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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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Tal era el hogar que había de distraerla de <strong>Mansfield</strong> e inducirla a<br />

pensar en Edmund con sentimientos más moderados. Por el contrario,<br />

no podía pensar en otra cosa que en <strong>Mansfield</strong>, en sus queridos<br />

habitantes, en sus felices costumbres. Todo cuanto la envolvía en su<br />

actual residencia estaba en contraste con aquello. La elegancia, la<br />

corrección, el orden, la armonía y, acaso sobre todo, la paz y tranquilidad<br />

de <strong>Mansfield</strong>, volvían ahora a su recuerdo a todas horas del día, ante la<br />

preponderancia de todo lo contrario en el hogar de Portsmouth.<br />

Vivir dentro de una constante algarabía era, para una naturaleza y un<br />

temperamento delicados y nerviosos como los de Fanny, un mal que<br />

ninguna añadidura de elegancia o armonía hubiese llegado a compensar<br />

por entero. Ésta era la mayor desdicha. En <strong>Mansfield</strong> jamás se oían<br />

ruidos de contienda, ni voces levantadas, ni explosiones abruptas ni<br />

violentas amenazas; todo seguía un curso regular, dentro de un orden<br />

placentero; a cada cual se le reconocía la importancia debida; se tenían<br />

en consideración los sentimientos de cada uno. Si podía suponerse que<br />

faltaba ternura, el buen sentido y la buena educación suplían aquella<br />

falta; y en cuanto a las pequeñas irritaciones que introducía tía Norris,<br />

eran breves, eran bagatelas, eran como una gota de agua en el océano,<br />

comparadas con el incesante tumulto de su actual residencia. Aquí todos<br />

eran escandalosos, todas las voces eran estentóreas (excepto, tal vez, la<br />

de su madre, que se parecía a la blanda monotonía de la de lady<br />

Bertram, sólo que perjudicada por el mal humor). Cualquier cosa que se<br />

necesitara se pedía a gritos, y las criadas se excusaban a gritos desde la<br />

cocina. De continuo se cerraban las puertas con estrépito, nunca<br />

estaban las escaleras sin que alguien subiera o bajara por ellas, nada se<br />

hacía sin alboroto, nadie permanecía sentado en reposo y nadie podía<br />

imponer silencio al hablar.<br />

Al analizar las dos casas, tal como se le aparecían antes de terminar la<br />

primera semana, Fanny estuvo tentada de aplicarles la célebre sentencia<br />

del doctor Johnson sobre el matrimonio y el celibato, diciendo que,<br />

aunque <strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> pudiera entrañar alguna pena, Portsmouth no<br />

podía entrañar ningún placer.<br />

CAPÍTULO XL<br />

No tenía Fanny poca razón al suponer que ahora no le llegarían las<br />

noticias de miss Crawford a un ritmo tan acelerado como al iniciarse su<br />

correspondencia. La siguiente carta de Mary llegó después de un<br />

intervalo decididamente más largo que el anterior. Pero, en cambio, no<br />

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