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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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exactamente cuanto hubiera podido desear; y para dar crédito al buen<br />

criterio del enamorado, conste que él no consideraba en modo alguno a<br />

Fanny como la única, ni siquiera la principal, beneficiada con aquella<br />

amistad.<br />

––Bueno ––dijo miss Crawford––, ¿y no nos riñe usted por nuestra<br />

imprudencia? ¿Para qué cree usted que estábamos aquí sentadas, sino<br />

para que nos hablara de ello, y nos rogara y suplicara que no<br />

volviéramos a hacerlo nunca mas?<br />

––Acaso hubiera podido regañar ––contestó Edmund––, si hubiera<br />

hallado aquí sentada, sola, a una de las dos; pero mientras hagan el mal<br />

juntas, puedo tolerar muchas cosas.<br />

––No pueden haber estado sentadas mucho tiempo ––observó la señora<br />

Grant––, porque cuando subí por mi pañolón las vi desde la ventana de<br />

la escalera, y estaban paseando.<br />

––Y en realidad ––añadió Edmund––, tenemos hoy un tiempo tan<br />

benigno que el sentarse por unos minutos casi no puede calificarse de<br />

imprudencia. Y es que no siempre deberíamos juzgar el tiempo por el<br />

calendario. A veces podemos tomamos mayores libertades en noviembre<br />

que en mayo.<br />

––¡A fe mía ––exclamó miss Crawford––, que son el par de buenos<br />

amigos más decepcionantes e insensatos que conocí jamás! ¡No hay<br />

manera de darles ni un momento de inquietud! ¡No pueden imaginarse lo<br />

que hemos sufrido, el frío que hemos llegado a padecer! Pero hace ya<br />

tiempo que considero a Mr. Bertram uno de los sujetos peor dotados<br />

para que una consiga excitarle con cualquier pequeña intriga contra el<br />

sentido común que pueda urdir una mujer. Pocas esperanzas puse en él,<br />

desde el primer momento; pero a ti, que eres mi hermana, mi propia<br />

hermana... a ti, creo que tenía derecho a alarmarte un poco.<br />

––No te hagas ilusiones, querida Mary. No hay la menor probabilidad de<br />

que consigas conmoverme. Estoy alarmada, pero por otra causa; y si yo<br />

pudiera cambiar el tiempo, os hubiera enviado un viento del este bien<br />

afilado que no dejara de azotaros ni un momento. Porque Roberto se ha<br />

empeñado en dejar fuera algunas de mis plantas por ser las noches tan<br />

bonancibles, y bien sé yo cuál será el fin: que sobrevendrá un brusco<br />

cambio de tiempo, que nos traerá una repentina helada, cogiéndonos a<br />

todos (al menos a Roberto) de sorpresa, y me quedaré sin ellas. Y lo que<br />

es peor, la cocinera acaba de decirme que el pavo, que yo tenía especial<br />

empeño en no presentar hasta el domingo, porque sé que mi marido<br />

disfrutaría mucho más comiéndolo ese día, después de las fatigas del<br />

oficio, no aguantará más que hasta pasado mañana. Esto sí que son<br />

verdaderos contratiempos, que me hacen pensar que el tiempo es de lo<br />

más impropio e inoportuno.<br />

––¡Las delicias de ser ama de casa en una aldea! ––dijo Mary,<br />

irónicamente––. Hazme una recomendación para tu jardinero y tu<br />

pollero.<br />

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