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<strong>Mansfield</strong> <strong>Park</strong> Jane Austen<br />
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tenemos un delicioso bosquecillo... mientras podamos penetrar en él.<br />
¡Qué felicidad si la puerta no estuviera cerrada...! Pero lo está, desde<br />
luego. En estas grandes mansiones sólo los jardineros pueden ir adonde<br />
les place.<br />
No obstante, resultó que la puerta no estaba cerrada, y todos se<br />
avinieron a franquearla con gran alegría, zafándose de los inclementes<br />
ardores del sol. Un largo tramo de escalera les condujo a la floresta, que<br />
era un bosque plantado en unos dos acres de terreno, y, aunque todo<br />
eran alerces y laureles, y hayas recortadas, allí había sombra y belleza<br />
natural, en comparación con la terraza y la bolera. Todos acusaron su<br />
grato influjo refrigerante y, por algún tiempo, se limitaron a pasear y<br />
admirar. Al fin, rompiendo el silencio, miss Crawford comentó:<br />
––De modo que va a convertirse usted en un sacerdote, Mr. Bertram. Es<br />
una sorpresa para mí.<br />
––¿Por qué había de sorprenderla? Tenía usted que suponerme<br />
destinado a alguna profesión, y pudo darse cuenta de que yo no era<br />
abogado, ni militar, ni marino.<br />
––Muy cierto; pero, en definitiva, no se me había ocurrido. Y ya sabe<br />
usted que suele haber un tío o un abuelo que deja una fortuna al<br />
segundón de una familia.<br />
––Una costumbre muy encomiable ––dijo Edmund––, pero no universal.<br />
Yo soy una de las excepciones y, por serlo, debo hacer algo por mi<br />
cuenta.<br />
––Pero, ¿por qué ha de ser clérigo? Yo creí que, en todo caso, eso era el<br />
destino del hermano más joven, cuando había muchos otros con derecho<br />
de prioridad en la elección de carrera.<br />
––¿Cree usted, entonces, que ésta nunca se elige por vocación natural?<br />
––Nunca es palabra atroz. Pero, sí: aplicando el nunca de la<br />
conversación, que quiere decir no muy a menudo, yo lo creo así. A los<br />
hombres les gusta distinguirse, y en cualquier parte pueden conseguirse<br />
distinciones, menos en el clero. Un clérigo no es nadie.<br />
––Supongo que el nadie de las conversaciones tendrá sus gradaciones,<br />
como el nunca. Unos sacerdote podrá no destacar por su brillantez o su<br />
elegancia. No deberá acaudillar turbas ni dar la pauta en la moda. Pero<br />
me es imposible admitir que no es nadie el individuo que labora en el<br />
terreno de mayor importancia para la humanidad, individual o<br />
colectivamente considerada, así para lo temporal como para lo eterno,<br />
quien cuida de la religión y la moral y, en consecuencia, de las<br />
costumbres que resultan de su influencia. En este aspecto, no hay quien<br />
pueda tachar de nadie al que ejerce este ministerio; y si, en realidad,<br />
mereciera tan pobre concepto, sería porque descuida sus deberes,<br />
porque se concede más importancia de la que tiene, pisando fuera de su<br />
terreno a fin de aparentar lo que no debe.<br />
––Usted concede más importancia a un sacerdote de la que una está<br />
acostumbrada a que le reconozcan, o de la que yo misma pueda<br />
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