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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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asegurados, al esfuerzo de trabajar para obtenerlos, y tendrá las mejores<br />
intenciones de pasarse el resto de la vida sin hacer nada más que comer,<br />
beber y engordar. Es indolencia, Mr. Bertram, vaya que sí... indolencia y<br />
amor a la comodidad... una falta de toda loable ambición, de gusto por la<br />
sociedad, o de inclinación a tomarse la molestia de hacerse agradable, lo<br />
que lleva a un hombre a ser clérigo. Un clérigo no tiene nada que hacer<br />
como no sea leer el periódico, observar el tiempo, mostrarse desaliñado y<br />
egoísta y pelear con su mujer. El cura auxiliar le hace todo el trabajo, y<br />
toda su ocupación se reduce a comer.<br />
––Los hay que son así, sin duda alguna, pero me parece que el caso no<br />
es tan comente como para justificar la opinión de miss Crawford, cuando<br />
considera que estas características son de aplicación general. Sospecho<br />
que al formular esta crítica global y, diría yo, comprensiva de lugares<br />
comunes, no juzga usted por sí misma, sino a través de los prejuicios de<br />
otras personas cuyas opiniones se ha habituado usted a escuchar. Es<br />
imposible que por propia observación conozca usted mucho de la<br />
clerecía. No habrá tratado más que a poquísimos de esos hombres que<br />
usted condena de un modo concluyente. Habla, simplemente, por lo que<br />
ha oído en las conversaciones de sobremesa en casa de su tío.<br />
––Hablo, haciéndome eco de lo que considero la opinión general; y<br />
cuando una opinión es general suele ser correcta. Aunque<br />
personalmente poco he podido observar de la vida privada de los clérigos,<br />
son muchas las personas que los conocen en la intimidad del hogar para<br />
que quepa una deficiencia de información.<br />
––Cuando un cuerpo de hombres cultos, cualquiera que sea su función,<br />
es censurado en peso, sin hacer distinciones, tiene que haber una<br />
deficiencia de información o ––y aquí sonrió–– de otra cosa. Su tío, y sus<br />
colegas almirantes, acaso supieran muy poca cosa de clérigos fuera de<br />
los capellanes que, buenos o malos, siempre deseaban tener lejos.<br />
––¡Pobre William! Él ha encontrado mucha bondad en el capellán del<br />
Antwerp ––fue un tierno comentario de Fanny, muy a propósito de sus<br />
sentimientos, si no de la conversación.<br />
––Tuve siempre tan poca propensión a formar mis opiniones con las de<br />
mi tío ––replicó miss Crawford––, que dificilmente puede ser cierta su<br />
suposición; y, si tanto me apura, deberé hacer constar que no me hallo<br />
tan privada de medios para observar qué clase de personas son los<br />
clérigos, siendo actualmente huésped de mi propio hermano, el doctor<br />
Grant. Y, aunque el doctor Grant es muy amable y atento conmigo, y no<br />
puede negarse que es un auténtico gentleman, y me atrevería a decir que<br />
muy erudito e inteligente, y a menudo son muy buenos sus sermones, y<br />
es una persona muy respetable, no por eso dejo de ver en él al indolente,<br />
al egoísta bon vivant, que no puede dar un paso sin consultar su paladar,<br />
que es incapaz de mover un dedo por la conveniencia de otra persona y<br />
que, además, si la cocinera hace una patochada, se pone de mal humor<br />
con su excelente esposa. Si he de confesar la verdad, diré que Henry y yo<br />
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