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Mansfield Park - Educando

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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />

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curso de los cinco primeros minutos hacían suponer que era él quien se<br />

hallaba más en su casa, de los dos.<br />

Tom adivinó los pensamientos de su padre y, deseando de corazón que<br />

siguiera siempre tan bien dispuesto a no expresarlos más que en parte,<br />

empezó a ver más claramente de lo que lo había visto hasta entonces que<br />

en todo aquello debía de haber algún fondo de agravio... que debía de<br />

haber alguna razón para que su padre dirigiese aquella mirada al techo y<br />

al estuco de la habitación; y que, al preguntar con moderada gravedad<br />

por el destino de la mesa de billar, procuraba no evidenciar más que una<br />

muy legítima curiosidad. Unos pocos minutos bastaron para que se<br />

acusaran tales sensaciones insatisfactorias por ambas partes; y sir<br />

Thomas, después de haber condescendido hasta el extremo de<br />

pronunciar unas indulgentes palabras de aprobación, en respuesta a<br />

una optimista consulta sobre lo acertado del «arreglo» que se había hecho<br />

en la sala, que formuló Mr. Yates, volvió en compañía de éste y de su hijo<br />

al salón, con un acusado aumento de gravedad que no pasó por todos<br />

inadvertido.<br />

––Vengo de vuestro teatro ––dijo, con calma, al sentarse––. Me encontré<br />

en él de un modo bastante inesperado. Su vecindad con mi habitación...<br />

en fin, por todos los conceptos, me cogió desprevenido, pues no tenía la<br />

más pequeña sospecha de que vuestras actividades teatrales hubieran<br />

adquirido un carácter tan importante. No obstante, parece que se ha<br />

montado un bonito tinglado, por lo que pude juzgar a la luz de las<br />

candelas, que acredita la habilidad del carpintero, mi buen amigo<br />

Cristóbal Jackson.<br />

A continuación, sir Thomas hubiera querido variar de tema y sorber en<br />

paz su café, hablando de cuestiones familiares menos desagradables;<br />

pero Mr. Yates, carente de intuición para discernir el sentido implícito en<br />

las palabras de sir Thomas, o debido a que le faltase un mínimo de<br />

prudencia, o delicadeza, o discreción para permitir que éste dirigiera la<br />

conversación y esforzarse en estorbar lo menos posible, ya que se le<br />

admitía en el grupo, se empeñó en machacar sobre el tópico del teatro,<br />

en atormentarle con preguntas y consideraciones relativas al mismo<br />

tema y, finalmente, en hacerle oír toda la historia de sus esperanzas<br />

defraudadas en Ecclesford. Sir Thomas le escuchó muy cortésmente,<br />

pero vio en ello mucha cosa que ofendía su concepto del decoro y que<br />

vino a confirmar la mala opinión que tenía formada del modo de pensar<br />

de Mr. Yates, desde el comienzo al fin de su relato; y, cuando hubo<br />

terminado, no pudo darle otro testimonio de simpatía que el que puede<br />

derivarse de una ligera inclinación.<br />

––Éste fue, de hecho, el origen de nuestro cuadro escénico ––dijo Tom,<br />

al cabo de unos momentos de reflexión––. Mi amigo Yates nos trajo la<br />

infección de Ecclesford, y se nos contagió... como siempre se contagian<br />

estas cosas, bien lo sabes, papá... prendiendo en nosotros con más<br />

fuerza, acaso, debido a que tú habías fomentado tantas veces en<br />

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