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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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Margaret se hubiera casado, para bien de mi pobre amiga; pues<br />
considero a los Fraser tan desgraciados, poco más o menos, como la<br />
mayoría de los matrimonios. Y, no obstante, fue un partido magnífico<br />
para Janet. Todos estábamos encantados. No podía hacer otra cosa que<br />
aceptarle, pues él era rico y ella no tenía nada; pero el hombre se<br />
muestra cada día más malhumorado y exigente, y quiere que una mujer<br />
joven, una linda y joven mujer de veinticinco años, sea tan seria como él.<br />
Y mi amiga no sabe manejarlo bien; parece que no sabe cómo encauzar<br />
las cosas para vivir lo mejor posible. Y hay entre ellos un espíritu de<br />
encono que, para no decir algo peor, es prueba de muy mala educación.<br />
En aquella casa recordaré con respeto los hábitos conyugales de la<br />
rectoría de <strong>Mansfield</strong>. Hasta el doctor Grant muestra una absoluta<br />
confianza en mi hermana y tiene en cierta consideración sus puntos de<br />
vista, lo que hace que una note que hay un mutuo afecto; pero entre los<br />
Fraser no verá nada de eso. Mi corazón quedará en <strong>Mansfield</strong> para<br />
siempre, Fanny. Mi propia hermana como esposa, sir Thomas Bertram<br />
como marido, son mis modelos de perfección. La pobre Janet se engañó<br />
lamentablemente; y, sin embargo, no es que obrase a la ligera; no se<br />
precipitó al matrimonio irreflexivamente; no hubo falta de previsión. Se<br />
tomó tres días para reflexionar, y durante esos tres días pidió consejo a<br />
todos los parientes cuya opinión valiera la pena, y acudió en especial a<br />
mi difunta tía, cuyo conocimiento del mundo hacía que su criterio fuese<br />
justamente reconocido por toda la gente joven relacionada con ella; y mi<br />
tía decidió a favor de la boda. Así es que parece que no hay nada que<br />
pueda asegurar una agradable vida matrimonial. Tanto no puedo decir<br />
respecto de mi amiga Flora, que dio calabazas a un estupendo muchacho<br />
en el Blues, para unirse a ese horrendo de lord Stornaway, que tiene<br />
poco más o menos, Fanny, la inteligencia de Mr. Rushworth, pero mucho<br />
peor aspecto y la índole de un tunante. Yo tuve mis dudas entonces en<br />
cuanto a lo acertado de su elección, pues él no tiene siquiera el aire de<br />
un gentleman; pero ahora estoy segura de que se equivocó. A propósito<br />
Flora Ross se moría por Henry el primer invierno que apareció en<br />
sociedad. Pero si fuera a enumerarle todas las mujeres que yo sé que se<br />
han enamorado de él, no acabaría nunca. Sólo usted, nada más usted,<br />
insensible Fanny, es capaz de pensar en él con una especie de<br />
indiferencia. ¿Pero es, en realidad, tan insensible como se muestra? No,<br />
no, ya veo que no.<br />
Era, en efecto, tan intenso el rubor que en aquellos momentos cubría el<br />
rostro de Fanny, como para convertir en certidumbre la sospecha de una<br />
mente predispuesta.<br />
––¡Excelente criatura! No quiero atormentarla. Todo seguirá su curso.<br />
Pero, querida Fanny, debe usted reconocer que no estaba tan<br />
desprevenida cuando se le planteó la cuestión como se figura su primo. A<br />
la fuerza tuvo que dar cabida a algunos pensamientos acerca de ello, a<br />
algunas suposiciones en cuanto a lo que pudiera ser. Forzosamente<br />
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