Sus honorarios son de cinco guineas diarias.<br />
––¡Bueno, y aunque fueran diez! ––exclamó la señora Norris––. Estoy<br />
segura de que usted no precisa mirar esto. El gasto no habría de ser<br />
obstáculo. Si yo estuviera en su lugar, no pensaría en el presupuesto. Me<br />
gustaría que se hiciera, dándole a todo el mejor estilo y todo el relieve<br />
posible. Un lugar como Sotherton Court merece cuanto el buen gusto y<br />
las posibilidades económicas puedan hacer. Usted dispone allí de buen<br />
espacio del que sacar partido y de buenas tierras que sobradamente le<br />
recompensarán. Lo que es yo, si poseyera algo así como la quinta parte<br />
de la extensión de Sotherton, siempre estaría plantando y mejorando,<br />
pues es algo que me gusta en extremo, por inclinación natural. Seria<br />
ridículo que lo intentase donde estoy ahora, con sólo medio acre de<br />
terreno. Resultaría bufo. Pero, si dispusiera de más espacio, con<br />
verdadera delicia me dedicaria a plantar y cultivar. Mucho fue lo que<br />
hicimos en este aspecto en la rectoría: la convertimos en algo totalmente<br />
distinto de lo que era cuando nos posesionamos de ella. Vosotros, los<br />
jóvenes, quizá no lo recordéis muy bien; pero si nuestro querido sir<br />
Thomas estuviera aquí podría contaros las mejoras que se llevaron a<br />
cabo. Y mucho más se hubiera hecho, de no haberlo impedido el delicado<br />
estado de salud de mi pobre esposo. Apenas si podía salir, el pobre, para<br />
gozar de esas cosas, y esto me desanimaba para hacer otras muchas, de<br />
las que sir Thomas y yo solíamos hablar. De no haber sido por eso,<br />
hubiéramos terminado el muro del jardín y plantado los árboles para<br />
cercar el cementerio de la parroquia, tal como ha hecho el doctor Grant.<br />
Siempre hacíamos algo, a pesar de todo. No fue más allá de la primavera<br />
anterior del año en que murió mi esposo cuando plantamos el<br />
albaricoquero junto a la pared de la cuadra, que es ahora un árbol<br />
magnífico... y que va ganando día a día ––añadió, dirigiéndose al doctor<br />
Grant.<br />
––El árbol se desarrolla bien, sin duda, señora ––replicó él––. La tierra<br />
es buena. Y nunca paso por allí sin lamentar que el fruto valga tan poco<br />
la pena de cogerlo.<br />
––Señor mío, es un Moor <strong>Park</strong>; se adquirió en el bien entendido de que<br />
era un Moor <strong>Park</strong> y nos costó.... es decir, fue un regalo de sir Thomas,<br />
pero vi la factura y sé que costó siete chelines, e iba facturado como un<br />
Moor <strong>Park</strong>.<br />
––Les hicieron a ustedes un fraude, señora ––replicó el doctor Grant :<br />
estas patatas que estamos comiendo saben tanto a los albaricoques de<br />
un Moor <strong>Park</strong> como la fruta de ese árbol. Cuando mejor, resulta insípida;<br />
en cambio, un buen albaricoque es siempre sabroso, cosa que no ocurre<br />
con ninguno de los que tengo en mi jardín.<br />
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